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Remembranza de un líder: Alfonso Campo Soto

Alfonso Campo Soto ocupó cargos importante en el Gobierno Nacional.

Después del marasmo administrativo sufrido en la región que hoy conforma el departamento del Cesar, debido al abandono gubernamental de la dirigencia magdalenense, vino una época de florecimiento intelectual a partir de mil novecientos setenta, la cual constituyó una verdadera proeza de pertenencia territorial, todos tendientes a recuperar y trazar la ruta perdida y enrumbarnos hacia al progreso.

Fue una misión conjunta, no hubo exclusión, fueron tantas las personas que alcanzaron relevancia histórica, que citarlas singularmente tardaría mucho rato, pero si hacer referencia de alguien en especial vale la pena, como es el caso de Alfonso Campo Soto, nativo de Valledupar, abogado Rosarino, quien a temprana edad descolló en el ámbito político, quien además fue conocido por sus nobles ideales.

Hablar de ‘Poncho’ Campo, como familiarmente lo conocimos, además de un reto y un honor que implica un compromiso más allá de lo normal, es recordar que para este hombre líder, su obsesión fue el cambio, sobre todo de esa retardada forma de concebir lo público, él lo propuso con hidalguía, sin egoísmo, fue altruista hasta más no poder, pero sembró el precedente histórico de desafiar las ataduras y abrirse y abrirle el espacio a quienes se le negaban por méritos.

‘Poncho’ constituyo en lo nativo la más compleja red ciudadana de apoyo conservador, logrando motivar al caudal de votantes de su partido a levantar la voz, exigiendo cambios en las costumbres políticas, acompañado y acolitado por muchos irreverentes godos, entre ellos el más notable J. Emilio Valderrama, y como fruto de ello, el nacimiento en el país de una corriente azul llamada El Progresismo Conservador, que trazó nuevas metas y exigió nuevos espacios.

Treinta años estuvo Alfonso Campo en la actividad pública, fue diputado, Representante a la Cámara, Senador, Viceministro, Rector de la UPC y Embajador en varias ocasiones, allí sentó la consigna de constituir una democracia participativa, sin estratificaciones, sino igualitaria.

Hoy ‘Poncho’ afectado en su salud, merece ser destacado por sus principios y virtudes, conductor de masas y amigo del dialogo, no permitió aposentamiento ni ocultismo decisorios. A este cesarense, a quien le debemos los honores ganados con méritos, se le han negado sin saber el porqué, ni siquiera se ha intentado hacerlo por protocolo.

Hoy en su fecha de cumpleaños, queremos enarbolar todo cuanto logró en bien de todos, lo que propuso lo alcanzó, sobre todo, cuando propuso metas concretas de acciones, tendientes de mejorar las condiciones de vidas de todos.

A él y a sus familiares, gracias por cuanto hizo, pero es hora de reivindicar su figura como líder de dimensiones probadas.

Campo Soto fomentó el periodismo

El exgobernador y exconsejero presidencial, Juan Carlos Quintero Castro, recuerda las huellas que dejó Alfonso Campo Soto en la política y en el periodismo cesarense:

“En el Día del Periodista es bueno recordar que Alfonso creó Ondas de Macondo, una emisora que no sobrevivió.

En la política fue muy activo, siempre se acercaba con una idea. Algunas muy claras; otras no me parecieron como aquella de que el Cesar debía construir su ruta al Mar, una gran carretera. No la consideraba realista. De hecho siempre me pareció más realista la de los riohacheros queriéndose unir a Valledupar por una nueva vía que circundara la Sierra Nevada, pero tampoco se ha podido llevar a cabo, pues hasta ahora se concluyó Valledupar- San Juan, que hace innecesaria y costosa esa alternativa.

Con un grupo de jóvenes lo apoyamos a su malograda aspiración a la Gobernación, enfrentado a Lucas Gnecco, en la primera elección de gobernadores. La verdad es que es la única vez que apoyé a un conservador en las elecciones, junto a nuevos profesionales con algún interés por la política entonces (no pocos regaños me gané, recién había dejado yo de ser gobernador encargado), pero Alfonso motivaba, soñaba, trasmitía energía. Fue amigo de J. Emilio Valderrama, ese político también activo y buen orador de Antioquia. Eso contribuyó a forjar su temple y palabra.

Sus hijos varones, Juan Manuel y Alfonso, metidos en la política del Cesar, se han venido proyectando bien.

Alguna vez se metió con sus hermanos al negocio minero, pero no persistió. Pasó por Emcarbón, una empresa que el gobierno nacional creó para que los empresarios del Cesar se apropiaran de la mina El Hatillo, y en una asamblea sorprendió a todos los presentes con una demostración de valentía al enfrentar al cuestionado grupo que tomaba el control. Pero el derecho no estuvo esa noche de su parte. Volvió otra vez a perder. Luego se paraba y retomaba el camino.

Alfonso sacrificó su patrimonio personal en función de la política y el servicio público, como lo hacía la generación de fundadores del departamento; hoy sacrifican la dignidad de la política y del cargo, para acrecentar su patrimonio personal. Por eso personas como él deben ser un referente permanente de vida y dignidad de nuestro pueblo, cuyos honestos valores no son los de muchos líderes que dicen representarlo”.

“La política su gran pasión”

Su esposa Omayda Eljach de Campo tiene bien contados los logros de su esposo, el líder político Alfonso Campo Soto. Ella es su compañera de batallas, la que lo vio triunfar durante su prolífera carrera política y la que le dio ánimo cuando perdió una batalla, pero no la guerra.

Su gran pasión fue la política y su gran sueño ser gobernador del Cesar, el que no pudo cumplir. En 1991 estuvo cerca del triunfo, se acostó seguro que era el ganador, pero al día siguiente las cifras no lo favorecieron (ganó Lucas Gnecco Cerchar). Sin embargo, eso no fue impedimento para seguir su carrera política. Sus capacidades intelectuales y su carácter de líder lo llevaron a otros lares.

“Estuvo de viceministro de Transporte y de Ministro encargado porque el titular tuvo que renunciar cuando el proceso ocho mil y en esa gestión logró que iluminaran el aeropuerto de Valledupar”, recuerda Omayda. Después de ese cargo fue nombrado embajador de Colombia en China, donde estuvo del 2001 al 2003, país donde trató de sembrar la semillita de la cultura colombiana.

“Los miércoles cada 15 días hacíamos un almuerzo en la embajada con platos típicos, y aunque no era fácil conseguir los ingredientes, logramos que muchos empresarios chinos probaran nuestras comidas”, explica la esposa del líder conservador que fue dos veces representante a la Cámara por el Cesar y senador por un periodo corto, porque hizo parte del Congreso que fue revocado para darle paso a la Asamblea Constituyente en 1991.

Su inquietud por traer oportunidades al Cesar siempre estuvo activa. Llevó una misión de empresarios a China y entre ella iba una delegación importante de vallenatos, y lo mismo hizo cuando trajo a un grupo de inversionistas chinos porque puso a Valledupar entre los sitios a visitar.

“Recuerdo que llevó a China una muestra del Museo del Oro y llevó a Los Niños del Vallenato con ‘El Turco’ Gil, y logramos que en ese país cada sábado celebrarán la santa misa”, afirma Omayda Eljach.

Hoy el líder político y social que no tenía reparos en levantarse a media noche para ayudar a las personas que tocaban a su puerta en busca de ayuda para una formula médica u otra urgencia, cumple 65 años, de los cuales los últimos 12 ha estado afectado por una enfermedad. Sin embargo, su paso por la política no se olvida. “La política era lo que más lo emocionaba, buen orador, improvisador, muy buen amigo, ese es Alfonso Campo Soto”, dice Omayda, quien asegura que aunque la política era el motor de la vida de su esposo, es una labor bastante ingrata.

Por Enrique Cataño

 

 

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