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El periodismo, una profesión de miedo

Los periodistas de Valledupar amenazados en mayo de 2013, luego de una reunión en el comando de Policía Cesar. EL PILÓN / Archivo.

Un día lo soñé, otro día trabajé con sacrificio para hacerlo realidad y desde hace seis años me despierto ejerciendo el oficio más hermoso del mundo, como le he escuchado a los experimentados colegas referirse al periodismo.

Estoy totalmente de acuerdo con ellos, pero igual creo que no hay un trabajo que deje más sinsabores que el del periodista.

Les confieso que los momentos más extraños de mi labor se presentan cuando las noticias me remueven los sentimientos y más aún cuando la noticia es uno.
El 22 de diciembre de 2011, fui noticia. Salí en la portada de EL PILÓN cargando la estatuilla Sirena Vallenata, un reconocimiento del Círculo de Periodistas de Valledupar, CPV, que consideró que yo era el periodista joven de ese año.

Fue un momento sublime, en el que mis padres, demás familiares y amigos se sintieron muy orgullosos de mí. Decían que esto apenas empezaba y que Dios tendría cosas grandes para mí en este oficio, teniendo en cuenta que con apenas 23 años era corresponsal de Caracol Televisión, acababa de firmar contrato como editor judicial de EL PILÓN, luego de tres años como reportero y presentador del noticiero de televisión local Vallevisión Noticias, dolor de cabeza en ese entonces de RPT y Valledupar Noticias.

Creo que he tenido una carrera de muchas bendiciones, pero como dicen mis padres y mi esposa, faltan más.

Un año y medio después del reconocimiento del CPV, el 6 de mayo de 2013, mientras adelantaba un trabajo de la universidad, recibí una llamada de mi jefe de redacción en EL PILÓN, Yelene Cuan. Me dijo que un grupo armado, al que llamaré X, había dejado un panfleto en la puerta del periódico y que me daba 24 horas a mí y a otros siete colegas para que saliéramos de la ciudad, porque desde ese momento éramos su objetivo militar.

Nos amenazaron, según ellos, por sapos y por meter narices en asuntos que a ciertas personas no les conviene que salgan a la luz pública.

La verdad no sentí miedo de las amenazas, sabía que algún día iban a llegar, pero lo que si me quebrantó fue ver llorar a mis padres, lamentándose por algo que me podía pasar. Ya no se sentían contentos por mi trabajo y como nunca los vi clamar a Dios para que me protegiera.

Ni qué decir de mi esposa. Me pidió que dejara eso del periodismo, que montáramos un negocio (porque es muy buena para las ventas) y que si era el caso ella se hacía cargo del hogar.

La luz en medio de tantas lágrimas y noches de trasnocho meditabundo, fue ver el amor de mis seres queridos, amigos que hacía mucho rato no veía; tíos, primos y demás familiares que después de un año y cuatro meses de haberme casado conocieron mi casa, en la que estuve encerrado más de una semana y los que no me visitaron, por lo menos me hicieron una llamada para darme una voz de aliento.

Mientras la situación hacía pensar a mis seres queridos que este era oficio desagradecido, a mi mente llegaron imágenes de los hechos de orden público que he cubierto desde el 2008, cuando comencé.

Los recuerdos me explicaron que si bien es cierto hay riesgo para ejercer el periodismo en Colombia y más aún en la provincia, también hay peligro al caminar por las calles con un celular, han muerto más personas en manos de atracadores que por ventilar a través de una noticia lo que está mal.

Entonces le dije a mi esposa: “a cuántos comerciantes amenazan a diario con la extorsión, a cuántas personas han matado por no dejarse robar el celular, por no entregar el producido de su negocio o a la salida de un banco luego de retirar su ahorros. Estamos en un mundo donde todo es un riesgo”.

Un poco convencida, me dijo que cambiara de fuente, que hiciera noticias de deporte o farándula. Le dije que tampoco era la mejor opción, porque he conocido casos de colegas que han sido amenazados por dirigentes deportivos o como en el caso de nuestro caricaturista Safady, que fue blanco de todo tipo de intimidaciones por criticar a ‘El Cacique de La Junta’ cuando se ganó el premio Gramo… Perdón, el Grammy.

Para complementar la discusión, llegó el comentario de Donald Montaño, un experimentado camarógrafo ‘corresponsal de guerra’, diría yo, que como burlándose de la difícil situación que yo estaba atravesando, aseguró que por fin me había graduado de periodista.

“Hace años caminé por la sierra obligado por guerrilleros, sin saber si volvía a casa, ahora es un tiempo suave para hacer noticias, solo es una amenaza y al periodista cuando lo amenazan es porque está haciendo las cosas bien”, expresó mientras me daba una palmada en la espalda.

Tiempo después, la periodista Gina Morelo, presidenta de Consejo de Redacción y editora de la unidad de datos de El Tiempo, en una conferencia que dictó en Valledupar dijo algo muy duro, pero cierto.

“A quien le de miedo denunciar la corrupción, mostrar la verdad pese a la oposición de sectores oscuros, que mejor se dedique a vender jugos en una esquina, sin menospreciar a quienes viven de esa actividad”, estoy parafraseando.

Según cifras de la Fundación para la Libertad de Prensa, FLIP, en el 2014, 32 trabajadores de medios han sido agredidos, 69 amenazados, seis detenidos ilegalmente, uno ha tenido que exiliarse, uno ha sido víctima de atentado y solo hay un caso de homicidio, que ocurrió el pasado 12 de agosto, cuando el periodista Luis Cervantes fue atacados a tiros en Tarazá, Antioquia. Sin embargo, la FLIP no ha reconocido que este crimen esté relacionado con la actividad periodística de Cervantes.

Al final concluimos que este oficio no es para cobardes, pero tampoco es para creerse superhéroe. Se trata de trabajar con prudencia, responsabilidad y objetividad con el único fin de brindarle a la ciudadanía los suficientes elementos de juicio para entender mejor la realidad.

Por Martín Elías Mendoza / EL PILÓN

Categories: Judicial
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