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Columnista - 23 febrero, 2014

Un hijo se parece a su padre

Por: Marlon Domínguez  Seguimos escuchando en el evangelio de la Misa dominical “el sermón de la montaña”, un discurso que narra Mateo en los capítulos cinco, seis y siete y en el que Jesús expone lo esencial de sus enseñanzas. Es importante recordar la procedencia judía de Mateo y su intención de presentar el mensaje […]

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Por: Marlon Domínguez 

Seguimos escuchando en el evangelio de la Misa dominical “el sermón de la montaña”, un discurso que narra Mateo en los capítulos cinco, seis y siete y en el que Jesús expone lo esencial de sus enseñanzas. Es importante recordar la procedencia judía de Mateo y su intención de presentar el mensaje de Jesús teniendo como trasfondo la historia de Israel.

Hacía muchos años Moisés, el supremo legislador del pueblo, el amigo de Dios, había subido al monte Sinaí para recibir los mandatos de la ley; ahora Jesús sube al monte, se sienta (actitud propia de los maestros de la época), y reformula los preceptos de la ley mosaica, con una autoridad sin precedentes: “Habéis oído que se dijo… pero yo os digo…” Aquél discurso debió sonar atrevido, altanero y falto de juicio a los oídos de muchos. ¿Por quién se tenía aquél carpintero? ¿De dónde sacaba tal autoridad? Nosotros, que leemos el relato dos mil años después, sabemos que Jesús es el Hijo de Dios y que tiene toda autoridad, pero los asistentes a aquél improvisado discurso lo veían sólo como un carismático carpintero cuyas palabras podrían llegar a representar las ansias de la masa. Pero ponerse por encima da Moisés era demasiado.

Jesús modifica la ley en puntos neurálgicos y de manera radical. Comentemos aquí sólo lo que tiene que ver con la ley del talión: Moisés había sido claro en afirmar: “Ojo por ojo y diente por diente” y “Amarás a tu prójimo y odiarás a tu enemigo”, acciones por demás lógicas. Pero Jesús va mucho más allá de la mera “equidad” e insta a sus discípulos a “ser perfectos”. ¡Vaya lío! “Amad a vuestros enemigos… No devolváis mal por mal ni insulto por insulto… A quien te hiera en una mejilla preséntale también la otra… Haced el bien a los que os odian… Sed perfectos…” Me imagino la cara de atónitos de los oyentes y a muchos retirándose en medio de murmuraciones: “lo último que necesitábamos era un soñador romántico que nos hundiera en el masoquismo. Lo que hace falta es un guerrero que unifique los deseos de liberación y expulse al enemigo invasor”.

Pero al notar la desbandada Jesús no suaviza su discurso. Mantiene su posición e insiste: “como es perfecto vuestro Padre celestial, sed también vosotros perfectos”. Dios hace salir el sol sobre malos y buenos y hace llover sobre justos e injustos. Nosotros, que nos decimos sus hijos, debemos parecernos a él. ¿Qué podríamos pensar de un niño que no se parezca a su papá sino al vecino? Pues Jesús nos insiste: ¿somos hijos de Dios? ¡Parezcámonos a Dios!

Twitter: @majadoa

Columnista
23 febrero, 2014

Un hijo se parece a su padre

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
Marlon Javier Domínguez

Por: Marlon Domínguez  Seguimos escuchando en el evangelio de la Misa dominical “el sermón de la montaña”, un discurso que narra Mateo en los capítulos cinco, seis y siete y en el que Jesús expone lo esencial de sus enseñanzas. Es importante recordar la procedencia judía de Mateo y su intención de presentar el mensaje […]


Por: Marlon Domínguez 

Seguimos escuchando en el evangelio de la Misa dominical “el sermón de la montaña”, un discurso que narra Mateo en los capítulos cinco, seis y siete y en el que Jesús expone lo esencial de sus enseñanzas. Es importante recordar la procedencia judía de Mateo y su intención de presentar el mensaje de Jesús teniendo como trasfondo la historia de Israel.

Hacía muchos años Moisés, el supremo legislador del pueblo, el amigo de Dios, había subido al monte Sinaí para recibir los mandatos de la ley; ahora Jesús sube al monte, se sienta (actitud propia de los maestros de la época), y reformula los preceptos de la ley mosaica, con una autoridad sin precedentes: “Habéis oído que se dijo… pero yo os digo…” Aquél discurso debió sonar atrevido, altanero y falto de juicio a los oídos de muchos. ¿Por quién se tenía aquél carpintero? ¿De dónde sacaba tal autoridad? Nosotros, que leemos el relato dos mil años después, sabemos que Jesús es el Hijo de Dios y que tiene toda autoridad, pero los asistentes a aquél improvisado discurso lo veían sólo como un carismático carpintero cuyas palabras podrían llegar a representar las ansias de la masa. Pero ponerse por encima da Moisés era demasiado.

Jesús modifica la ley en puntos neurálgicos y de manera radical. Comentemos aquí sólo lo que tiene que ver con la ley del talión: Moisés había sido claro en afirmar: “Ojo por ojo y diente por diente” y “Amarás a tu prójimo y odiarás a tu enemigo”, acciones por demás lógicas. Pero Jesús va mucho más allá de la mera “equidad” e insta a sus discípulos a “ser perfectos”. ¡Vaya lío! “Amad a vuestros enemigos… No devolváis mal por mal ni insulto por insulto… A quien te hiera en una mejilla preséntale también la otra… Haced el bien a los que os odian… Sed perfectos…” Me imagino la cara de atónitos de los oyentes y a muchos retirándose en medio de murmuraciones: “lo último que necesitábamos era un soñador romántico que nos hundiera en el masoquismo. Lo que hace falta es un guerrero que unifique los deseos de liberación y expulse al enemigo invasor”.

Pero al notar la desbandada Jesús no suaviza su discurso. Mantiene su posición e insiste: “como es perfecto vuestro Padre celestial, sed también vosotros perfectos”. Dios hace salir el sol sobre malos y buenos y hace llover sobre justos e injustos. Nosotros, que nos decimos sus hijos, debemos parecernos a él. ¿Qué podríamos pensar de un niño que no se parezca a su papá sino al vecino? Pues Jesús nos insiste: ¿somos hijos de Dios? ¡Parezcámonos a Dios!

Twitter: @majadoa