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Columnista - 29 julio, 2019

Un año más de su partida

He escrito de mucha gente, de vivos y de los que ya partieron, hoy, en un aniversario más de su partida, hago una semblanza de mi padre José Francisco Daza Martínez, conocido con cariño como Chico Daza, villanuevero, que pasó su juventud en Manaure descubriendo el mundo del romanticismo y la nostalgia al lado de […]

He escrito de mucha gente, de vivos y de los que ya partieron, hoy, en un aniversario más de su partida, hago una semblanza de mi padre José Francisco Daza Martínez, conocido con cariño como Chico Daza, villanuevero, que pasó su juventud en Manaure descubriendo el mundo del romanticismo y la nostalgia al lado de quien fuera su mejor amigo Poncho Cotes, allí se enamoró de una villanuevera, Beatriz Orozco Dangond, y allí me vio nacer.

No voy a hablar de sus virtudes porque para mí sólo hay la simpleza y a la vez grandeza de una sola palabra: bondad, que se podía palpar en su apacible y justa forma de ser, hoy voy a recordarlo como el bohemio callado que con su tiple acompañaba a los grupos románticos de las parrandas de entonces, especialmente cuando se escuchaba en el silencio infinito de las noches en las sabanas de Manaure el violín del tío José Manuel, la flauta de Lucho Pimienta, la guitarra y la voz de timbre enardecido de Poncho; de sus parrandas con Emiliano Zuleta, el que lo nombra en su composición Los Tres Amigos.

En medio de ese hartazgo de canciones, anécdotas y añoranzas fue el confidente de Poncho Cotes cuando le comentó que se iba a casar, solo tenia veinte años; fue su compañeros de idas y venidas del Valle a Manaure cuando ambos trabajaban como maestros, él, en la Escuela Industrial hoy Instpecam; y Poncho, en el Loperena; juntos sintieron el frescor al llegar a La Tomita y le rindieron culto a los paisajes irrepetibles de Manaure.

Ya en Villanueva se hicieron famosas las parrandas del diecisiete de septiembre cuando era su cumpleaños y desde el día anterior comenzaban a llegar personajes como El Cuinqui, Leandro Díaz, Esteban Bendeck, y se llenaba la casa: Julio y Beltrán Orozco Dangond, el Negro Calde, Huguez Martínez, Andrés Becerra y más, muchos más; declamaban, cantaban, lloraban, recordaban, era la bohemia encendida, eran las vivencias de los que llevaban en el alma el “Ay h´ombe”, que es ansias, que es delirio existencial, que es el clímax de la alegría o de la tristeza, la quimera que ya no existe, se diluye en grupos que quieren ser así, pero no, porque llegó la nueva ola, con esa dura mano del tiempo que todo lo desvirtúa y cambió los esquemas.

Mi padre disfrutaba del Festival Vallenato, Consuelo Araujonoguera lo requería como jurado, y ahí estaba, en dos ocasiones eligió reyes y en muchas, canciones inéditas.

En todos los libros, columnas, relatos se ha olvidado su nombre, solo está en las canciones de Mile y de Leandro; pero si él leyera esto se molestaría mucho conmigo, porque no gustaba de los reconocimientos, tanto que una vez del Intpecam le anunciaron que le iban a hacer un homenaje por sus veinticinco años de labor en la institución, se hizo el enfermo y tuvimos que ir mi madre y yo a recibir las distinción.

Su silencio y mansedumbre era el alma en contraste con el bullicio de las parrandas hasta cuando su corazón falló, todavía se le veía vital, se preparaba para cumplir setenta y cuatro años, no dio tiempo para despedidas y fue cuando Poncho Cotes, recostado sobre su féretro y dejando caer sus lagrimas quemantes sobre él, le dijo: “Chico, morir del corazón es patrimonio de los románticos”.

Hoy lo recuerdo más y siento que mi único orgullo es haber sido su hija, y de Beatriz, por supuesto.

Columnista
29 julio, 2019

Un año más de su partida

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
Mary Daza Orozco

He escrito de mucha gente, de vivos y de los que ya partieron, hoy, en un aniversario más de su partida, hago una semblanza de mi padre José Francisco Daza Martínez, conocido con cariño como Chico Daza, villanuevero, que pasó su juventud en Manaure descubriendo el mundo del romanticismo y la nostalgia al lado de […]


He escrito de mucha gente, de vivos y de los que ya partieron, hoy, en un aniversario más de su partida, hago una semblanza de mi padre José Francisco Daza Martínez, conocido con cariño como Chico Daza, villanuevero, que pasó su juventud en Manaure descubriendo el mundo del romanticismo y la nostalgia al lado de quien fuera su mejor amigo Poncho Cotes, allí se enamoró de una villanuevera, Beatriz Orozco Dangond, y allí me vio nacer.

No voy a hablar de sus virtudes porque para mí sólo hay la simpleza y a la vez grandeza de una sola palabra: bondad, que se podía palpar en su apacible y justa forma de ser, hoy voy a recordarlo como el bohemio callado que con su tiple acompañaba a los grupos románticos de las parrandas de entonces, especialmente cuando se escuchaba en el silencio infinito de las noches en las sabanas de Manaure el violín del tío José Manuel, la flauta de Lucho Pimienta, la guitarra y la voz de timbre enardecido de Poncho; de sus parrandas con Emiliano Zuleta, el que lo nombra en su composición Los Tres Amigos.

En medio de ese hartazgo de canciones, anécdotas y añoranzas fue el confidente de Poncho Cotes cuando le comentó que se iba a casar, solo tenia veinte años; fue su compañeros de idas y venidas del Valle a Manaure cuando ambos trabajaban como maestros, él, en la Escuela Industrial hoy Instpecam; y Poncho, en el Loperena; juntos sintieron el frescor al llegar a La Tomita y le rindieron culto a los paisajes irrepetibles de Manaure.

Ya en Villanueva se hicieron famosas las parrandas del diecisiete de septiembre cuando era su cumpleaños y desde el día anterior comenzaban a llegar personajes como El Cuinqui, Leandro Díaz, Esteban Bendeck, y se llenaba la casa: Julio y Beltrán Orozco Dangond, el Negro Calde, Huguez Martínez, Andrés Becerra y más, muchos más; declamaban, cantaban, lloraban, recordaban, era la bohemia encendida, eran las vivencias de los que llevaban en el alma el “Ay h´ombe”, que es ansias, que es delirio existencial, que es el clímax de la alegría o de la tristeza, la quimera que ya no existe, se diluye en grupos que quieren ser así, pero no, porque llegó la nueva ola, con esa dura mano del tiempo que todo lo desvirtúa y cambió los esquemas.

Mi padre disfrutaba del Festival Vallenato, Consuelo Araujonoguera lo requería como jurado, y ahí estaba, en dos ocasiones eligió reyes y en muchas, canciones inéditas.

En todos los libros, columnas, relatos se ha olvidado su nombre, solo está en las canciones de Mile y de Leandro; pero si él leyera esto se molestaría mucho conmigo, porque no gustaba de los reconocimientos, tanto que una vez del Intpecam le anunciaron que le iban a hacer un homenaje por sus veinticinco años de labor en la institución, se hizo el enfermo y tuvimos que ir mi madre y yo a recibir las distinción.

Su silencio y mansedumbre era el alma en contraste con el bullicio de las parrandas hasta cuando su corazón falló, todavía se le veía vital, se preparaba para cumplir setenta y cuatro años, no dio tiempo para despedidas y fue cuando Poncho Cotes, recostado sobre su féretro y dejando caer sus lagrimas quemantes sobre él, le dijo: “Chico, morir del corazón es patrimonio de los románticos”.

Hoy lo recuerdo más y siento que mi único orgullo es haber sido su hija, y de Beatriz, por supuesto.