“Respondió José al faraón: No está en mí; Dios será el que dé respuesta propicia al faraón”.
Génesis 41,16
Les invito a usar la imaginación para recrear este dramático e inesperado evento: José, el penúltimo hijo de Jacob, vendido por sus hermanos, quien no había hecho nada por merecerlo, vivía injustamente olvidado y solo en una de las cárceles del faraón. Su condición de esclavo hacía que cualquier esperanza de ser rescatado hubiera dejado de ser real en su corazón. Nadie, en el vasto imperio, se encargaba de defender los derechos de un esclavo, y mucho menos los de un esclavo acusado por la esposa de un alto oficial y condenado a pagar por su supuesto delito.
Durante los años de cárcel, José había tenido la oportunidad de interpretar con precisión y exactitud los sueños a dos prisioneros: el panadero y el copero del rey. Ahora, repentinamente, se le presentaba al joven hebreo la posibilidad de interpretar los sueños nada menos que del faraón, el hombre más poderoso de la tierra. Para José, esto podía significar la catapulta al éxito y su reivindicación y fin de su cautiverio. Sus pasadas experiencias descifrando sueños y lo acertado de su interpretación a los sueños de sus compañeros de cárcel podía otorgarle cierta confianza de cara a este nuevo desafío.
Amados amigos lectores: ¡Qué fácil hubiera sido para José atribuirse la capacidad de interpretar sueños! ¿Qué importaba si el don realmente no le pertenecía? El faraón ni siquiera sabía quién era Yahvé, el Dios de José. ¿Para qué desgastarse en explicaciones innecesarias?
Amados, es fácil que uno se atribuya un don que es enteramente de Dios. Somos muy propensos a creer que es nuestra mano la que mueve las cosas. Muchas veces, creemos que solos podemos administrar lo que nos ha sido encomendado, olvidando que somos simples vasos de barro, recipientes en los cuales habita el gran tesoro de su gloria y esplendor.
Aunque el futuro de José estaba en juego y se enfrentaba con la oportunidad que traería favor a su existencia, no dudó en aclarar exactamente cuál era la realidad de la situación: Él no tenía ninguna capacidad en sí mismo, de interpretar sueños. Esa capacidad le pertenecía solamente a Dios. Al hacer tal reconocimiento, también estaba declarando que, si Dios no daba la explicación del sueño, nadie la podía obtener.
Podemos aprender que, a Dios no se lo maneja como una máquina, a nuestro antojo. Él es soberano y se mueve como quiere. Solamente podemos esperar que en su gracia y misericordia nos cobije y respalde en lo que hacemos. No tenemos ningún control sobre Dios, no podemos manipular sus dones y voluntad. Aunque hayamos interpretado miles de sueños en el pasado, los dones y el llamamiento siguen siendo exclusiva propiedad de Dios.
El más precioso llamado es a ser instrumentos en sus manos, canales de bendición a otros, conductos del obrar de Dios; mientras recordemos esta verdad, Dios podrá usarnos para su gloria y su honra, trayendo libertad y salvación a nuestro pueblo en crisis. Y claro, ¡siempre habrá la necesidad de interpretar nuevos sueños! ¡Mi oración para que Dios te use en su propósito de amor!
Abrazos y bendiciones del Señor.