MI COLUMNA
Por Mary Daza Orozco
Comenzó a soñar con aventuras por el mundo cuando de niño veía a los gitanos que acampaban cerca de su casa en Moniquirá, ahí comenzó su interés por crear historias cargadas de fantasías, de sueños, de mundos nuevos. Jairo Aníbal Niño, el colonizador de estrellas, como le decíamos desde cuando lo conocimos en Bogotá y fuimos testigo de su dulzura y de su amabilidad, se fue a tejer cuentos en el infinito, pero dejó un mundo por descubrir en el que los pequeñitos, y lo adultos, por supuesto, encontrarán la clave para renovar el deseo de una vida de paz azul y rosa.
Su literatura tomó fuerza cuando ganó el concurso Enka, con Zoro, la historia en la que su amor por los niños, por la juventud, se manifestó hasta el punto de que fue considerado el creador de la más dinámica literatura infantil, y precisamente no gustaba de esa expresión: “Literatura es una sola, sería terrible una clasificación en la que se hablara de literatura para viejos, para seniles, por ejemplo”, decía.
Fue poeta y dramaturgo, todavía se aplaude su obra el Monte Calvo. Aquí en Valledupar estuvo varias veces y volvió a arrobarnos con sus narraciones fantásticas y recordamos anécdotas que compartimos en los encuentros de escritores en Bogotá y en Paipa, en las que coincidimos, siempre afectuoso hacía gala de uno se sus pensamientos más repetido: “Los amigos son ángeles que nos ayudan a ponernos de pie cuando nuestras alas olvidan cómo volar”. Se ha escrito, en algunos medios, sobre su vida cuando ha muerto, ¡esa es la constante!, pero nada de lo que se escriba sobre el soñador de mundos sin penas, es suficiente para admirar su grandeza.
Jairo Aníbal Niño no era muy amigo de la educación tradicional, decía que los niños tenían mucho que enseñarnos y que en lugar de preguntarle a ellos: ¿Qué quieren ser cuando sean grandes?, deberíamos preguntar a los adultos: ¿Qué quieren ser cuando sean niños?.
Consideraba a los niños poderosos, capaces de tareas titánicas, así lo deja ver en su escrito ¿Cómo se pasa al otro lado del espejo?: “Para pasar al otro lado del espejo, se necesita el valor temerario de un niño de siete años, de su facultad para convertir el azul en quetzal y la nube en garza. Él sabe que tiene que ascender por la vertiente más peligrosa del espejo, trepar cuidadosamente para no tropezar con el brillo, afianzar con firmeza el píe para evitar hundirse en la garganta de los reflejos, y eludir el encuentro cegador con los ojos de su doble. Entonces llegará a la cúspide y pasará al resplandor del otro lado, descendiendo por la parte oscura de la luna”.
Se fue el mago de la palabra renovadora llena de luz y de color a pintar, porque también era pintor, la magia a su manera y lo hará con la maestría de siempre, pero con su poder cautivante más acendrado y conquistará al cosmos, a las figuras aladas que lo llevarán a pasear por las estrellas en un eterno periplo que colmará sus ansias de un mundo mejor para los niños, la verdadera razón de su arte, de sus sueños, de sus realidades y seguirá inspirando a los adultos para que creen la congregación del amor por la infancia en donde no se abuse más, no se maltrate más a los niños. Su muerte es en cierta forma, un ya basta de ofender a los pequeños y una promesa de que las tiernas generaciones vivirán en la alegría.
Hoy hay recuerdos y silencio ante su nombre, el silencio que “son seis cuerdas sin guitarra”, como él lo definía; y lo despedimos con sus propias palabras: “La despedida es una mano que es un pañuelo que es el corazón y la distancia”.
¿Qué quieres ser cuando seas niño?
Por Mary Daza Orozco
Comenzó a soñar con aventuras por el mundo cuando de niño veía a los gitanos que acampaban cerca de su casa en Moniquirá, ahí comenzó su interés por crear historias cargadas de fantasías, de sueños, de mundos nuevos. Jairo Aníbal Niño, el colonizador de estrellas, como le decíamos desde cuando lo conocimos en Bogotá y fuimos testigo de su dulzura y de su amabilidad, se fue a tejer cuentos en el infinito, pero dejó un mundo por descubrir en el que los pequeñitos, y lo adultos, por supuesto, encontrarán la clave para renovar el deseo de una vida de paz azul y rosa.
Su literatura tomó fuerza cuando ganó el concurso Enka, con Zoro, la historia en la que su amor por los niños, por la juventud, se manifestó hasta el punto de que fue considerado el creador de la más dinámica literatura infantil, y precisamente no gustaba de esa expresión: “Literatura es una sola, sería terrible una clasificación en la que se hablara de literatura para viejos, para seniles, por ejemplo”, decía.
Fue poeta y dramaturgo, todavía se aplaude su obra el Monte Calvo. Aquí en Valledupar estuvo varias veces y volvió a arrobarnos con sus narraciones fantásticas y recordamos anécdotas que compartimos en los encuentros de escritores en Bogotá y en Paipa, en las que coincidimos, siempre afectuoso hacía gala de uno se sus pensamientos más repetido: “Los amigos son ángeles que nos ayudan a ponernos de pie cuando nuestras alas olvidan cómo volar”. Se ha escrito, en algunos medios, sobre su vida cuando ha muerto, ¡esa es la constante!, pero nada de lo que se escriba sobre el soñador de mundos sin penas, es suficiente para admirar su grandeza.
Jairo Aníbal Niño no era muy amigo de la educación tradicional, decía que los niños tenían mucho que enseñarnos y que en lugar de preguntarle a ellos: ¿Qué quieren ser cuando sean grandes?, deberíamos preguntar a los adultos: ¿Qué quieren ser cuando sean niños?.
Consideraba a los niños poderosos, capaces de tareas titánicas, así lo deja ver en su escrito ¿Cómo se pasa al otro lado del espejo?: “Para pasar al otro lado del espejo, se necesita el valor temerario de un niño de siete años, de su facultad para convertir el azul en quetzal y la nube en garza. Él sabe que tiene que ascender por la vertiente más peligrosa del espejo, trepar cuidadosamente para no tropezar con el brillo, afianzar con firmeza el píe para evitar hundirse en la garganta de los reflejos, y eludir el encuentro cegador con los ojos de su doble. Entonces llegará a la cúspide y pasará al resplandor del otro lado, descendiendo por la parte oscura de la luna”.
Se fue el mago de la palabra renovadora llena de luz y de color a pintar, porque también era pintor, la magia a su manera y lo hará con la maestría de siempre, pero con su poder cautivante más acendrado y conquistará al cosmos, a las figuras aladas que lo llevarán a pasear por las estrellas en un eterno periplo que colmará sus ansias de un mundo mejor para los niños, la verdadera razón de su arte, de sus sueños, de sus realidades y seguirá inspirando a los adultos para que creen la congregación del amor por la infancia en donde no se abuse más, no se maltrate más a los niños. Su muerte es en cierta forma, un ya basta de ofender a los pequeños y una promesa de que las tiernas generaciones vivirán en la alegría.
Hoy hay recuerdos y silencio ante su nombre, el silencio que “son seis cuerdas sin guitarra”, como él lo definía; y lo despedimos con sus propias palabras: “La despedida es una mano que es un pañuelo que es el corazón y la distancia”.