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El descubrimiento de las minas de EL Cerrejón

Esta es la portada de Lecturas Dominicales de El Tiempo, donde fue publicado el artículo.

“El tiempo pasa con gran vanidad”: Leandro Díaz (Poeta de las tierras del carbón).

Al más desprevenido de los humanos le suscita inquietud que se firme un contrato de dimensiones colosales como el de El Cerrejón (zona norte) que en 23 años generará una producción neta de 58.000 millones de dólares. Semejante guarismo expresa la magnitud de las obras de ingeniería que hoy se realizan en la península guajira. Se halla allí uno de los mantos carboníferos más grandes del mundo, conocido hace más de un siglo, desde cuando John May descubrió en la antigua provincia de Santa Marta los yacimientos del mineral.

Consta su hallazgo en cartas al secretario de Hacienda y Fomento y al Presidente Julián Trujillo, de fechas 8 de octubre de 1865 y 28 de enero 1879, respectivamente.

John May, un ingeniero civil norteamericano que a mediados del siglo pasado había trabajado en la célebre compañía del ferrocarril de Panamá y que luego cubrió de vapores el río Magdalena, poseía el sentido práctico que los sajones profesaban como una religión a lo largo del siglo XIX y que a bien quisieron los liberales para sus nacientes repúblicas. En sus cartas se dicen cosas que el tiempo ha venido a confirmar.

El descubrimiento

Se trataba, entonces, de abrirle camino a un nuevo mundo a fuerza de la indigencia de gobiernos y ciudadanos. Las vastas depredaciones de los conquistadores españoles no tardarían las nuevas conquistas, puesto que la tierra conservaba aún el halo de las primeras minas y los países recientes cifraban esperanzas en los tiempos modernos llevados de la mano de la industria occidental. España nunca previó las transformaciones de la nueva economía y esta arrastraba consigo, cual nutriente material, al carbón, cuyo valor e importancia se precisan en lo imprescindible que se hacía para el desarrollo del capitalismo inglés después de las primeras revoluciones técnicas. Bien lo entendía John May cuando se enteró de que en la margen derecha el río Magdalena existirían ricos yacimientos.

En un periodo de la historia colombiana en que la voluntad de los gobiernos chocaba con la atención a las gravosas obligaciones con los financistas ingleses, heredadas de aquellos famosos empréstitos de Zea, John May avizoró diáfana solución en las exploraciones carboníferas.
“En 1862 propuse a los acreedores ingleses que hicieran un arreglo con el Gobierno, para trabajar las minas de carbón que supe existían en la antigua provincia de Santa Marta. Pero habiendo anteriormente rechazado dichos señores la oferta del gobierno de México de cederles el territorio de California en pago de sus reclamos, tampoco dieron paso alguno para aprovecharse de mis recomendaciones”.

En 1864 se dirige al presidente Murillo Toro exponiéndole su idea: se descubrirían carbones en las sabanas que rodean la base de la Sierra Nevada de Santa Marta. Al poco tiempo arribará a esas tierras:
“En 1864 el Gobierno me comisionó para levantar los planos de los caños de Pueblo-Viejo (hoy Pueblo Bello, cerca a Valledupar. N. del A.) y después de ejecutar este trabajo, pedí permiso para poner a prueba la exactitud de mis ideas respecto de la existencia de depósitos carboníferos en el Valle Dupar, y efectivamente el 7 de mayo del año siguiente descubrí las minas de carbón de ‘cannel’, situadas en las orillas del río Serrejón, en el distrito de Padilla, contrariando opiniones muy en boga entre todos los geólogos de otros tiempos, que juzgaron que el carbón no podía existir en países donde abundaban los volcanes”.

Demostración

Así describe la ubicación geográfica del yacimiento, que a sus ojos no puede ser más favorable:
“Las minas están situadas a orillas del río Serrejón, cerca de cinco leguas de Barranca, y están equidistantes de las ciudades de Riohacha y Maracaibo, cerca de catorce leguas; el suelo es perfectamente igual en todas direcciones, y por consiguiente muy a propósito para la construcción de un ferrocarril”.

El 6 de octubre, ya en Bogotá, John May realiza una demostración del mineral en la Casa de la Moneda en presencia del Presidente Murillo Toro. Se sabe en delante de su gran calidad: el carbón posee un gran contenido de azufre y cenizas y un alto poder calorífico, de suerte que May lo compara con el carbón de Boghead – en ese tiempo de los conocidos el mejor-. Es igual o superior. El 8 en su informe al secretario de Hacienda dice pormenorizadamente del descubrimiento, la aplicación del carbón en los transportes y las industrias –“en la última guerra civil los vapores del gobierno estadounidense emplearon carbón de esta calidad traído de Inglaterra”-, y de las ventajas económicas para la nación. Lo deslumbra, en lo que insiste en la extensión de los yacimientos y las condiciones favorables a la explotación:
“Pero sin entrar a minucioso detalles estadísticos, es evidente que si la Nueva Granada posee unas minas de carbón de la calidad y abundancia de las que aseguro haber descubierto, sitas también a una distancia cómoda del mar, tiene en sus manos el poder para la creación de una renta que, una vez desarrollada y organizada, no puede menos que establecerle el crédito que ahora le falta, desde el momento en que se sepa el hecho; y elevarla al rango de la república más rica y más importante de sur-américa (…). A demás en el Valle-Dupar se descubren en la superficie capas de carbón suficientes para el consumo del mundo durante muchos años, mientras que en las de Europa hay que buscarlas a veces en grandes profundidades, de muchas centenas de yardas”.

Papeleos

La respuesta del presidente Murillo Toro no podía ser más amplia y esperanzadora. Tal vez no se advertía que la generalidad es la distinguida enemiga de las realizaciones:
“Póngase en explotación por cuenta de la República las minas de carbón descubiertas a orillas del río Riohacha (hoy ranchería N. del A.) y sus afluentes, en territorio del estado del Magdalena, y procédase a la demarcación del terreno necesario para los trabajos de exploración y demás efectos accesorios”.

Semejante disposición, alimentada sobro todo de deseos, aumentó el rimero de papeles, fiel testimonio de los largos pasos del tiempo. Nada se hizo. Los pocos aventureros que osaron hacer algo para usufructuar las minas marchitaron sus ilusiones. Uno de ellos fue el mismo John May: había sido comisionado para formar una compañía anónima, de mejor suerte, que se encargara de la construcción de un ferrocarril de las canteras a la costa. Tal comisión pudo entenderlo, aún más –recordemos que May trabajó en los proyectos del Ferrocarril de Panamá- en las posibilidades de ese eficiente medio de transporte que fue en el siglo pasado el Ferrocarril de Panamá. Nuestros productos de comercio interno y los de exportación iban a buen destino gracias a él. Pero si no era nada original pensar en ese medio de transporte en aquellos tiempos, no podía demeritarse sino más bien admirar su proyecto de dirigir las traviesas a los puertos naturales de la Alta Guajira. Los años absolvieron de toda duda el proyecto de John May.

Catorce años después del descubrimiento, en 1879, está seguro que de su opinión será confirmada por el comercio de Inglaterra y los Estados Unidos.
Los empresarios se interesaban al punto de que William Fleig, director del departamento Minero norteamericano, se desplazó hasta el país. De otro lado, las necesidades económicas de la nación hacían imperiosa la explotación. Su nueva propuesta era oportuna en consideración al insostenible déficit fiscal y a la baja de las exportaciones:
“La formación de una empresa capaz de atraer numerario al país, que en la actualidad carece de este importante elemento de prosperidad es, en el día, de una urgencia apremiante”.

Pero John May quería dejar algunas constancias sobre el papel. Los obstáculos a la explotación no eran gratuitos. El, que había vivido entre oleadas de anofeles las duras faenas del Canal de Panamá, tal vez creyó que una nueva plaga, casi de igual naturaleza, se cernía sobre El Cerrejón. Pero nuestros gobernantes, guardándose el deseo, ocupados bastante en sus enemigos políticos gastarían sus energías pacificadoras en otro sentido.

Beligerancia guajira

La historia registra los grandiosos levantamientos guajiros en amparo del contrabando y contra la violencia española en 1769, antes de la insurrección comunera. John May encuentra serio impedimento a la realización de su empresa en la adversidad del nativo. El desdén del sajón reconoce en términos peyorativos la valentía del indio en defensa del desierto libre:
“…y varias empresas se han iniciado con el objeto de explotar las nuevas minas, pero todos los esfuerzos en este sentido han fracasado. Ningún capitalista se atreverá a invertir su dinero en construcciones permanentes en un país amenazado constantemente, entre otros inconvenientes, por tribus belicosas y salvajes, y donde es tan difícil hacer efectivas las garantías individuales”.

Cuando el General Julián Trujillo recibió de buen agrado la carta de John May, dejó toda viabilidad en manos del Congreso. La situación política agitada por el surgimiento de los regeneradores –cuya solución para la escasez del numerario fue el desaforado papel moneda- y las presentes guerras civiles, no era para hacerse quimeras. En el mundo se desarrollaba un proceso que lo confirmaba. Las postrimerías de siglo anunciaban la era del petróleo, más barato y más práctico, y el predominio de los Estados Unidos como primera fuerza capitalista. El interés por el carbón se redujo. Lo que este le había dado a los ingleses, se lo ofrecía el petróleo a los norteamericanos. Sin embargo contra todo designio las sugerencias de John May retomarían el hilo de los años perdidos, despejando el futuro:
“En caso de que el Gobierno resolviese acometer este negocio por su propia cuenta, habrá que dictar ciertas disposiciones, para lo cual la empresa misma proporcionará los fondos, y aun estos se pueden conseguir de otra manera en caso necesario. Un código de leyes especiales, el mayor respeto por el derecho de propiedad, y una fuerza armada, son los requisitos más esenciales. En Bahía- Honda indudablemente se levantará una nueva ciudad de primer orden y se necesita un ferrocarril de 70 a 80 millas de longitud para unir las minas de carbón de cannel con el puerto de embarque; a lo menos si no se hacen nuevos descubrimientos más cercanos al mar, puesto que todo el territorio de la Guajira es de formación carbonífera. El puerto de Bahía Honda, como se verá en el plano anexo, es uno de los más espaciosos y mejores conocidos del mundo, accesible en todas las estaciones para los buques de guerra blindados de mayor cala, con agua dulce en las orillas y abrigo contra todo viento”.
Debemos vigilar de cerca el desarrollo de las explotaciones de El Cerrejón para que sus utilidades sean las mayores en beneficio de los colombianos. El compromiso es con la nación, es decir, con nosotros mismos; con el humilde, el indígena y el trabajador. Las valiosas informaciones de John May no habrían sido en vano.

Por Juan Carlos Quintero Castro

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