El vallenato género cálido que en su estado natural sabe a mañanitas de corral, a ron de patio y a noche veranera. Música de la memoria, cultura popular en cuyo seno el paseo, el merengue, el son y la puya colman día a día sus espacios y sus tiempos; música, ritmo y baile y por esencia historias que relatan la intimidad de la condición humana: el dolor la decepción, el encuentro, la ilusión:
El paseo, altar del sentimiento, rito de la nostalgia infinita que balancea el cuerpo con donaire y galanteo; el merengue deliciosa trampa erótica en el solaz de la imaginación y en el golpe percusivo que atrapa todos los sentidos; el son que sosiega el sufrimiento, y el puya delirio del espíritu mientras alma y cuerpo explotan en frenesí. Estos son los ritmos del género vallenato que pueblan el espacio y el tiempo del Caribe añejo con sentido propio; cuatro ritmos que hacen del caribeño, poblador imaginario de días sin pausa y lugares sin linderos.
Difícil expresar en líneas lo que se experimenta al contactar en el canto vital las tradiciones, las gentes, el paisaje; pentagrama oral, legendario; vallenato que conjuga realidad; narración y ensoñación; tiempo y lugar de la tierra, del dolor, de la ausencia que se hace memoria y canción.
Difícil expresar en líneas que la soledad y el dolor son el fermento de la singularidad creativa de hombres que transitan la errancia de los tiempos.
Por cultivar un amor,
lo que cultivé fue penas,
penas que no se borran
ni con cien años de ausencia.
….
Música verdadera que en armónica polifonía escribe un solo libro en varios tomos, formas infinitas que el nieto del coronel riohachero, Nicolás Márquez Mejía, interiorizó y devolvió en una saga literaria de Cien años de soledad y que ‘Wicho’ Sánchez, el provinciano eterno, caminante sin descanso de las calles del Cesar, tradujo en “cien años de ausencia”, metáfora de una pena que siempre le atormenta.
Colombia hace hoy la celebración de las tradiciones. La UNESCO ha declarado patrimonio de la humanidad a la música provinciana, hechura de su propia memoria colectiva y popular. Patrimonio que permanece en el tiempo como signo de creatividad, de imaginación, de humanidad; vallenato de los tiempos que lucha contra el olvido de lo que siente y cree.
El ancestro de los cantos tradicionales de acordeón viene de esa región colombiana que por antonomasia es llamada Provincia, aislada desde la colonia hasta el final de los años 30 del pasado siglo, enclaustrada en un universo de ganaderos hacendosos y rústicos verseadores dueños de su imaginación y su palabra.
Si el universo provinciano perdiera su canción, si extraviara su destino en el falso brillo del oropel y la trivialidad, el espacio de la imaginación lo ocuparían los detractores, los demagogos, los falsos profetas, los que como afirma el novelista mexicano Carlos Fuentes “no soportan ni la creación, ni la critica que la literatura lleva consigo”, que ratifica para una humanidad que se reinventa que “el poder de imaginar es idéntico al poder de desear[…] que la imaginación puede convertir la experiencia en destino”.
Un viaje al pasado
Por entre las callecitas lejanas del ayer Gustavo Gutiérrez Cabello, el hijo de Evaristo y de Teotiste, cantaba Rumores de viejas voces, y fue por estos años cuando los senderos de la imaginación, que nunca abandonó en sus búsquedas, le llevaron al pasado y los recuerdos que afloraron trajeron para él las voces nunca olvidadas de las más añejas memorias. En ese ir y venir de los tiempos el poeta comprendió que la música tiene memoria y que la palabra cantada no solo seduce y enamora, también transmite y convence y que es el cantor el báculo sonoro que sostiene esa alianza histórica entre música, cultura y tradición.
Pero las revelaciones que su don poético le concedía lo enfrentaron a una sobrecogedora realidad: las voces vaciadas de historia de una modernización galopante de la vida social, penetraban amenazantes el ambiente regional. Perplejo el poeta elevó en los versos de Rumores de viejas voces un clamor que se oyó y se cantó como una queja:
….
Ya se alejan las costumbres
del Viejo Valledupar
no dejes que otros
te cambien el sentido musical
Avizoró el poeta que sin sentido musical y sin voces regionales la identidad cultural perdería el soporte afectivo que el canto le entrega a la cultura, trágica realidad pues se cerraría el camino que conduce a “las profundidades de donde brota la vida” como llamó al sentimiento el poeta Rainer María Rilke; se ensombrecería la existencia al no escucharse aquella palabra, aquel sonido, aquella voz que ilumina la imaginación. Supo Gutiérrez que la palabra que alienta al ser dicha desde la música, emociona y seduce; apacigua y convence.
Así fue como el poder inagotable de la imaginación le dio al poeta otra revelación para su verdad: Una copla de viejos caminos trajo consigo, renovado, en Paisaje de Sol, el sentimiento de Rumores de Viejas Voces.
Aquel paisaje nació
sobre una tarde de sol
y allí el destino marcó
el sendero de mi canción
….
Pieza antológica que avanza desde el clamor y la queja a la esperanza, recurso humano sin paragón. Una esperanza cifrada en su propio ser, en su ser poético que a la manera de un viejo embudo de trasiegos por donde soplan las brisas de los tiempos, hace el pasaje de las viejas voces en cantos que trasmiten, que enamoran, que convencen; voz que encuentra el alma y el tono de esos tiempos, voz que habla a sus contemporáneos, que viaja con la música, que se resiste al olvido, voz del poeta que a la manera de los sueños puebla la conciencia con viejos recuerdos que siempre traerán nostalgia.
…Traigo la esperanza
del hombre alegre de aquel cantor
que en versos y flores
mitiga el alma, mata el dolor
En medio de la desolación un gran cantor reivindica el poder de la imaginación, poder que nadie podrá arrebatar, poesía, música y canción que convierte la experiencia en destino; lenguaje e imaginación que puebla los espacios y los tiempos de lo humano, de lo específicamente humano.
Por Marina Quintero Q.
Profesora Universidad de Antioquia