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Crónica - 1 octubre, 2020

Valledupar en una continuidad de espejos

El escritor Carlos César Silva entrevistó al docente Luis Barros Pavajeau y a los estudiantes Valentina Ayure Méndez y Juan José Tapia Navarro a propósito del lanzamiento del libro Valledupar Intersecciones: Bitácora y Grafito.

Valledupar Intersecciones: Bitácora y Grafito, es una explosión sigilosa de nostalgias, incertidumbres y rebeldías. Luis Barros Pavajeau, profesor de Literatura y Ciudad de la Universidad Popular del Cesar, ideó un ejercicio democrático para que sus estudiantes escribieran con libertad sobre Valledupar. El resultado fue un hermoso libro de corazonadas y reflexiones que colisionan y se abrazan al mismo tiempo. A continuación, una charla con Barros Pavajeau y dos de sus estudiantes: Valentina Ayure Méndez y Juan José Tapia Navarro.

Diálogo con Luis Barros Pavajeau

¿Cómo surgió la idea de hacer este trabajo?

Literatura y Ciudad es una asignatura que ofrece la posibilidad de registrar la urbe a través de la escritura. Sólo se trataba de potencializar los trabajos de los alumnos a través de una edición. No quería que nos quedáramos con los conceptos de la ciudad en la historia, sino que ellos tomaran esa teoría y la interiorizaran con la experiencia de su voz. Ahí radica el valor de Valledupar Intersecciones: Bitácora y Grafito, en que es una reflexión ciudadana desde la academia. Y ahí vuelve a aparecer la ciudad como en una continuidad de espejos porque la urbe es la sede del pensamiento, la cuna de nuestras ideas más preciadas.

Tú tomaste las fotos que aparecen en el libro. ¿Qué tipo de conexión tienen esas imágenes con los pequeños relatos de tus alumnos?

Inicialmente, ellos mismos tomarían sus fotografías en los recorridos urbanos programados. Pero la pandemia del covid-19 nos obligó a estudiar otras opciones. Entonces me acordé de esas fotos que tenía guardadas. Y sí, creo que funcionan con los relatos porque no quería que imágenes explícitas repitieran los textos. Las fotografías miran la ciudad desde otros ángulos, haciéndola aparecer un poco diferente. Los textos conjugan esa idea. El sello de cada uno de ellos, revela las otras ciudades que habitan en Valledupar.

La ciudad que sienten y cuentan estos chicos es más urbana que rural. ¿Hay en el libro una especie de ruptura con la Valledupar provinciana?

Aunque ya no somos vallenatos a la manera de Urbanito Castro que el renombre de caporal le llegaba hasta Codazzi, no hay una intencionalidad en esa ruptura. Aunque parezca cierta esa división, la idea no es tan cierta; ninguna ciudad puede sobrevivir sin el campo. Nada más hay que ver la dinámica de los mercados públicos en donde coincide casi todo el territorio. Pero sí, la ciudad cada vez es más urbana. 

¿Se puede decir que este libro tiene como propósito demostrar que Valledupar no se reduce al acordeón y a la parranda, sino que tiene múltiples expresiones?

Exactamente. Esta es una pequeña muestra de lo que ocurre desde hace unos años. La ciudad genera constantemente historias que se narran desde múltiples disciplinas artísticas. Y en estos tiempos de globalización que tiende a homogenizar discursos, trabajar el patrimonio que tenemos es una excelente inversión. Es increíble que aún haya gente que no sepa que parte de nuestra riqueza es la narrativa de la memoria cultural.

Diálogo con Valentina Ayure Méndez

En tu relato, que está narrado en forma de carta, eres descrita por tu papá como “la valiente, la que se cree fuerte”. Sin embargo, como lo insinúa tu progenitor, no es difícil darse cuenta que escribiste cada palabra con dolor.

Lo nostálgico del texto no es más que la constitución de mi inspiración, los recuerdos melancólicos hacen que esa musa llegue a mí con mayor facilidad, la tristeza es de los sentimientos más fuertes que hay. Además en este caso la literatura me dio la posibilidad de mantener la memoria de mi padre y tomar los tristes recuerdos de su muerte para parir una narración, tal como lo dice Piedad Bonnett en su obra ‘Lo que no tiene nombre’: “yo he vuelto a parirte, con el mismo dolor, para que vivas un poco más”.

En la carta tu papá dice que “te encanta leer y escribir”. ¿Para qué te ha servido la literatura?

Me ha servido como medio para expresarme en todos los sentidos y me ayuda a crear nuevas realidades. La literatura es una revelación de vida y  humanidad. Tiene el poder de mostrar la intimidad de las motivaciones humanas aún mejor que la propia observación directa de las personas, literatura es arte que crea un reflejo de la realidad con ese toque de peculiaridad estética que se constituye en un mundo propio.

Hay una frase hermosa en tu relato: “una jaula de oro sigue siendo una prisión”. ¿Valledupar es una cárcel del aburrimiento, de la desesperanza?

Valledupar es una ciudad de tradiciones, de cultura, de música, gente carismática que siempre está dispuesta a ayudar, pero no es solo pensar que tan hermosa es la ciudad o de sentirnos orgullosos de su riqueza cultural, es ver lo negativo, por más hermosa y perfecta que la tratemos de ver, siguen existiendo lo que trata de oprimir esa belleza, los niños que duermen en las calles, los deplorables estados de algunos de los barrios, la delincuencia; de ahí viene el concepto “una jaula de oro sigue siendo una prisión”.

Diálogo con Juan José Tapia Navarro

En tu relato, al referirte a Valledupar, dices “no me perdono por pensar que solo eres agua”. ¿Qué otra cosa es esta ciudad?

Para poder responder esa pregunta es necesario decir que provengo de otra ciudad. En efecto, siempre que escuchaba hablar sobre Valledupar mi mente se remitía al Río Guatapurí. Las personas no perciben a Valledupar como una ciudad turística como Santa Marta o Cartagena, pero al familiarizarse con sus calles te das cuenta de algo: Valledupar es la ciudad donde lo irreal puede ser posible, desde la historia de Francisco El Hombre hasta la sirena del balneario Hurtado. Valledupar es la ciudad donde las historias de amor se convierten en canciones y los paisajes se transforman en inspiración.

Asimismo, afirmas en tu texto que “la cultura vallenata calcina los pesares”. ¿La cultura vallenata se reduce a la música de acordeón?

No. Si bien es cierto que la cultura vallenata es reconocida a nivel nacional e internacional por la música, Valledupar es más que guacharaca, caja y acordeones. La cultura de Valledupar se devela por el paisaje que baila con sus habitantes al compás del pilón, son sus personajes: su Cacica, su Escalona.

Al leer tu texto sentí que describías a una Valledupar algo idílica. ¿Dónde dejaste la ciudad de los atracos, los homicidios y la pobreza?

En el extranjero ven a Valledupar y a Colombia como un país marginal, un lugar donde la piel es tatuada con un color carmesí y el abuso del poder genera cicatrices. Reconocemos lo negativo y eso se ve en nuestro libro, al igual que el carácter de una ciudad idílica. Sin embargo, nuestra intención no fue profundizar en el aspecto marginal que se suscita en la ciudad, pues así solo incrementaríamos las razones por las cuales se desconoce lo que realmente nos identifica: nuestra cultura.

Crónica
1 octubre, 2020

Valledupar en una continuidad de espejos

El escritor Carlos César Silva entrevistó al docente Luis Barros Pavajeau y a los estudiantes Valentina Ayure Méndez y Juan José Tapia Navarro a propósito del lanzamiento del libro Valledupar Intersecciones: Bitácora y Grafito.


Valledupar Intersecciones: Bitácora y Grafito, es una explosión sigilosa de nostalgias, incertidumbres y rebeldías. Luis Barros Pavajeau, profesor de Literatura y Ciudad de la Universidad Popular del Cesar, ideó un ejercicio democrático para que sus estudiantes escribieran con libertad sobre Valledupar. El resultado fue un hermoso libro de corazonadas y reflexiones que colisionan y se abrazan al mismo tiempo. A continuación, una charla con Barros Pavajeau y dos de sus estudiantes: Valentina Ayure Méndez y Juan José Tapia Navarro.

Diálogo con Luis Barros Pavajeau

¿Cómo surgió la idea de hacer este trabajo?

Literatura y Ciudad es una asignatura que ofrece la posibilidad de registrar la urbe a través de la escritura. Sólo se trataba de potencializar los trabajos de los alumnos a través de una edición. No quería que nos quedáramos con los conceptos de la ciudad en la historia, sino que ellos tomaran esa teoría y la interiorizaran con la experiencia de su voz. Ahí radica el valor de Valledupar Intersecciones: Bitácora y Grafito, en que es una reflexión ciudadana desde la academia. Y ahí vuelve a aparecer la ciudad como en una continuidad de espejos porque la urbe es la sede del pensamiento, la cuna de nuestras ideas más preciadas.

Tú tomaste las fotos que aparecen en el libro. ¿Qué tipo de conexión tienen esas imágenes con los pequeños relatos de tus alumnos?

Inicialmente, ellos mismos tomarían sus fotografías en los recorridos urbanos programados. Pero la pandemia del covid-19 nos obligó a estudiar otras opciones. Entonces me acordé de esas fotos que tenía guardadas. Y sí, creo que funcionan con los relatos porque no quería que imágenes explícitas repitieran los textos. Las fotografías miran la ciudad desde otros ángulos, haciéndola aparecer un poco diferente. Los textos conjugan esa idea. El sello de cada uno de ellos, revela las otras ciudades que habitan en Valledupar.

La ciudad que sienten y cuentan estos chicos es más urbana que rural. ¿Hay en el libro una especie de ruptura con la Valledupar provinciana?

Aunque ya no somos vallenatos a la manera de Urbanito Castro que el renombre de caporal le llegaba hasta Codazzi, no hay una intencionalidad en esa ruptura. Aunque parezca cierta esa división, la idea no es tan cierta; ninguna ciudad puede sobrevivir sin el campo. Nada más hay que ver la dinámica de los mercados públicos en donde coincide casi todo el territorio. Pero sí, la ciudad cada vez es más urbana. 

¿Se puede decir que este libro tiene como propósito demostrar que Valledupar no se reduce al acordeón y a la parranda, sino que tiene múltiples expresiones?

Exactamente. Esta es una pequeña muestra de lo que ocurre desde hace unos años. La ciudad genera constantemente historias que se narran desde múltiples disciplinas artísticas. Y en estos tiempos de globalización que tiende a homogenizar discursos, trabajar el patrimonio que tenemos es una excelente inversión. Es increíble que aún haya gente que no sepa que parte de nuestra riqueza es la narrativa de la memoria cultural.

Diálogo con Valentina Ayure Méndez

En tu relato, que está narrado en forma de carta, eres descrita por tu papá como “la valiente, la que se cree fuerte”. Sin embargo, como lo insinúa tu progenitor, no es difícil darse cuenta que escribiste cada palabra con dolor.

Lo nostálgico del texto no es más que la constitución de mi inspiración, los recuerdos melancólicos hacen que esa musa llegue a mí con mayor facilidad, la tristeza es de los sentimientos más fuertes que hay. Además en este caso la literatura me dio la posibilidad de mantener la memoria de mi padre y tomar los tristes recuerdos de su muerte para parir una narración, tal como lo dice Piedad Bonnett en su obra ‘Lo que no tiene nombre’: “yo he vuelto a parirte, con el mismo dolor, para que vivas un poco más”.

En la carta tu papá dice que “te encanta leer y escribir”. ¿Para qué te ha servido la literatura?

Me ha servido como medio para expresarme en todos los sentidos y me ayuda a crear nuevas realidades. La literatura es una revelación de vida y  humanidad. Tiene el poder de mostrar la intimidad de las motivaciones humanas aún mejor que la propia observación directa de las personas, literatura es arte que crea un reflejo de la realidad con ese toque de peculiaridad estética que se constituye en un mundo propio.

Hay una frase hermosa en tu relato: “una jaula de oro sigue siendo una prisión”. ¿Valledupar es una cárcel del aburrimiento, de la desesperanza?

Valledupar es una ciudad de tradiciones, de cultura, de música, gente carismática que siempre está dispuesta a ayudar, pero no es solo pensar que tan hermosa es la ciudad o de sentirnos orgullosos de su riqueza cultural, es ver lo negativo, por más hermosa y perfecta que la tratemos de ver, siguen existiendo lo que trata de oprimir esa belleza, los niños que duermen en las calles, los deplorables estados de algunos de los barrios, la delincuencia; de ahí viene el concepto “una jaula de oro sigue siendo una prisión”.

Diálogo con Juan José Tapia Navarro

En tu relato, al referirte a Valledupar, dices “no me perdono por pensar que solo eres agua”. ¿Qué otra cosa es esta ciudad?

Para poder responder esa pregunta es necesario decir que provengo de otra ciudad. En efecto, siempre que escuchaba hablar sobre Valledupar mi mente se remitía al Río Guatapurí. Las personas no perciben a Valledupar como una ciudad turística como Santa Marta o Cartagena, pero al familiarizarse con sus calles te das cuenta de algo: Valledupar es la ciudad donde lo irreal puede ser posible, desde la historia de Francisco El Hombre hasta la sirena del balneario Hurtado. Valledupar es la ciudad donde las historias de amor se convierten en canciones y los paisajes se transforman en inspiración.

Asimismo, afirmas en tu texto que “la cultura vallenata calcina los pesares”. ¿La cultura vallenata se reduce a la música de acordeón?

No. Si bien es cierto que la cultura vallenata es reconocida a nivel nacional e internacional por la música, Valledupar es más que guacharaca, caja y acordeones. La cultura de Valledupar se devela por el paisaje que baila con sus habitantes al compás del pilón, son sus personajes: su Cacica, su Escalona.

Al leer tu texto sentí que describías a una Valledupar algo idílica. ¿Dónde dejaste la ciudad de los atracos, los homicidios y la pobreza?

En el extranjero ven a Valledupar y a Colombia como un país marginal, un lugar donde la piel es tatuada con un color carmesí y el abuso del poder genera cicatrices. Reconocemos lo negativo y eso se ve en nuestro libro, al igual que el carácter de una ciudad idílica. Sin embargo, nuestra intención no fue profundizar en el aspecto marginal que se suscita en la ciudad, pues así solo incrementaríamos las razones por las cuales se desconoce lo que realmente nos identifica: nuestra cultura.