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¡Aquí está la tradición literaria!

BITÁCORA

Por: Oscar Ariza

Frente a las imprecisiones conceptuales  publicadas por José Atuesta Mindiola en su columna del 28 de Febrero donde afirma que: “…no es dable hablar de la tradición literaria en el Cesar”, porque “La literatura, como fenómeno de creación y edición es reciente”, debo hacerle ciertas observaciones, pues no hay nada más peligroso que las verdades absolutas;  se vuelven excluyentes y  discriminatorias, precisamente ahora, cuando buscamos la inclusión como mecanismo de reconocimiento de nuestra identidad.

La literatura como fenómeno de creación es tan antigua como el mismo hombre, va más allá del texto escrito y la industria editorial. Así lo reconocen cientos de críticos investigadores literarios que hoy validan expresiones del folclor, tradiciones populares y la oralidad, porque tienen un contenido estético-ideológico, que sumado a la reconstrucción del lenguaje, revelan un enorme y profundo trabajo de creación. De manera que, reducir el concepto de literatura a la escritura, es simplista e inveterado, porque desconoce el poder creativo-imaginativo de la tradición oral literaria.

Para dar validez a mis argumentos, usaré la tesis del profesor Alfredo Laverde, investigador de la Universidad de Antioquia, quien afirma que: “En contraposición a la tendencia a canonizar o descanonizar, las historias y la crítica literaria deberían centrarse en la construcción de un campo discursivo que conciba la producción literaria como un proceso en el que se involucran diversas series, tales como la histórica, la política y la económica, y en cuya conjunción o articulación se haga posible la consideración, además de las obras que han sobrevivido al tiempo, de aquellas producciones literarias que subyacen en las obras tenidas como superiores” …
“No ocurre lo mismo con el concepto de tradición literaria como fenómeno ya que parece ser más concreto. El concepto de tradición nos permitirá la realización de una lectura mucho más amplia de la producción literaria en la que ocupan el lugar que les corresponde las tradiciones orales, indígenas, los géneros excluidos como el ensayo, el periodismo y la dramática, junto con la literatura escrita por mujeres”.

Para evitar esa fuerza demoledora, fundamentalista y poco rigurosa de los comités de aplausos que, bajo el interés particular de construir mitos alrededor de  escritores y obras del Cesar, privilegian a unos cuantos, que se autoerigen como  creadores del comienzo de la tradición literaria, incurriendo en un sospechoso silencio con respecto a otras obras y autores que tendrían el derecho de aparecer, en mis dos columnas anteriores traté de superar el sesgo territorial departamental, proponiendo  el uso del nombre “El País vallenato”, para reconocer la zona que desde Fonseca hasta buena parte del centro del Cesar, comparten una misma identidad cultural, para mostrar obras y autores que hoy integran esa transculturación generacional causante de la tradición literaria.

Además de Juan Manuel Barrera y su hija Elisa, insignes poetas con publicaciones que aparecen en la sección de reserva de la biblioteca Luis Ángel Arango, donde se pueden leer, y de Francisco Socarrás Colina, pionero del cuento caribeño, mencioné al valduparense Vicente Sebastián Mestre, con publicaciones ubicadas en la misma biblioteca; al atanquero Rafael Carillo y menciono ahora, al Obispo Rafael Celedón con múltiples publicaciones literarias y ensayísticas en español y francés; quien integró el equipo de Ezequiel Uricoechea, el primer creador del alfabeto fonético español.
Le notifico poeta Atuesta, que Mary Daza Orozco, a pesar de ser una escritora reciente, fue la primera mujer en Colombia en tratar la temática de la violencia en una novela, según la investigadora María Mercedes Jaramillo, de Fitchburg State University en Estados Unidos. Esto la convirtió en punto de referencia para muchos escritores colombianos y cesarenses que han  desarrollado este tópico.
El paso de un autor a otro, de una generación a otra, no obstante en temporalidades estrechas, revela la existencia de tradición literaria que, aunque incipiente en lo escrito, enorme es en su fuerza creadora oral, lo que obliga a reconocer el proceso de creación literaria que traspasa los límites de la escritura.

Es desacertado caer en procesos de valorización y descalificación de  obras, incluyendo a la tradición oral, de donde se han nutrido escritores como García Márquez, quien afirma que Cien Años de Soledad no es más que un vallenato de más de trescientas páginas, para reconocer la importancia de esta música en la estructuración de su narrativa.

Es allí poeta, donde la tradición literaria posibilita darle el valor adecuado a aquellas obras que – al momento de escribirse – no fueron pensadas como construcciones estéticas, tal como lo propone Laverde, pero que ayudan a formar identidad, a medida  que permiten redescubrir la oralidad y estructuras narrativo- poéticas populares, como en el caso de la décima que usted con tanta pertinacia fabrica, que a pesar de tener origen  español, inexorablemente, también hace parte de nuestra tradición oral literaria.

arizadaza@hotmail.com

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