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¡Y el plato no apareció!

Ya nos acostumbramos a no abrazarnos en saludo,  olvidamos los besos y los secretos al oído, los tapabocas se volvieron moda, los modelos azules de las primeras semanas, hoy traen figuras de flores,  animales, logos empresariales, y algunos deben combinar con la camisa, la blusa o el bolso  personal.

Si estuviéramos en campaña electoral, como en los Estados Unidos, por ejemplo, era fácil que nuestros candidatos, sin necesidad de hacer encuestas, solo por el color, el número del tarjetón, saber quiénes tenían las mayorías. Y claro, sin ninguna campaña institucional los ganadores seguirán usando el símbolo del virus hasta meses después de los ganadores como ocurre con los avisos de los vehículos y los afiches de las casas, que a un año, como acaban de cumplir los mandatarios de elegidos, siguen pegados a la puerta los ganadores.

Ya no saludamos de mano, seguimos parámetros alimenticios de dieta sana, ejercicios, y autocuidado la nueva realidad que llaman. Los salones de belleza con sus litros de tintes sufrieron sus estragos, fue un gusto  ver personas en la calle sin saludarlas, con el cabello que la edad propone, y de ñapa el rostro cubierto fue la trampa para desconocer a personas conocidas, se que volvieron seres desconocidos, cirugías de narices y diseños de sonrisa quedaron tapados por la máscara obligatoria. 

La dieta Valledupar tiene un problema gastronómico sin resolver, es el plato típico de la ciudad, luego de varios ensayos entre el sancocho de res, el guiso de cerdo y el arroz con fideos, los expertos dijeron que en una región ganadera el queso con yuca en los hogares de menos economía era infaltable, otros decidieron agregarle cerdo y gallina al sancocho con un nombre: Trifásico. Y el problema estaba solucionado.

Mientras había consenso sobre el plato típico vallenato cada quien escogió a su gusto. Salió una generación de pipones y barrigonas, que definían, según el tamaño de su panza, lo que realmente era la vallenatía.

Aparecen      las   primeras        preocupaciones cardiovasculares y los modelos de revistas, entonces todas y todos querían ser flacos y flacas como un hilo,  luego la pandemia enredó la cosa parecíamos ovillos, hartos de ibuprofeno y moringa en todas partes.

Alcaldes preocupados copiaron modelos saludables y montaron programas de ejercicios matutinos en  parques, donde jovencitas bailaban reguetón, frente a unas pesadas señoras cincuentonas, con problemas de rodillas y caderas, y las mandaron a sus casas, consientes que sus tiempos mejores pasaron.

De ahí nacieron los grupos religiosos que forman escándalos musicales en las iglesias, y sin moverse de sus sillas, salen convencidas que los ejercicios espirituales son más productivos.

Venía a hablar de libros de David S. Kidder y Noah D. Oppenheim, de Eric Hobsbawam, de Cyril Aydon, de Lewis Dartnell, Peter Watson o Yuval Noah Harari, para entender como somos, pero la vallenatía nos robó el espacio. Será la próxima.

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