Este viernes 28 de abril por fin empezó la categoría Canción Vallenata Inédita en el 56 Festival Vallenato. Alrededor de 50 compositores se subieron al escenario junto a su agrupación con el objetivo de pasar a la siguiente ronda.
De las casi 60 composiciones, interpretadas desde las ocho de la mañana en el Coliseo de Ferias Pedro Castro Monsalvo, 35 fueron paseos, 13 merengues, 7 sones y 4 puyas.
Se le cantó al amor, especialmente al de la pareja, los hijos y los padres; a las mariposas que vuelan y conquistan amores en pueblos ajenos; al paso de los años y lo cruel que es la vejez; a la Sierra Nevada de Santa Marta y Valledupar, pero sobre todo, a Luis Enrique Martínez, ‘El Pollo vallenato’, quien es el homenajeado en este Festival Vallenato.
A la tarima siempre se subieron los compositores, al lado del cantante, interpretando y gesticulando cada una de las letras de sus canciones. El objetivo era contagiar al público y al jurado, que siempre se mantuvo inflexible.
Con aplausos y gritos de “ese es”, las barras de aplausos trataban de influir, honestamente, en los tres jurados, que, pese a todo, se mantuvieron impávidos. No aprobaban ni rechazaban las composiciones. Solo gesticulaban como jueces cero amigables y neutros, mientras tomaban apuntes imposibles de descifrar.
EL PASADO Y LO QUE FUE
Además del talento, el común denominador de la jornada fue la nostalgia. Si no todos, la mayoría de competidores se dejaron llevar de la frase que todo pasado fue mejor y reclamaron por la desaparición de la luna sanjuanera, que un día se apagó entre los afanes del mundo porque nadie se sentó a contemplarla.
Otro compositor se preguntaba qué había pasado con la fascinación de aquellas parrandas de la época en la que el Festival Vallenato se transmitía por radio y a blanco negro.
Porque como describió Armando Antonio Carbonell en su paseo, “la vida es como el viento, que pasa y te arrasa, pero después viene la calma”. Otro compositor recitaba, en una autobiografía no firmada, que “lindas cosas quedaron atrás, a la espera de qué sorpresa traerá la vejez”.
También hubo espacios para simbolismos y luchas. Mensajes que todos entendieron sin que el autor dijera una palabra o se quejara. Como el periodista Félix Carrillo, que en un hecho con pocos antecedentes, presentó una agrupación formada por 7 mujeres. Ellas cantaron ante el mundo su canción ‘Enamórate mujer’, un paseo que invita a dejar atrás el temor, a tomar los riesgos que implica amar.
LA DINASTÍA Y LA HERMANDAD
Cuando el presentador, desde la tarima, pidió a Diomedes Dionisio Díaz subir al escenario, hubo una relativa calma en el coliseo de ferias. Una calma llena de expectativa por un apellido que representa demasiado para el folclor.
El hijo de Diomedes Díaz subió a la tarima e interpretó el merengue ‘Las canciones de Luis Enrique’. Con la autoridad de su apellido se dio el permiso de hablar por el ‘El Pollo’, que hace más de 27 años partió de este mundo, para enviar agradecimientos a Carlos Vives por internacionalizar su música.
Casi sin excepción, las canciones inéditas siguieron unas reglas no escritas que dictan que el buen vallenato le canta a la belleza de la mujer, a las anécdotas de los amigos, a la magia de la Sierra Nevada de Santa Marta, a la frescura del río Guatapurí, y viaja desde lo más alto de La Guajira hasta los calurosos pueblos del Bolívar aledaños al río Magdalena.
Entre tanta poesía y nostalgia, algunos prefirieron cantarle a la paz, exactamente a la reconciliación, el paso previo. Exclamaba el cantor, alzando sus manos: “Ay, ay, ay, hermano, ya deja las armas y busquemos el reconcilio”. Porque la música vallenata también es una invitación a vivir en paz.
HERMANDAD
En medio de la tiranía del acordeón, la caja y la guacharaca que domina a Valledupar por estos días, el coordinador de la categoría dio paso a un grupo de música llanera y bailadores de joropo. Fue un acto de hermandad musical. Un lazo que se fortaleció en la inauguración del Festival Vallenato, cuando 3 de los músicos invitados eran llaneros.
Con su baile mostraron el poder de su tierra; con sus palabras reconocieron el poder del vallenato; y con sus letras confirmaron que la juglaría en los llanos orientales es similar a la región Caribe: solo cambian el paisaje, los protagonistas y el arpa en vez de un acordeón.
Por Deivis Caro