Escenas de dolor y repudio se vivieron este jueves 2 de enero durante las honras fúnebres de los cuatro miembros de la familia Lora Rincón, quienes fallecieron en una horrible masacre el pasado 29 de diciembre en el municipio de Aguachica, sur del Cesar. Desde el momento mismo de la ocurrencia de esta terrible masacre, […]
Escenas de dolor y repudio se vivieron este jueves 2 de enero durante las honras fúnebres de los cuatro miembros de la familia Lora Rincón, quienes fallecieron en una horrible masacre el pasado 29 de diciembre en el municipio de Aguachica, sur del Cesar.
Desde el momento mismo de la ocurrencia de esta terrible masacre, cometida contra una familia que se dedicaba al servicio de una iglesia evangélica y en la que uno de sus miembros era una joven periodista, la atención de la región y el país se volcó hacia Aguachica y diversos interrogantes se han formulado sobre las causas que originaron tal crueldad.
Miles de voces de repudio y rechazo se han escuchado, la consternación es total frente a este violento hecho que enluta al municipio de Aguachica y al departamento del Cesar. Es lo menos que se podía esperar ante tan lamentable episodio y es ahí donde queremos llamar la atención para que esa emotividad del momento no se quede en solo eso.
Siempre suele ocurrir que en los momentos de tragedias como estas, todos sin excepción, nos rasgamos las vestiduras, nos pronunciamos y algunas veces actuamos, pero al transcurrir el tiempo todo se va olvidando y al final, cuando se trata de crímenes, por lo general no pasa nada y la impunidad sigue reinando como en los casos de los periodistas locales Guzmán Quintero Torres, Amparo Jiménez y de muchos otros del país, además de distintos personajes de la política regional, y de otros sectores, en los que sus familias continúan clamando justicia.
Este tipo de atrocidades no puede ser asumido como una cifra más en las estadísticas de violencia, ni como un episodio pasajero en la memoria colectiva. La normalización de estos actos es un camino peligroso que afecta la confianza en las instituciones y desanima a una sociedad que no ve garantizados sus derechos.
Es por ello que no solo es necesario que todos los estamentos: gubernamentales, judiciales, sociales y comunitario se pronuncien de manera clara y contundente, sino que además permanezcan vigilantes y activos en el tiempo, que no permitan que con el paso de los días el silencio, la indiferencia o la falta de acción frente a estos crímenes, normalicen o instrumentalicen el accionar de los grupos armados ilegales.
Frente a estos crímenes tan atroces, lo que menos, como sociedad, podemos permitir es enviar un mensaje de permisividad y pasividad. El llamado ha de ser contundente: cero tolerancia a la violencia y exigir todo el peso de la ley para los delincuentes materiales e intelectuales.
El Estado tiene la obligación de garantizar justicia pronta y eficaz. Las autoridades deben priorizar la investigación, desplegar todos los recursos disponibles y asegurarse de capturar a los responsables, enviando un mensaje inequívoco de que este tipo de delitos no quedará impune. Adicionalmente, se requiere reforzar las estrategias de seguridad y prevención en Aguachica y sus alrededores, un territorio que ha sido azotado históricamente por la violencia.
La sociedad civil, los líderes comunitarios y los medios de comunicación también están llamados a unir voces y construir un rechazo colectivo frente a cualquier intento de justificar o mermar lo ocurrido. Los medios deben abordar este tema con responsabilidad, evitando el sensacionalismo, pero manteniendo la presión informativa necesaria para que el caso no caiga en el olvido en poco tiempo.
Escenas de dolor y repudio se vivieron este jueves 2 de enero durante las honras fúnebres de los cuatro miembros de la familia Lora Rincón, quienes fallecieron en una horrible masacre el pasado 29 de diciembre en el municipio de Aguachica, sur del Cesar. Desde el momento mismo de la ocurrencia de esta terrible masacre, […]
Escenas de dolor y repudio se vivieron este jueves 2 de enero durante las honras fúnebres de los cuatro miembros de la familia Lora Rincón, quienes fallecieron en una horrible masacre el pasado 29 de diciembre en el municipio de Aguachica, sur del Cesar.
Desde el momento mismo de la ocurrencia de esta terrible masacre, cometida contra una familia que se dedicaba al servicio de una iglesia evangélica y en la que uno de sus miembros era una joven periodista, la atención de la región y el país se volcó hacia Aguachica y diversos interrogantes se han formulado sobre las causas que originaron tal crueldad.
Miles de voces de repudio y rechazo se han escuchado, la consternación es total frente a este violento hecho que enluta al municipio de Aguachica y al departamento del Cesar. Es lo menos que se podía esperar ante tan lamentable episodio y es ahí donde queremos llamar la atención para que esa emotividad del momento no se quede en solo eso.
Siempre suele ocurrir que en los momentos de tragedias como estas, todos sin excepción, nos rasgamos las vestiduras, nos pronunciamos y algunas veces actuamos, pero al transcurrir el tiempo todo se va olvidando y al final, cuando se trata de crímenes, por lo general no pasa nada y la impunidad sigue reinando como en los casos de los periodistas locales Guzmán Quintero Torres, Amparo Jiménez y de muchos otros del país, además de distintos personajes de la política regional, y de otros sectores, en los que sus familias continúan clamando justicia.
Este tipo de atrocidades no puede ser asumido como una cifra más en las estadísticas de violencia, ni como un episodio pasajero en la memoria colectiva. La normalización de estos actos es un camino peligroso que afecta la confianza en las instituciones y desanima a una sociedad que no ve garantizados sus derechos.
Es por ello que no solo es necesario que todos los estamentos: gubernamentales, judiciales, sociales y comunitario se pronuncien de manera clara y contundente, sino que además permanezcan vigilantes y activos en el tiempo, que no permitan que con el paso de los días el silencio, la indiferencia o la falta de acción frente a estos crímenes, normalicen o instrumentalicen el accionar de los grupos armados ilegales.
Frente a estos crímenes tan atroces, lo que menos, como sociedad, podemos permitir es enviar un mensaje de permisividad y pasividad. El llamado ha de ser contundente: cero tolerancia a la violencia y exigir todo el peso de la ley para los delincuentes materiales e intelectuales.
El Estado tiene la obligación de garantizar justicia pronta y eficaz. Las autoridades deben priorizar la investigación, desplegar todos los recursos disponibles y asegurarse de capturar a los responsables, enviando un mensaje inequívoco de que este tipo de delitos no quedará impune. Adicionalmente, se requiere reforzar las estrategias de seguridad y prevención en Aguachica y sus alrededores, un territorio que ha sido azotado históricamente por la violencia.
La sociedad civil, los líderes comunitarios y los medios de comunicación también están llamados a unir voces y construir un rechazo colectivo frente a cualquier intento de justificar o mermar lo ocurrido. Los medios deben abordar este tema con responsabilidad, evitando el sensacionalismo, pero manteniendo la presión informativa necesaria para que el caso no caiga en el olvido en poco tiempo.