Por: Gustavo Cotes Medina
El pacto comercial entre Estados Unidos y Colombia fue firmado el 26 de noviembre de 2006, por los mandatarios Álvaro Uribe y George Bush, pero parece que las frustraciones acumuladas en la nevera por cinco años, la ruta tortuosa y los dolores de un parto interminable, se acercan a su fin.
Ya estamos llegando y se empieza a sentir en el país el aire fresco de la aprobación del acuerdo por el Congreso estadounidense. Así lo anunciaron oficialmente en Washington, la semana anterior, los presidentes Santos y Obama.
El acuerdo, negociado en seis semanas de intensas y secretas negociaciones, incluye un plan de acción en tres etapas para superar las preocupaciones sobre los derechos laborales, la violencia contra los sindicatos, la protección de los derechos humanos y la reforma del Código Penal colombiano, entre otros puntos. Al mismo tiempo, el 22 de abril el presidente Obama iniciará el proceso para su presentación en el Congreso buscando la luz verde para que el TLC sea aprobado en el segundo semestre del presente año.
El acuerdo “es un gana-gana de ambos países” y tiene una suma de protagonistas como la Ley de Víctimas y de Tierras, el nuevo tono colombiano frente a las ONG, el pragmatismo político de Obama, Santos y Garzón, la embajada colombiana en Washington, el Plan de Acción y hasta el tema de los tratados de Corea del Sur y Panamá, pusieron sus granos de arena.
Además, se le sumaron las estrategias políticas planteadas por republicanos y demócratas que decidieron subirse al bus del TLC porque entendieron que era más costoso- en todo sentido- oponerse al tratado que sacarlo adelante. La causa ya era bipartidista. En consecuencia, hay un ambiente positivo en el Congreso, el tratado ya tiene su salvavidas y ahora comienza a calentarse porque la puerta de la nevera se encuentra abierta. Parece que la votación a favor del tratado está asegurada y los trámites que vienen son críticos, pero el país hará con juicio la tarea que le corresponde. ¿Borrón y cuenta nueva para el TLC?
Las exigencias de Estados Unidos a Colombia de protección de los derechos laborales, de prevención y castigo de la violencia contra los líderes sindicales, el fortalecimiento de la capacidad de investigación, la reforma del Código Penal y la ampliación del marco de garantías para los trabajadores, me parecen que además de lógicas son constitucionales y propias de un país civilizado en tránsito hacia la madurez, pero no deja de preocupar que son acuerdos en una sola dirección que comprometen solo a Colombia, que caen mal y dejan la impresión que nos están haciendo un favor y ellos no se benefician en nada. ¡Es el costo del tratado!
Los acuerdos contemplados en el Plan de Acción parecen difíciles de cumplir en fechas, detalles y alcances, pero los firmantes por Colombia tendrán otras razones y motivaciones para hacerlo. Sin embargo, Santos señaló que el compromiso de Obama es más importante que las fechas, sin olvidar el peso que tiene la cuenta regresiva de las elecciones presidenciales en los Estados Unidos.
En el pacto no se mencionan compromisos de Estados Unidos para la distribución, consumo interno y control de drogas, de los tratos discriminatorios de las autoridades de inmigración contra los indocumentados colombianos y de los maltratos laborales y salariales que se derivan de esa situación. ¡Es una especie de ley del embudo y una oportunidad perdida que nos deja un sabor agridulce!.
No obstante, es importante anotar que las empresas colombianas tendrán acceso preferencial de manera permanente a uno de los mercados más grandes del mundo, creando así una relación estructural y estable que puede ser de largo plazo y generando adicionalmente más confianza tanto a los inversionistas nacionales como a los extranjeros. Además, este alcance debe incluir la reactivación de los temas de competitividad y productividad para exprimir todo el jugo que pueda tener el TLC. Las oportunidades son amplias y están servidas, pero el país tiene que prepararse para aprovecharlas.
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