Publicidad
Categorías
Categorías
Columnista - 25 septiembre, 2018

Un cambio de chip

Este titular un tanto corriente en los libros de motivación personal y superación emocional tan apetecidos en este siglo, conlleva un mensaje reflexivo para los momentos en que se le hace frente a situaciones transcendentales que demandan un despertar de conciencia, al que se debe recurrir por voluntad propia y no porque el panorama lo […]

Este titular un tanto corriente en los libros de motivación personal y superación emocional tan apetecidos en este siglo, conlleva un mensaje reflexivo para los momentos en que se le hace frente a situaciones transcendentales que demandan un despertar de conciencia, al que se debe recurrir por voluntad propia y no porque el panorama lo induzca.

Los jóvenes, como siempre protagonistas, son el grupo social merecedor de este electrochoque mental; como evidencia quiero exponer la situación que vivo más de cerca, tal es el caso de mi ciudad Valledupar, con una adolescencia en la gran mayoría ignorante de la realidad, unos por decisión y otros por desenfoque.

Uno de los problemas que se atraviesa en el transitar de un proyecto de vida, es la búsqueda de un referente que sirva de ejemplo a seguir, lo más probable es que sea sugerido por el entorno donde se crezca a riesgo de lo positivo o negativo que este pueda aportar.

En Valledupar, los personajes de realce por el ambiente cultural en que se vive, son los artistas vallenatos, admirados por todas las edades como emisarios de nuestro folclore, vistos como modelos a emular con los comportamientos propios del personaje popular, bonachón y sensacionalista.

Es difícil crecer en una atmosfera donde solo se aplaude el jolgorio, libertinaje, bufonadas y fastuosidad como prueba de felicidad; es un brebaje de inconsciencia que a diario se toma, reflejado en lo que se considera noticioso, verbigracia, el beso de fulanito y sultanito, la fuga de perencejo, el encarcelamiento de mengana, el tratamiento capilar de un exbinomio o las infidelidades en de una banda musical, son los temas de conversa en una ciudad capital que chistosamente se proyecta como metrópoli.

Los jóvenes no deben dejarse influenciar por la promoción de una farándula criolla que se convierte en un calmante a ratos ante la necesidad de oportunidades para la formación y empleo, sino reclamar su participación en las decisiones que les incumbe, haciéndole el quite a la desdicha de residir en un pueblo con pocas posibilidades de cursar una carrera técnica o profesional. Y el que la obtiene, por las circunstancias atribuibles a una urbe sin industria, no puede ejercerla.

Actualmente, la tendencia mundial de exhibir virtudes del movimiento de juventudes, como una camada de retadores, líderes, estudiados y competentes, les ha permitido que se les reconozca dichas cualidades empoderándolos a su nivel. Fiel testimonio ha sido el espacio que se les ha concedido en los órganos de asistencia política y técnica del actual presidente. Una oportunidad, resultado del esfuerzo y preparación a corta edad, se ha convertido en razones de peso para integrarlos a los cuerpos consejeros del gobierno.

El pueblo valduparense exige más de sus jóvenes que de sus dirigentes, por ser los verdaderos gestores de cambio y encarnar el futuro inmediato. Por eso deben sentar voz crítica al rol de sus autoridades en la oferta de opciones de estudio e inserción laboral, de poco fomento por las administraciones municipal y departamental. Por ende, no se puede seguir desatendiendo a ese foco de productividad, como son los jóvenes, apartados en el presente por un desinterés infundado en el conformismo.

En definitiva, debemos aprovechar nuestro momento de auge, en el que se nos identifica con una capacidad de lucha e ingenio necesaria para cambiar una sociedad; no nos dejemos llevar por espejismos proyectados en las costumbres de una provincia que se dedicó a disfrutar de buen vallenato con la compañía del whisky y un suculento plato de comida, mientras que otras avizoraron el instante indicado para dar un salto al progreso.

Por Sergio Barranco Núñez

Columnista
25 septiembre, 2018

Un cambio de chip

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
Sergio Barranco

Este titular un tanto corriente en los libros de motivación personal y superación emocional tan apetecidos en este siglo, conlleva un mensaje reflexivo para los momentos en que se le hace frente a situaciones transcendentales que demandan un despertar de conciencia, al que se debe recurrir por voluntad propia y no porque el panorama lo […]


Este titular un tanto corriente en los libros de motivación personal y superación emocional tan apetecidos en este siglo, conlleva un mensaje reflexivo para los momentos en que se le hace frente a situaciones transcendentales que demandan un despertar de conciencia, al que se debe recurrir por voluntad propia y no porque el panorama lo induzca.

Los jóvenes, como siempre protagonistas, son el grupo social merecedor de este electrochoque mental; como evidencia quiero exponer la situación que vivo más de cerca, tal es el caso de mi ciudad Valledupar, con una adolescencia en la gran mayoría ignorante de la realidad, unos por decisión y otros por desenfoque.

Uno de los problemas que se atraviesa en el transitar de un proyecto de vida, es la búsqueda de un referente que sirva de ejemplo a seguir, lo más probable es que sea sugerido por el entorno donde se crezca a riesgo de lo positivo o negativo que este pueda aportar.

En Valledupar, los personajes de realce por el ambiente cultural en que se vive, son los artistas vallenatos, admirados por todas las edades como emisarios de nuestro folclore, vistos como modelos a emular con los comportamientos propios del personaje popular, bonachón y sensacionalista.

Es difícil crecer en una atmosfera donde solo se aplaude el jolgorio, libertinaje, bufonadas y fastuosidad como prueba de felicidad; es un brebaje de inconsciencia que a diario se toma, reflejado en lo que se considera noticioso, verbigracia, el beso de fulanito y sultanito, la fuga de perencejo, el encarcelamiento de mengana, el tratamiento capilar de un exbinomio o las infidelidades en de una banda musical, son los temas de conversa en una ciudad capital que chistosamente se proyecta como metrópoli.

Los jóvenes no deben dejarse influenciar por la promoción de una farándula criolla que se convierte en un calmante a ratos ante la necesidad de oportunidades para la formación y empleo, sino reclamar su participación en las decisiones que les incumbe, haciéndole el quite a la desdicha de residir en un pueblo con pocas posibilidades de cursar una carrera técnica o profesional. Y el que la obtiene, por las circunstancias atribuibles a una urbe sin industria, no puede ejercerla.

Actualmente, la tendencia mundial de exhibir virtudes del movimiento de juventudes, como una camada de retadores, líderes, estudiados y competentes, les ha permitido que se les reconozca dichas cualidades empoderándolos a su nivel. Fiel testimonio ha sido el espacio que se les ha concedido en los órganos de asistencia política y técnica del actual presidente. Una oportunidad, resultado del esfuerzo y preparación a corta edad, se ha convertido en razones de peso para integrarlos a los cuerpos consejeros del gobierno.

El pueblo valduparense exige más de sus jóvenes que de sus dirigentes, por ser los verdaderos gestores de cambio y encarnar el futuro inmediato. Por eso deben sentar voz crítica al rol de sus autoridades en la oferta de opciones de estudio e inserción laboral, de poco fomento por las administraciones municipal y departamental. Por ende, no se puede seguir desatendiendo a ese foco de productividad, como son los jóvenes, apartados en el presente por un desinterés infundado en el conformismo.

En definitiva, debemos aprovechar nuestro momento de auge, en el que se nos identifica con una capacidad de lucha e ingenio necesaria para cambiar una sociedad; no nos dejemos llevar por espejismos proyectados en las costumbres de una provincia que se dedicó a disfrutar de buen vallenato con la compañía del whisky y un suculento plato de comida, mientras que otras avizoraron el instante indicado para dar un salto al progreso.

Por Sergio Barranco Núñez