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Columnista - 4 junio, 2020

Siempre he tenido ángeles custodios

El aislamiento por la pandemia del SARS-CoV-2/COVID-19, me ha puesto a evocar pasajes de mi vida, y loas a Dios por sus ángeles custodios que siempre me han amparado. A mi madre, cuando llevaba algo más de siete meses del embarazo de mi procreación, la mordió un perro con ‘mal de rabia’, enfermedad viral de […]

El aislamiento por la pandemia del SARS-CoV-2/COVID-19, me ha puesto a evocar pasajes de mi vida, y loas a Dios por sus ángeles custodios que siempre me han amparado.

A mi madre, cuando llevaba algo más de siete meses del embarazo de mi procreación, la mordió un perro con ‘mal de rabia’, enfermedad viral de larga convalecencia y alta mortalidad, tal azaroso episodio le desencadena parto prematuro. Ante la precaria salud de mi madre; recién nacido, mi padre me puso al cuidado de otra mujer que tenía en Guacoche y por varios años me crio como si fuera su hijo biológico.

Hasta la culminación del bachillerato mi vida fue grata sin asomos de dificultades, pero por circunstancias imprevistas, el patrimonio familiar decayó considerablemente; no obstante, pude comenzar estudio universitario en la Universidad Nacional (UN), época en la cual surge el deterioro de la UN, siendo presidente de la República, Alberto Lleras Restrepo, desde entonces esta prestigiosa universidad no ha recuperado su otrora esplendor.

Afortunadamente, pude empezar la carrera de medicina en la Universidad de los Andes de Bogotá, becado por la Universidad del Valle (UV). Mientras estuve en esa ciudad percibí ayuda de la familia de la esposa de mi hermano Marcelo (q.e.p.d.), que vivía cerca de la unidad residencial Antonio Nariño, donde Uniandes me asignó cómodo albergue.

Los últimos cinco años de medicina me correspondió cursarlos en la UV de Cali, ciudad en la que no conocía a nadie, en aquel tiempo mi situación económica ya era muy crítica; sin embargo, decidido y optimista viajé allá a terminar mi carrera de vocación, con 20 pesos en mis bolsillos. Llegué de noche en bus, me alojé en un hotel cercano al terminal de trasporte, con tarifa de dos pesos día el mero alojamiento y pago diario.

El día siguiente fui a matricularme a la universidad. En la UV el ciclo de estudio era anual, el costo de la matricula dependía de la declaración de renta, la mínima costaba 170 pesos y la máxima más de 2 mil pesos. Debido a que no tenía declaración de renta ni constancia de que no declaraba, me exigieron un codeudor firmando una letra de cambio y Carlos Salgado que también venía de Uniandes me hizo el favor de respaldarme.

Rápidamente se me acabaron los 20 pesos, y al no poder pagar el hotel, mostré el documento de mi matrícula en tercer año de medicina, fue suficiente para postergar mi pago. Mi alimentación y trasporte diario me costaba un peso, que lo conseguía con préstamos sucesivos entre varios compañeros. Mi hermana Herlinda, de su salario mensual me giraba de Valledupar lo que podía, en esta ocasión la mesada fue demorada.

A los 15 días de estar soportando tan angustiante situación, un compañero de estudio me invita al cumpleaños de la propietaria de la casa donde él residía. Acepte la invitación. Mi ánimo en la fiesta fue tan notorio que la anfitriona me brinda un trago de licor y me pregunta el motivo de mi tristeza, después de varios tragos le conté detalladamente mi sombría realidad.

El día siguiente, la generosa señora y su esposo llegan al hotel donde yo estaba hospedado y me dicen: “José, recoja sus cositas porque se va con nosotros a nuestra casa”, sorprendido, les dije es que tengo una deuda… “No se preocupe que ya la cancelamos”. De veras, mientras estuve con esos ángeles nada me faltó.

En nada mengua la nobleza de ellos, la información de que yo les colaboré económicamente, cada vez que me llegaba de Valledupar el giro enviado por mi hermana Herlinda, mujer tan caritativa como doña Laura (q.e.p.d.), este es el nombre de la persona que me repuso el optimismo que estaba perdiendo, para lograr el anhelado objetivo de mi vida. La obtención del diploma de médico.    

Nota: invito a leer mis columnas anteriores en la web de EL PILÓN: ‘Memorias más gratas que aciagas’ y ‘Gracias a Toño Murgas’.

Columnista
4 junio, 2020

Siempre he tenido ángeles custodios

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
José Romero Churio

El aislamiento por la pandemia del SARS-CoV-2/COVID-19, me ha puesto a evocar pasajes de mi vida, y loas a Dios por sus ángeles custodios que siempre me han amparado. A mi madre, cuando llevaba algo más de siete meses del embarazo de mi procreación, la mordió un perro con ‘mal de rabia’, enfermedad viral de […]


El aislamiento por la pandemia del SARS-CoV-2/COVID-19, me ha puesto a evocar pasajes de mi vida, y loas a Dios por sus ángeles custodios que siempre me han amparado.

A mi madre, cuando llevaba algo más de siete meses del embarazo de mi procreación, la mordió un perro con ‘mal de rabia’, enfermedad viral de larga convalecencia y alta mortalidad, tal azaroso episodio le desencadena parto prematuro. Ante la precaria salud de mi madre; recién nacido, mi padre me puso al cuidado de otra mujer que tenía en Guacoche y por varios años me crio como si fuera su hijo biológico.

Hasta la culminación del bachillerato mi vida fue grata sin asomos de dificultades, pero por circunstancias imprevistas, el patrimonio familiar decayó considerablemente; no obstante, pude comenzar estudio universitario en la Universidad Nacional (UN), época en la cual surge el deterioro de la UN, siendo presidente de la República, Alberto Lleras Restrepo, desde entonces esta prestigiosa universidad no ha recuperado su otrora esplendor.

Afortunadamente, pude empezar la carrera de medicina en la Universidad de los Andes de Bogotá, becado por la Universidad del Valle (UV). Mientras estuve en esa ciudad percibí ayuda de la familia de la esposa de mi hermano Marcelo (q.e.p.d.), que vivía cerca de la unidad residencial Antonio Nariño, donde Uniandes me asignó cómodo albergue.

Los últimos cinco años de medicina me correspondió cursarlos en la UV de Cali, ciudad en la que no conocía a nadie, en aquel tiempo mi situación económica ya era muy crítica; sin embargo, decidido y optimista viajé allá a terminar mi carrera de vocación, con 20 pesos en mis bolsillos. Llegué de noche en bus, me alojé en un hotel cercano al terminal de trasporte, con tarifa de dos pesos día el mero alojamiento y pago diario.

El día siguiente fui a matricularme a la universidad. En la UV el ciclo de estudio era anual, el costo de la matricula dependía de la declaración de renta, la mínima costaba 170 pesos y la máxima más de 2 mil pesos. Debido a que no tenía declaración de renta ni constancia de que no declaraba, me exigieron un codeudor firmando una letra de cambio y Carlos Salgado que también venía de Uniandes me hizo el favor de respaldarme.

Rápidamente se me acabaron los 20 pesos, y al no poder pagar el hotel, mostré el documento de mi matrícula en tercer año de medicina, fue suficiente para postergar mi pago. Mi alimentación y trasporte diario me costaba un peso, que lo conseguía con préstamos sucesivos entre varios compañeros. Mi hermana Herlinda, de su salario mensual me giraba de Valledupar lo que podía, en esta ocasión la mesada fue demorada.

A los 15 días de estar soportando tan angustiante situación, un compañero de estudio me invita al cumpleaños de la propietaria de la casa donde él residía. Acepte la invitación. Mi ánimo en la fiesta fue tan notorio que la anfitriona me brinda un trago de licor y me pregunta el motivo de mi tristeza, después de varios tragos le conté detalladamente mi sombría realidad.

El día siguiente, la generosa señora y su esposo llegan al hotel donde yo estaba hospedado y me dicen: “José, recoja sus cositas porque se va con nosotros a nuestra casa”, sorprendido, les dije es que tengo una deuda… “No se preocupe que ya la cancelamos”. De veras, mientras estuve con esos ángeles nada me faltó.

En nada mengua la nobleza de ellos, la información de que yo les colaboré económicamente, cada vez que me llegaba de Valledupar el giro enviado por mi hermana Herlinda, mujer tan caritativa como doña Laura (q.e.p.d.), este es el nombre de la persona que me repuso el optimismo que estaba perdiendo, para lograr el anhelado objetivo de mi vida. La obtención del diploma de médico.    

Nota: invito a leer mis columnas anteriores en la web de EL PILÓN: ‘Memorias más gratas que aciagas’ y ‘Gracias a Toño Murgas’.