Javier Darío Restrepo señala que considera necesaria una reflexión previa frente a temas como ¿Será que la llegada a Internet hace necesaria una nueva ética? ¿Quién se adapta, el medio o la ética? ¿Existe un código para Internet? ¿Sirven los códigos tradicionales o hacen falta unos?
Los monjes copistas, por ejemplo, producían libro a libro para los más ricos. El libro entonces era considerado un objeto sagrado. Cuando vino la revolución de Gutenberg con la imprenta, aparecieron reglas públicas. La primera edición de esa imprenta fue la Biblia, y allí apareció una duda: ¿podrá ponerse una Biblia en cada mano? De allí se pensó en contrapartes éticas para esa nueva masificación de la información. Por ejemplo: la exactitud de los textos y la responsabilidad con los lectores al llegar a públicos más amplios. Esa ética caminaba junto al desarrollo de la técnica.
El fenómeno continuó con la radio, después con la TV y ahora con Internet. Las actitudes condicionadas con la evolución de la técnica. Ha sido necesario entonces darles aplicación de acuerdo con la naturaleza de la nueva tecnología y ha resultado que siempre ha mantenido su vigencia y los principios asociados a la verdad, el ejercicio de la justicia y la libertad. No se trata entonces de una nueva ética sino de nuevas aplicaciones que de la ética se hacen en estos nuevos espacios. No son adaptaciones, porque las adaptaciones aluden al oportunismo. Como ha sucedido con los códigos de otros medios, sucede con Internet: aparecen los códigos como necesidades que inducen estos medios. Unos de esos temas es el de la relación entre Internet y publicidad. ¿Se puede decir que las audiencias necesitan publicidad? ¿Hay restricción ética para los contenidos patrocinados? ¿El fin de Internet es dar diversión o sólo informar?
Es lo mismo que sucede entre medios impresos, la TV o la radio con la publicidad. El hecho es que la publicidad aprovecha el espacio informativo como rampa para sus campañas. El dueño cree que le compran un espacio, cuando en realidad le compran su credibilidad.
El periodista detecta que se trata de algo más que un negocio, se trata de aprovechar un intangible que ha costado tiempo y esfuerzo: su credibilidad. El mensaje es claro: así como los lectores confían en la información, los anunciantes esperan que también confíen en su publicidad. Eso se está repitiendo en Internet.
Otra frontera es la diferencia entre información y opinión. Sin embargo, el periodista ciudadano, por falta de formación ética, cree legítima la falta de frontera entre opinión e información. En efecto, constituye una deformación de los hechos cuando se presentan ligadas junto al relato del que habla y es un engaño presentar como hecho lo que son opiniones. La libertad para opinar no ha desaparecido con la aparición de las tecnologías, pero aún se debe separar la labor del periodista de los alcances de los espacios de opinión.
Sobre propiedad intelectual: Internet ha dado la idea de que sus contenidos son de todos. No se pensaba así de los contenidos impresos o los difundidos en la radio y la TV, y como en estos medios, el sentido de justicia impone el respeto por la propiedad intelectual. Aquel que haya hecho una pequeña noticia sabe que eso exige mucho trabajo, todos sabemos que el trabajo con la información implica horas de esfuerzo, ¿por qué debemos trabajar para que otro gane?
Esto no significa que la justicia no deba imponerse. ¿Por qué apropiarme de un diseño para difundir la mentira de que tengo ese talento? Una legislación en esta materia deberá contemplar defensa para los autores y penas para los responsables, para que no se agote la producción de contenidos originales y de Se destaca el engaño de ofrecer información como parte del entretenimiento. El periodista sabe que su aporte a la sociedad es ofrecer información de calidad.