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Columnista - 27 febrero, 2020

Un dolor en cada esquina

Nadie que conozca en Valledupar tiene una fecha exacta de la tragedia. Algunos la aproximan a décadas, pero el problema sigue ahí, como el cuento del Dinosaurio de Monterroso. Alguien dijo que en Valledupar podemos quejarnos de todo, menos de tener los vidrios de los carros sucios. Basta recorrer no una, sino cualquier calle y […]

Nadie que conozca en Valledupar tiene una fecha exacta de la tragedia. Algunos la aproximan a décadas, pero el problema sigue ahí, como el cuento del Dinosaurio de Monterroso. Alguien dijo que en Valledupar podemos quejarnos de todo, menos de tener los vidrios de los carros sucios. Basta recorrer no una, sino cualquier calle y a cualquier hora para ver cientos de mujeres, hombres, niños familias enteras pidiendo en todas partes, un alto porcentaje son jóvenes embarazadas, pero ya no es hora de buscar culpables, sino de dar soluciones.

Es complejo, y largo y costoso, pero también debe existir al menos, una formula salvadora; así como salen millones de pesos para las campañas políticas, deberían al menos brotar recursos para que las calles vallenatas vuelvan a oler a acordeones, bohemios, queques y chiricanas, pero hoy son dolor, lástima, tragedia, hambre, descontrol.

No sé si estamos en tiempos de Streaming, Plogging, downhill o challenger de tenis, hoy es más fácil saber que en Brasil, con 208 millones de habitantes, una persona tiene coronavirus, o que en Italia, con 60 millones, hayan muerto 12 personas por la misma causa, pero entre nosotros llevamos un dolor en cada esquina, como aquella balada de Raúl Santi de los años 80. ¿Indiferencia?, ¿desgobierno?, ¿resignación?, ¿herencia del gobierno anterior? Todo y nada al mismo tiempo.

Usted encuentra en la otrora ciudad alegre, tranquila y musical un cordón largo de miseria e inseguridad, mientras en los centros comerciales pasean miles de rostros- también desconocidos- con elegantes prendas de marcas, carros, licores, en todas partes. Ciegos antes el dolor, mudos ante la indiferencia, sordos antes a angustia.

¿De dónde salieron tantas embarazadas? ¿Sus padres para dónde se fueron?, algunos culpan el fenómeno social venezolano que igual trajo una “cosecha” de mujeres que por circunstancias acuden al antiquísimos oficio de ofertar el segundo pan del mundo, como lo llamó el compositor vallenato.

Un campesino de Los Venados denunciaba en un programa radial que los atracos y el robo de las sabanas comunales de su región los tenía al borde de abandonar el pueblo, no hay cultivos, se roban los chivos.

Esto está caliente, arde Raúl, como el libro del poeta sabanero. Ya Gabo no está para narrar estos cien años de penurias, a propósito una reciente investigación dice que el real apellido de García Márquez es Garrido y no García, pensar que Raúl Garrido, un compositor vallenato, sería un cercano pariente suyo, y curiosamente a veces el autor también anda en las calles, con su dolor a cuestas y su alma llena de versos.

Cuándo llegará solución para esos “pequeños locos bajitos”, como la canción de Serrat. Hay cientos de mujeres jovencitas que venden su fruto, por un encanto triste, ceniciento, casi gris. Ya pasó el carnaval, ya hubo consejos de seguridad, aprueban planes de desarrollo, mientras tanto siguen mujeres alegres por destinación llenando las calles. Y los pájaros cantan como si nada pasara…

PD. Para absolutamente nada ha servido el decreto que prohíbe que los miércoles las motos circulen sin parrillero mayor de 14 años, nadie les para bolas, nadie lo impide. Tierra de nadie. Y de ñapa, Fausto Chatella es el chacho del vallenato.

Columnista
27 febrero, 2020

Un dolor en cada esquina

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
Edgardo Mendoza Guerra

Nadie que conozca en Valledupar tiene una fecha exacta de la tragedia. Algunos la aproximan a décadas, pero el problema sigue ahí, como el cuento del Dinosaurio de Monterroso. Alguien dijo que en Valledupar podemos quejarnos de todo, menos de tener los vidrios de los carros sucios. Basta recorrer no una, sino cualquier calle y […]


Nadie que conozca en Valledupar tiene una fecha exacta de la tragedia. Algunos la aproximan a décadas, pero el problema sigue ahí, como el cuento del Dinosaurio de Monterroso. Alguien dijo que en Valledupar podemos quejarnos de todo, menos de tener los vidrios de los carros sucios. Basta recorrer no una, sino cualquier calle y a cualquier hora para ver cientos de mujeres, hombres, niños familias enteras pidiendo en todas partes, un alto porcentaje son jóvenes embarazadas, pero ya no es hora de buscar culpables, sino de dar soluciones.

Es complejo, y largo y costoso, pero también debe existir al menos, una formula salvadora; así como salen millones de pesos para las campañas políticas, deberían al menos brotar recursos para que las calles vallenatas vuelvan a oler a acordeones, bohemios, queques y chiricanas, pero hoy son dolor, lástima, tragedia, hambre, descontrol.

No sé si estamos en tiempos de Streaming, Plogging, downhill o challenger de tenis, hoy es más fácil saber que en Brasil, con 208 millones de habitantes, una persona tiene coronavirus, o que en Italia, con 60 millones, hayan muerto 12 personas por la misma causa, pero entre nosotros llevamos un dolor en cada esquina, como aquella balada de Raúl Santi de los años 80. ¿Indiferencia?, ¿desgobierno?, ¿resignación?, ¿herencia del gobierno anterior? Todo y nada al mismo tiempo.

Usted encuentra en la otrora ciudad alegre, tranquila y musical un cordón largo de miseria e inseguridad, mientras en los centros comerciales pasean miles de rostros- también desconocidos- con elegantes prendas de marcas, carros, licores, en todas partes. Ciegos antes el dolor, mudos ante la indiferencia, sordos antes a angustia.

¿De dónde salieron tantas embarazadas? ¿Sus padres para dónde se fueron?, algunos culpan el fenómeno social venezolano que igual trajo una “cosecha” de mujeres que por circunstancias acuden al antiquísimos oficio de ofertar el segundo pan del mundo, como lo llamó el compositor vallenato.

Un campesino de Los Venados denunciaba en un programa radial que los atracos y el robo de las sabanas comunales de su región los tenía al borde de abandonar el pueblo, no hay cultivos, se roban los chivos.

Esto está caliente, arde Raúl, como el libro del poeta sabanero. Ya Gabo no está para narrar estos cien años de penurias, a propósito una reciente investigación dice que el real apellido de García Márquez es Garrido y no García, pensar que Raúl Garrido, un compositor vallenato, sería un cercano pariente suyo, y curiosamente a veces el autor también anda en las calles, con su dolor a cuestas y su alma llena de versos.

Cuándo llegará solución para esos “pequeños locos bajitos”, como la canción de Serrat. Hay cientos de mujeres jovencitas que venden su fruto, por un encanto triste, ceniciento, casi gris. Ya pasó el carnaval, ya hubo consejos de seguridad, aprueban planes de desarrollo, mientras tanto siguen mujeres alegres por destinación llenando las calles. Y los pájaros cantan como si nada pasara…

PD. Para absolutamente nada ha servido el decreto que prohíbe que los miércoles las motos circulen sin parrillero mayor de 14 años, nadie les para bolas, nadie lo impide. Tierra de nadie. Y de ñapa, Fausto Chatella es el chacho del vallenato.