Lo que pasa con los centros de manzana del Centro Histórico de Valledupar es muy elocuente y muestra las consecuencias de la presión sobre la ciudad en aspectos sociales como el déficit de vivienda, de tránsito, de espacio público, el desordenamiento territorial, la largueza de las curadurías y la fragilidad y omisión de los sucesivos gobiernos municipales.
Lo que pasa con los centros de manzana del Centro Histórico de Valledupar es muy elocuente y muestra las consecuencias de la presión sobre la ciudad en aspectos sociales como el déficit de vivienda, de tránsito, de espacio público, el desordenamiento territorial, la largueza de las curadurías y la fragilidad y omisión de los sucesivos gobiernos municipales.
Pero hoy no vamos a mencionar a esos centros de manzana que se los fueron tomando los vecinos, ávidos de construir habitaciones para alquiler, y de los otros aspectos, sino de la presión de los carros para parquear en el ampliado centro de la ciudad. Nos referiremos al tema del titular, el de los parqueaderos.
Cuando se hizo la primera recuperación de la Plaza Alfonso López y del Centro Histórico, bajo el gobierno de Rodolfo Campo, y este concluyó su segundo mandato, su sucesor, hace 26 años, el alcalde Elías Ochoa, decidió construir en la carrera séptima el parqueadero municipal, llamado Calle Grande. Lo hizo en un edificio que resolvía dos necesidades: la de los vendedores ambulantes, de un lado, y, del otro, la de los vehículos. Ochoa, como economista y agudo observador, identificó una creciente demanda de vehículos, con todo y que era un periodo en el cual no había tantos carros y no había llegado la explosión de la motocicleta.
Hoy los carros no caben en el centro de la ciudad.
La actual proliferación de carros en el Centro Histórico a pesar de que la pandemia y las obras bajan su tráfico, indica que lo que viene, cuando se llegue a las condiciones normales, será muy grave.
Lo que se pensó en la administración Ochoa fue regular e intervenir el mercado de estacionamiento de vehículos en la zona central de Valledupar, lo que podría ser un negocio para las finanzas municipales con una renta permanente. Pero el buen propósito comercial resultó a medias y quedó claro que hacia adelante los espacios de parqueaderos debían ofrecerlos los privados.
Hoy se requiere intervenir ese mercado para establecer una política, que deriva de la sectorial de Tránsito, pero que tiene relación con el manejo del espacio público de la sectorial de Gobierno. Determinar qué tipo de vehículos pueden transitar en el centro, incluida la regulación de motos, y en qué lugares se deben ubicar; la señalización, la forma de circulación, la cual será limitada por razones obvias después de concluirse las obras (además de la nueva peatonalización de algunos tramos).
Definir si habrá zonas de parqueaderos sobre las vías pero con algún tipo de remuneración o concesión; si se autorizan más parqueaderos y si se empieza pronto una definición de tarifas. Estas permitirán anticiparnos a un desbordado e imprevisto incremento de precios, pues la demanda por parquear está desenfrenada y la oferta es limitada. Para prevenirlo, una regulación tarifaria sería lo apropiado, lo que también puede generar orden y formalidad. Limitaría la demanda, es decir, la afluencia de carros a zonas que no son para los carros, e incentivaría otros usos, como bicicleta y peatón.
Es hora de diagnosticar los problemas del tránsito, analizarlos y desarrollar una política integral con resultados de corto y mediano plazo.
Lo que pasa con los centros de manzana del Centro Histórico de Valledupar es muy elocuente y muestra las consecuencias de la presión sobre la ciudad en aspectos sociales como el déficit de vivienda, de tránsito, de espacio público, el desordenamiento territorial, la largueza de las curadurías y la fragilidad y omisión de los sucesivos gobiernos municipales.
Lo que pasa con los centros de manzana del Centro Histórico de Valledupar es muy elocuente y muestra las consecuencias de la presión sobre la ciudad en aspectos sociales como el déficit de vivienda, de tránsito, de espacio público, el desordenamiento territorial, la largueza de las curadurías y la fragilidad y omisión de los sucesivos gobiernos municipales.
Pero hoy no vamos a mencionar a esos centros de manzana que se los fueron tomando los vecinos, ávidos de construir habitaciones para alquiler, y de los otros aspectos, sino de la presión de los carros para parquear en el ampliado centro de la ciudad. Nos referiremos al tema del titular, el de los parqueaderos.
Cuando se hizo la primera recuperación de la Plaza Alfonso López y del Centro Histórico, bajo el gobierno de Rodolfo Campo, y este concluyó su segundo mandato, su sucesor, hace 26 años, el alcalde Elías Ochoa, decidió construir en la carrera séptima el parqueadero municipal, llamado Calle Grande. Lo hizo en un edificio que resolvía dos necesidades: la de los vendedores ambulantes, de un lado, y, del otro, la de los vehículos. Ochoa, como economista y agudo observador, identificó una creciente demanda de vehículos, con todo y que era un periodo en el cual no había tantos carros y no había llegado la explosión de la motocicleta.
Hoy los carros no caben en el centro de la ciudad.
La actual proliferación de carros en el Centro Histórico a pesar de que la pandemia y las obras bajan su tráfico, indica que lo que viene, cuando se llegue a las condiciones normales, será muy grave.
Lo que se pensó en la administración Ochoa fue regular e intervenir el mercado de estacionamiento de vehículos en la zona central de Valledupar, lo que podría ser un negocio para las finanzas municipales con una renta permanente. Pero el buen propósito comercial resultó a medias y quedó claro que hacia adelante los espacios de parqueaderos debían ofrecerlos los privados.
Hoy se requiere intervenir ese mercado para establecer una política, que deriva de la sectorial de Tránsito, pero que tiene relación con el manejo del espacio público de la sectorial de Gobierno. Determinar qué tipo de vehículos pueden transitar en el centro, incluida la regulación de motos, y en qué lugares se deben ubicar; la señalización, la forma de circulación, la cual será limitada por razones obvias después de concluirse las obras (además de la nueva peatonalización de algunos tramos).
Definir si habrá zonas de parqueaderos sobre las vías pero con algún tipo de remuneración o concesión; si se autorizan más parqueaderos y si se empieza pronto una definición de tarifas. Estas permitirán anticiparnos a un desbordado e imprevisto incremento de precios, pues la demanda por parquear está desenfrenada y la oferta es limitada. Para prevenirlo, una regulación tarifaria sería lo apropiado, lo que también puede generar orden y formalidad. Limitaría la demanda, es decir, la afluencia de carros a zonas que no son para los carros, e incentivaría otros usos, como bicicleta y peatón.
Es hora de diagnosticar los problemas del tránsito, analizarlos y desarrollar una política integral con resultados de corto y mediano plazo.