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Un carriel por un acordeón: sangre paisa en el vallenato

Conociendo el espíritu aventurero, andariego y rebuscador del hombre paisa, no debe extrañarnos en absoluto encontrar un antioqueno vendiendo paletas en Siberia o de pronto ofreciéndole a Michael Jackson una pomada para el reumatismo, o vender refajo en la puerta del Vaticano, o minutos en el Japón, o tratar de venderle mata comején al que hizo la torre Eiffel, o dar allá en Alaska camellos al partir, o venderle una peinilla a ‘Colacho’ Mendoza, o tratar de vender bien barato un pito de avión, e inclusive ofrecerle clase de reguetón a don Jaime Jaramillo. Pero no deja de sorprendernos que a comienzo del año 1870 llegara a las sabanas de El Paso (hoy Cesar), Pio Duran, un paisa que fue el primer Duran que piso las Sabanas de la gran hacienda Las Cabezas que por mandato de la real Corona española reunía en su extensión ciento veinte mil hectáreas de tierra dedicadas a la explotación ganadera.

Las generaciones que sucedieron a los primeros dueños de Las Cabezas fueron fragmentando los diferentes hatos y de diversos puntos del Caribe y el interior llegó gente con vocación ganadera que poseyeron fincas más pequeñas, y que trajeron consigo costumbres, genes e influencias que alguna huella dejaron en esas tierras.

Pio Duran, hombre de tez blanca, seducido por la piel oscura de estirpe africana dejó en el paso un hijo bautizado como Juan Bautista Duran Pretel.
Pio Duran era buen tocador de tiple y guitarra pero Juan Bautista le salió acordeonero, compositor y buen tocador de gaitas ancestrales.

Según la espléndida obra Los últimos juglares del médico valluno Carlos Horacio Gonzales, javeriano, que en 1871 estuvo en el paso ejerciendo su año rural de medicina, Juan Bautista se casó con Estebana Mojica y allí engendran a Nafer Duran Mojica padre de los reyes vallenatos Alejandro y Nafer Duran Díaz.

No deja de causarnos asombro que Alejandro Duran Díaz, primer rey del Festival Vallenato, considerado el más grande juglar de toda la historia y hoy símbolo del sentir musical de Colombia dejaba correr por sus venas sangre venida de las montañas de Antioquia.

Guillermo Buitrago

Después de la Guerra de los Mil Días nuevos aires de tranquilidad llegaron al Caribe colombiano y Ciénaga (Mag) con el florecimiento del cultivo del banano y el surgimiento de la United Fruit Company, compañía exportadora de la fruta se mostró este pueblo como uno de los más importantes y promisorios de toda la costa norte, imagen que se acrecentó con la construcción del ferrocarril cuyos rieles llegaban hasta Fundación. Era Ciénaga en ese entonces un polo que imantaba la atención de inversionistas nacionales y extranjeros, aventureros, rebuscadores, gitanos, turcos, comerciantes, juglares del acordeón y la guitarra y los primeros cacharreros que por allí se vieron, entre ellos Roberto Buitrago Muños, oriundo de Marinilla (Antioquia) quien seguramente de su pueblo natal llegó a Puerto Berrío y en algunos de los barcos de ruta hacia Barranquilla pudo llegar por estos lares y después en una lancha por el caño Clarín logro desembarcar en Ciénaga, lugar que le ofrecía muy buenas posibilidades de progreso.

Guillermo como todo paisa era un hombre laboralmente hiperactivo, organizado y muy honesto que fácilmente se relacionó con la Jai Jai cienaguera. El trajo comercio en una llamativa chaza llamadas en la época tiendas de barriga, repleta de baratijas, fantasía, chucherías y cacharros en general. El negocio prosperaba y en su vida social galante y cordial conoció a Teresa Mercedes Henríquez de la Hoz de quien se enamoró de cuerpo entero y entregándole el carriel la llevo al altar el 15 de junio de 1916. Cuatro años más tarde fue el hogar alegrado con la llegada del primer vástago que bautizaron con el nombre de Guillermo de Jesús Buitrago Henriquez, quien años más tarde llegó a ser el más encumbrado juglar del vallenato en guitarra y que es hoy uno de los sólidos pilares que sostienen el prestigio de esta música, la cara amable de Colombia.

“El cachaco Buitrago”, como cariñosamente lo llamaba la gente en Ciénaga, después de trabajar varios años administrando la miscelánea del español Agapito Clavería Mr., Ernesto Deudney superintendente de tráfico del ferrocarril lo nombró jefe de la estación de Sevilla, donde recibiendo y despachando trenes por varios años los sorprendieron los sucesos que originaron la huelga de los obreros de la compañía, lo que terminó con aquel ingrato episodio, que en la historia nacional colombiana quedó como la masacre de las bananeras en el año 1928. Un año después de este insuceso, “el cachaco Buitrago” lacerado sentimentalmente por una decepción recibida de su esposa, sin previo aviso se fue de nuevo a sus tierras por donde mismo había llegado y jamás se volvió a saber de él.
Su hijo Guillermo de Jesús ya entraba a la adolescencia viajó a Medellín y llegó hasta Marinilla donde permaneció algunos meses con su padre para después regresar a Ciénaga.
Edgar Cabalero Elías, el biógrafo del jilguero de la Sierra Nevada, como se conoció al trovador cienaguero, asegura que el “cachaco Buitrago vivió sus últimos años en Ibagué, Tolima, ciudad donde murió.

Carlos ‘El Mocho’ Rubio, Guillermo Buitrago y Ángel Fontanilla.

Carlos ‘el mocho rubio’

Cuando Buitrago piso por vez primera un estudio de grabación fue en el año 1944 en Barranquilla y estuvo acompañado por Julio Bovea, 2da guitarra; Alejandro Barrios, acordeón, y el “cheque Rodríguez” en la guacharaca. Posteriormente, ya en 1947 se vinculó a la disquera Fuentes de Cartagena con el conjunto que lo acompañó en los más resonantes éxitos de su carrera musical: Ángel ‘El negro Fontanilla’ era la guitarra acompañante y Carlos ‘el mocho rubio’ el guacharaquero. Rubio, de procedencia antioqueña, había llegado a Ciénaga atraído por la bonanza del oro verde, un par de años atrás. Su remoquete el mocho se lo endilgaron los músicos que merodeaban por la zona por faltarle parte del brazo y la mano izquierda, pero la ley de la compensación generosamente se mostró en él, superando su limitación física, con un gran temperamento artístico y encantadora personalidad que le ponía ritmo y sabor a sus actuaciones con Buitrago. Mil piruetas hacían con la guacharaca acunándola en el retazo de su extremidad con una expresión corporal bastante simpática, realmente era un verdadero show.

Wilfredo Rosales, coleccionista e investigador del vallenato, sucreño, pero residenciado en Medellín, por más de quince años tuvo contacto con familiares del ‘mocho rubio’ quienes le aseguraron que los padres de este eran nacidos en San Cristóbal, un cercano corregimiento de Medellín, donde murió hacia el año 1951, lugar de su regreso después de la infortunada muerte del ‘Gardel del vallenato’.

Juan Madrid Urrego

A comienzo de 1950, Luis Enrique Martínez, el ‘Pollo Vallenato’, se encontraba en el puerto El Banco (Magdalena), donde debía cumplir algunas presentaciones en el teatro de la localidad. Andaba acompañado por el guacharaquero Carlos Vélez, y tratando de encontrar algún músico para reforzar su actuación se tropezó en el mercado del pueblo con un joven antioqueño, mal trajeado y descalzo, que punteando una vieja guitarra se rebuscaba interpretando boleros y rancheras de la época. Su nombre de pila era Esteban Madrid Urrego, pero desde el momento en que se conocieron, Luis Enrique, amigo de endilgarle apodos a todo el mundo, empezó a llamarlo ‘Juancho’ y así quedó. Para la presentación el ‘Pollo’ le compró zapatos y ropa adecuada y esa noche, sin un ensayo previo, se lucieron ante el público banqueño, identificado por una gran afinidad musical que habría de sellar una larga y fraternal unión por más de veinte años.

Martínez se veía forzado a reparar su acordeón en los viajes, pues debido al ajetreo era muy frecuente que se dañara algunos pitos y los técnicos en ese campo no abundaban.

Al afinar la guitarra con el acordeón, Madrid le señalaba al ‘Pollo Vallenato’ cualquier pito que estuviera muy bajito o desafinado y él, perezoso para estos menesteres, le dio algunas naciones para la afinación. ‘Juancho’ aprendía rápidamente para lo cual se guiaba con el sonido de la guitarra. Cuando llegó a dominar la técnica, Luis Enrique acostumbraba que después de una intensa noche de parranda se le presentaba a ‘Juancho’ temprano en la mañana con una botella de ron en una mano y el acordeón con algún pito partido en otra. Mientras Martínez jugaba dominó y fumaba tabaco, Madrid afinaba o cambiaba el pito dañado y al finalizar la tarea recibía “los etílicos” honorarios en compensación por su trabajo.
Juan Madrid estuvo desde el año 80 en Barranquilla y murió de un cáncer de garganta, originado por el continuo proceso de inhalar y expulsar partículas metálicas al afinar los pitos del acordeón.

Julián Rojas

A mediados de los años 50 del pasado siglo, durante el gobierno del general Rojas Pinilla, ciudades fronterizas de nuestro país como Maicao, Cúcuta y la Isla de San Andrés tenían cierta licencia para importar mercancías que aquí no se producían y exentas de aranceles llegaron a tener la categoría de ‘puerto libre’. Fue la paradisiaca isla la tierra escogida por José Gabriel Rojas para dejar su pueblito natal, Puerto Bolívar allá en el eje cafetero antioqueño y en unión de su esposa Ligia Teherán y su nutrida prole con ánimos de iniciar una nueva vida al compás de bienestar y el progreso. El paisa Gabriel llego a San Andrés como fotógrafo, después monto una tienda de licores donde como catador permanente acabó con ella y finalmente se dedicó a la poesía.

En la isla nació Julián el menor de sus hijos que no obstante crecer en medio del calipso, la soca y el regué descubrió en los aires nacidos en el solar de Francisco ‘El Hombre’ su verdadera vocación musical.

Desde niño se mostró Julián como un verdadero prodigio del acordeón con reconocimiento nacional cuando conquistó la corono de rey vallenato en el Festival al vencer con claridad a ‘Juancho’ Rois, en ese momento acordeonero del ‘cacique’ Diomedes Díaz, el súper favorito en ese certamen.
Jorge Rojas, hermano mayor de Julián, es actualmente uno de los más prestigiosos componedores de acordeones que hay en el país, y Gabriel y Fabián, hermanos también, son guitarrista y guacharaquero, respectivamente, reconocidos en los grupos vallenatos del mayor prestigio, lo que nos muestra la familia Rojas Teherán como una verdadera familia musical.

Iván Gil Molina

En el año 1944 llego hasta Valledupar el andariego antioqueño Fabio Gil Sánchez, padre de Iván Gil en la unión con doña Julia Elena Molina, quien fue la encargada de aquietar las andanzas al “cachaco Gil” como lo bautizó en ese entonces Rafael Escalona, descendiente de un núcleo familiar de trovadores y guitarristas que allá en la tierra de las montañas andaban en la onda de la música parrandera paisa. Con esta vertiente musical, Iván es hoy un reconocido compositor que enriqueció los catálogos musicales de Alfredo Gutiérrez, Jorge Oñate, Elberto ‘El Debe’ López y Emilio Oviedo, entre otros.

A través de los personajes aquí referenciados hemos podido evidenciar la presencia vigorosa de la sangre paisa en el historial vallenato, mostrando orgullosamente su descendencia en juglares, trovadores, músicos soberanos del acordeón y técnicos de instrumento. Hay que destacar además brillantes exponentes de este folclor que han nacido en la tierra de las orquídeas sumándose a la noble causa que siempre defendió el genial Gildardo Montoya.

Por: Julio C. Oñate Martínez / EL PILÓN

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