MISCELÁNEA
Por Luis Augusto González Pimienta
Sé que a muchas personas les desagrada que aboque estos temas que juzgan banales. A otras más les agrada. A mí me complace. Lo hago a manera de catarsis para liberarme de la inconformidad por las malas costumbres que nos quieren imponer.
A través de los tiempos el hombre ha cubierto su cabeza como protección contra los enemigos o contra las inclemencias del tiempo. También para ocultar algo que resulta desagradable a la vista, o, finalmente, como prenda para llamar la atención. De allí se deriva el uso de cascos y quepis entre militares, sombreros, boinas, gorras y cachuchas entre civiles. El asunto es de tal trascendencia que el sombrero zenú o vueltiao fue elevado por ley a la categoría de símbolo cultural de la Nación.
Las boinas son usadas en España por los habitantes del País Vasco y Navarra para distinguir a los campeones culturales o deportivos. Además, es una moda universal entre taurófilos y también entre combatientes especiales: la portaron el mariscal Montgomery, el “Ché” Guevara y el “Mono Jojoy”. La gorra es una prenda elegante preferida por golfistas y por la encopetada sociedad. La cachucha es una gorra menos elegante, con visera alargada, de uso obligado de los beisbolistas y favorita de los jóvenes.
Hasta hace poco era norma de respeto el que los hombres se descubrieran en el templo y las mujeres se taparan la cabeza con un velillo. Permanece la primera y desapareció la segunda. También fue regla que los hombres se descubrieran al momento de saludar a una dama o una persona venerable y al ingresar a cualquier recinto cerrado. Las personas mayores recordarán aquel manual de buenas maneras que enseñaba: “Desde que nos acerquemos al umbral de la puerta, quitémonos el sombrero, y no volvamos a cubrirnos hasta después de haber salido a la calle”. Que luego reitera: “No entremos nunca en una casa, aunque la visitemos con frecuencia y tengamos en ella suma confianza, sin llamar previamente a la puerta y quitarnos el sombrero”. Como lo habrán descubierto, está dicho en la Urbanidad de Carreño.
Ese manual ha perdido vigencia. Me desconcierta, por decir lo menos, cuando entro a la peluquería y los peluqueros saludan y cortan el cabello a los parroquianos con la cachucha puesta. O cuando llego a cualquier banco de la ciudad y veo cómo algunos clientes entran con cachucha o sombrero puestos hasta que el guardia de seguridad les indica que deben descubrirse. Alguna vez felicité al vigilante por controlar las buenas costumbres y su respuesta me dejó asombrado, pues dijo que era por razones de seguridad. Comprendí que él tampoco conocía los preceptos de los buenos modales.
Cuando fui funcionario muchas veces me tocó pedirles con respeto y entereza a los usuarios que se descubrieran en la oficina a mi cargo. Me miraban como bicho raro, pero lo hacían.
Lo que me tiene realmente molesto es ver a las personas comiendo en un restaurante sin quitarse la cachucha. Y no en cualquier restaurante, sino en todos los restaurantes, incluidos los de los clubes sociales, en donde los padres complacientes, o ignorantes tal vez, permiten que sus hijos adultos consuman los alimentos con el dichoso atuendo en la cabeza. Lo que más me inconforma es que el dueño o administrador del establecimiento no intervenga con la debida cortesía. Si lo hace un extraño, recibirá insultos por metido.
Es aceptado que en las amplias zonas de circulación de los centros comerciales se cubra la cabeza, pero no se puede hacer de esa excepción una regla. En los demás recintos cerrados, por favor, ¡descúbranse!