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Columnista - 25 septiembre, 2017

Tiempos herodianos

‘Matar a un ruiseñor’ la emblemática novela de Harper Lee, además del trasfondo social que expone, tiene una carga de ternura en el protagonismo de dos niños. La recordé ahora cuando se ha agudizado la insensibilidad hacia los pequeños. Al ruiseñor le gusta cantar fuerte por encima del ruido del entorno para que lo oigan, […]

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‘Matar a un ruiseñor’ la emblemática novela de Harper Lee, además del trasfondo social que expone, tiene una carga de ternura en el protagonismo de dos niños. La recordé ahora cuando se ha agudizado la insensibilidad hacia los pequeños. Al ruiseñor le gusta cantar fuerte por encima del ruido del entorno para que lo oigan, pero con el estrépito del mundo actual no se oyen sus trinos, o se les ignora. Matarlo es matar a la ternura.

Un solo niño que muera, por negligencia, en una incubadora, es un ataque feroz a la inocencia. Fueron diecisiete los que murieron y quién sabe cuántos más, no solo en una clínica de nuestra ciudad, sino en el mundo entero. Ruiseñores que todavía no han aprendido a cantar o que sus trinos son tan quedos, tan débiles que en medio de la desidia, de la sinrazón, de la desaprensión en que se mueven los ambientes hospitalarios, no se oyen.

Y no solo en las clínicas se cargan con piedras las hondas o caucheras para atinarle a la inocencia; en nuestras ciudades, pueblos veredas, casas parece que se vivieran tiempos herodianos, que la cobardía, los bajos instintos, se ensañaran contra esos seres indefensos que son pedazos del alma, y que madres desalmadas sean partícipes de las torturas, de los sufrimientos infligidos, para después llorar y que la gente levante altares con flores y velas, esos que se han vuelto una constante en la cotidianidad nuestra.

El niñito de Medellín, no menciono su nombre por respeto a su almita de apenas dos años, fue abusado, torturado y muerto por asfixia, con la complicidad de su madre y el accionar bestial de su padrastro. Ante un hecho como ese, es de preguntarse: ¿Hacia dónde vamos? ¿De dónde viene tanto ensañamiento contra los niños? Y la respuesta no se sabe, solo que un país que registra actos tan lamentables, de una sordidez impresionante, es porque está podrido, un país que corrompió la sal, y si la sal se corrompe…

Esto que escribo con manos temblorosas por el dolor y la ira, ira y dolor de madre, de quien hace unos años acunó en su regazo a sus hijos pequeños, que los vio crecer y por los que ha valido la pena vivir, y que ahora ve a los hijos de otras madres ofendidos y muertos, hechos inaceptables que no deben echarse al olvido, no deben ser noticias de un día; tenemos que trinar como los ruiseñores por encima del ruido, a favor de los niños. Hay que castigar a los que borraron vidas débiles en incubadoras, a los que han abusado y lastimado la inocencia de tantos, pero ¿cómo se castigan, si la justicia, la conciencia pura de la nación, se degradó y muchos de sus miembros ya forman parte de los que, con cauchera en mano, le apuntan al dinero de la alimentación y salud de los niños; otros, a la corrupción, a las triquiñuelas, al enriquecimiento ilícito, y nos avergüenzan, ya son sal corrompida, sal nauseabunda.

¿Qué podemos hacer? Nada, además de acunar esperanzas, además de soñar con risas infantiles llenas de fe y seguridad en sus mayores, además de alimentar la ternura y respetar la inocencia; nada. No nos queda nada, solo trinos queditos de ruiseñores.

Por Mary Daza Orozco

Columnista
25 septiembre, 2017

Tiempos herodianos

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
Mary Daza Orozco

‘Matar a un ruiseñor’ la emblemática novela de Harper Lee, además del trasfondo social que expone, tiene una carga de ternura en el protagonismo de dos niños. La recordé ahora cuando se ha agudizado la insensibilidad hacia los pequeños. Al ruiseñor le gusta cantar fuerte por encima del ruido del entorno para que lo oigan, […]


‘Matar a un ruiseñor’ la emblemática novela de Harper Lee, además del trasfondo social que expone, tiene una carga de ternura en el protagonismo de dos niños. La recordé ahora cuando se ha agudizado la insensibilidad hacia los pequeños. Al ruiseñor le gusta cantar fuerte por encima del ruido del entorno para que lo oigan, pero con el estrépito del mundo actual no se oyen sus trinos, o se les ignora. Matarlo es matar a la ternura.

Un solo niño que muera, por negligencia, en una incubadora, es un ataque feroz a la inocencia. Fueron diecisiete los que murieron y quién sabe cuántos más, no solo en una clínica de nuestra ciudad, sino en el mundo entero. Ruiseñores que todavía no han aprendido a cantar o que sus trinos son tan quedos, tan débiles que en medio de la desidia, de la sinrazón, de la desaprensión en que se mueven los ambientes hospitalarios, no se oyen.

Y no solo en las clínicas se cargan con piedras las hondas o caucheras para atinarle a la inocencia; en nuestras ciudades, pueblos veredas, casas parece que se vivieran tiempos herodianos, que la cobardía, los bajos instintos, se ensañaran contra esos seres indefensos que son pedazos del alma, y que madres desalmadas sean partícipes de las torturas, de los sufrimientos infligidos, para después llorar y que la gente levante altares con flores y velas, esos que se han vuelto una constante en la cotidianidad nuestra.

El niñito de Medellín, no menciono su nombre por respeto a su almita de apenas dos años, fue abusado, torturado y muerto por asfixia, con la complicidad de su madre y el accionar bestial de su padrastro. Ante un hecho como ese, es de preguntarse: ¿Hacia dónde vamos? ¿De dónde viene tanto ensañamiento contra los niños? Y la respuesta no se sabe, solo que un país que registra actos tan lamentables, de una sordidez impresionante, es porque está podrido, un país que corrompió la sal, y si la sal se corrompe…

Esto que escribo con manos temblorosas por el dolor y la ira, ira y dolor de madre, de quien hace unos años acunó en su regazo a sus hijos pequeños, que los vio crecer y por los que ha valido la pena vivir, y que ahora ve a los hijos de otras madres ofendidos y muertos, hechos inaceptables que no deben echarse al olvido, no deben ser noticias de un día; tenemos que trinar como los ruiseñores por encima del ruido, a favor de los niños. Hay que castigar a los que borraron vidas débiles en incubadoras, a los que han abusado y lastimado la inocencia de tantos, pero ¿cómo se castigan, si la justicia, la conciencia pura de la nación, se degradó y muchos de sus miembros ya forman parte de los que, con cauchera en mano, le apuntan al dinero de la alimentación y salud de los niños; otros, a la corrupción, a las triquiñuelas, al enriquecimiento ilícito, y nos avergüenzan, ya son sal corrompida, sal nauseabunda.

¿Qué podemos hacer? Nada, además de acunar esperanzas, además de soñar con risas infantiles llenas de fe y seguridad en sus mayores, además de alimentar la ternura y respetar la inocencia; nada. No nos queda nada, solo trinos queditos de ruiseñores.

Por Mary Daza Orozco