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Cultura - 1 diciembre, 2019

¡Siempre a la orden!

Agradezco a los lectores y al director Andrés Llamas del diario EL PILÓN por permitirme llegar todos los domingos con mis notas periodísticas, en donde expuse mi visión sobre el tema vallenato y sus componentes sociales, cuyo propósito es y será analizar a nuestra música de una manera distinta. Después de escribir en medios nacionales […]

Agradezco a los lectores y al director Andrés Llamas del diario EL PILÓN por permitirme llegar todos los domingos con mis notas periodísticas, en donde expuse mi visión sobre el tema vallenato y sus componentes sociales, cuyo propósito es y será analizar a nuestra música de una manera distinta.

Después de escribir en medios nacionales como El Espectador y El Tiempo durante más de tres décadas, tenía una deuda con la Provincia y quise saldarla de la mejor manera: escribiendo.

Durante un semestre me dediqué a decirles mis apreciaciones con sentido crítico, lo hice, por la insistencia de mi madre, Juanita Hinojosa Rubio, quien me dio un regaño a manera de sentencia: ‘regálale a nuestra tierra, parte de lo que ella te dio”.

Escribo y estoy en la música vallenata desde muchacho. No he podido hacer algo que no tenga que ver con esta expresión bendita del arte. A ella le debo mucho y me salvó de todo. Aprendí con las notas periodísticas de Consuelo Inés Araujo Noguera, un referente especial que hizo afianzar mi inquietud. Escuché desde niño, el sonido de los músicos nuestros en procura de ser alguien… quienes han nutrido mi espíritu para seguir en esta lucha eterna. A los nuevos valores del Vallenato quienes tienen una gran responsabilidad. Mi sentir se torna triste cuando recuerdo a los ausentes.

El que busca encuentra, por eso todos los días salía del Loperena para esa esquina llena de música, para aprenderle a los que sabían: Víctor Camarillo, Juvenal Daza, Félix Moreno, “Chico” Mejía Cataño, Iván Gil, Roberto y Darío Pavajeau Molina, Santander Durán, Rita Fernández, quienes apoyaron mis nacientes canciones y mi afán de conocer sobre nuestra música. Fue tanta mi insistencia, que allá en la oficina de turismo, decidieron ponerme de jurado, situación que no cayó bien entre los mezquinos que no faltan. Ante este hecho le comenté a “la Cacica” lo que pasaba y ella, con lo frentera que era, me tomó de la mano y les dijo: ¿Qué les pasa con Félix? Ellos al unísono contestaron: “Cacica él no sabe de vallenato, él es un pelao y nosotros tenemos toda una vida en esto y no hemos podido ser jurado”. Ella contestó: “Eso es cierto. Él no sabe, por eso lo puse, para que aprendiera”.

Mi padre Rafael Carrillo Brito me enseñó y con el tiempo pude comprobar, “el protagonismo y grandeza de la Guajira en la construcción del Vallenato”, al igual que, “si Valledupar no coge las riendas de esa música, ésta no estaría donde se encuentra”. A todos ellos, mi gratitud.

“Un día de 1978 me propuse mostrar mis canciones. Sentados en una piedra gigante en la esquina musical de los Carrascal Cotes, los hijos de Ciro y Blanca, y luego de entusiasmar a Lucho Martínez, Millo y al acordeonero Numa Bateman, logramos lo imposible: ser finalista al lado de Rio Badillo del malogrado creador Octavio Daza en el Festival vallenato. Esta lucha se dio de manera consecutiva 1979, 1980 y 1981, con el apoyo de Jorge Luis Ramos, uno de los niños que mejor ha cantado el vallenato, una promesa que nunca llegó al disco teniendo tanto talento y Franco Rois, mi acordeonero preferido.

Uno de los hechos que incidió para irme de Valledupar a aventurar a Bogotá, fue el acto perverso contra Octavio Daza, quien siempre tuvo la nobleza de presentarme como una promesa e insistió mucho para que me grabaran. Al hacernos ese daño, sentí que mi suerte no estaba en Valledupar y me fui, después de trabajar como mensajero en un banco de Valledupar, dirigido por Dolores Zabaleta, en busca de mejores caminos.
La tierra Cachaca me recibe. Bogotá me lo ha dado todo. En esa tierra andina reafirmé mi afición sin fanatismo por Santa Fe, mi equipo del alma y logré un reconocimiento serio entre tanta gente. Estudié Periodismo en Inpahu, Comunicación Social y Periodismo en la Universidad Central. Allí pude reafirmar el afecto que me han brindado mis hermanos Nolberto, Tomás Gregorio, Marlene, José Alejandro, Rosario, Rafael Segundo, Jesualdo y María Isabel y mis hijos Tomás Eduardo y Andrés Camilo y mis sobrinos. La familia es todo.

Cinco territorios hacen parte de mi vida: Barrancas, La Guajira, donde nací, la Sierra, Codazzi, Becerril y Valledupar donde viví parte de mi infancia y adolescencia, para llegar a Bogotá, un lugar frío en su inicio, pero que con la migración de tanta gente, venida de las diversas provincias, se llenó de sus sueños, alegrías y ganas de surgir. Ella ya no es la misma, ahora es más humana y menos mezquina.

Soy rey del Festival vallenato con el son “Mi pobre acordeón”/99 grabada por los niños del “Turco Gil”. Conozco y he aportado algo al vallenato. Admiro a las diversas vertientes del vallenato. Ellas nutren mi espíritu. Para poder escribir tengo que escuchar vallenato en todos sus tiempos, de lo contrario, no hago ni media cuartilla. No envidio ni me incómoda el triunfo del otro

“Siempre he tenido personas buenas a mi alrededor que me siempre me han ayudado. Sus manos amigas han sido un importante soporte para mí. Entre esos ángeles puedo citar a don Guillermo Cano quien creyó en mí, al llegar en 1980 al Espectador como un perfecto desconocido. Esa, al igual que El Tiempo de la mano de Enrique Santos Calderón, fueron mis casas periodísticas que me acolitaron mis sueños, transformados en proyectos para bien del vallenato. La lista es inmensa, por eso no la escribo, la llevo en el corazón.

Todo comenzó antes. No era más que un pelao en Valledupar, que perseguía la llegada de los directivos de CBS, entre ellos, Gabriel Muñoz, Alberto Suárez López y Santander Díaz, para mostrarles mis inquietudes y fue el primero, quien me dio la mano e hizo que FERCAHINO, que había nacido en los salones del Loperena se convirtiera en una realidad, al publicar una nota mía en 1977 como boletín de prensa para Diomedes Díaz y Elberto López. Luego esa especie de género periodístico que cree para bien de mi música, caminó de la mano de personas que lo han dado todo, para que el Vallenato haya crecido, entre ellas, Lenin Bueno Suárez, Fernando López Henao, Guillermo Mazorra, Luis Alberto Laverde.

Viví en el Barrio Simón Bolívar, en medio de tanta gente buena y luchadora, entre ellos los Geles Suárez, donde vi nacer y crecer el talento de Omar y Wilfran, con la insistencia de Hilda, una madre gigante, los Hinojosa Blanco, los nieto de Nicho, Amalia y Toño con Lira, “Mojino”, “Cachi” y Kiko Barrios, Hermes Arregoces el de las reuniones elegantes, la familia de Félix Reyes, Osmiro Barahona y su diatriba socialista, el primo José Augusto Solano y María Hernández con su “corroncha” a la mano, Luis Tiberio, Rodo, “Tonto” y Cesar Cerchar, “el pollo” Benja y Juana, Magali Carbal, Purita, los hijos de Elvira Rada, los Robles Alvarado, los Vásquez Londoño, los hijos de Antonio Molina y Ana Escobar, los de Pablo Zuleta y Vitalia, los de Will Gutiérrez y Maritza Polo, el señor Benjamín conocido como “el sobandero” y la señora Julia, los hijos de Rita Munive, los Berrío con Esteban y Marticela, Elsa Gnecco y Germán Barros, Gladys y su familia Orozco Maestre, Miguel Ortiz y Miriam Picón, Rosa Nieves y el Mono de Fonseca, “Medio Millón” llamado así por haberse ganado dos quinticos de lotería, a quien le encantaba andar con los guajiros y terminó caminando y haciendo gestos como ellos, Diego Mendoza organizaba el festival de los gays y con revolver en mano evitaba que los pelaos le agarraran las nalgas a quienes desfilaban, la compraventa de Fabio Zuleta con dos licuadoras y un cilindro de gas, “Yayo” Varela un guajiro que se enfrentó a plomo con el “Mono” Meza, los de Héctor y Teo, los González Gómez, hijos de Héctor y Judith, los kilométricos, los Lemus, los González Quintero, los Acosta Serrano, el profesor Juan Cuello y su Liceo Colón, Martín Miranda el líder del futbol, Paco Lara con sus chistes y Victorina Serrano, la mamá de Geobell, con quienes viví la bulla que producía el picó de Mogolla, quien corregía a Eva por usar sus chores atrevidos de variados colores, que sumado a los partidos que todos los sábados y domingos, se hacían en la monumental del doce de octubre, se convirtieron en el centro de diversión en esos populares barrios, que se suman al recuerdo eterno del llamado que hacía al amanecer José Agustín Mackenzie, el sacerdote conocido como Guarekú, invitando con su retahíla previo a la misa, las eternas amanecidas del primo Luis Castilla, Rafael Gómez y el profesor Brito, el sonido de los acordeones de Alberto Pacheco y Beto Muegues, el inolvidable Mario Cotes con su Gimnasio del Cesar, quien me recibió con tanto cariño y luego, el Loperena, donde terminé en la gloriosa promoción/77, con compañeros llenos de talento.

“Me encanta lo que han hecho nuestros escritores, con relación a los comentarios que produce el vallenato. Sin ellos, al igual que los medios de comunicación rurales y urbanos, no hubiese sido posible tanto ascenso para una música local como la nuestra.

Mucha gente ha aportado para la inmortalidad de nuestra música. Antes de su consagración, muchos relatores decidieron reproducir lo que hacían nuestros anónimos músicos. Estoy convencido que “Vallenatología” el libro de Consuelo, es el mejor prólogo que se ha escrito sobre el vallenato, porque generó una apertura a la investigación. Me gusta “Vallenato hombre y canto” de Ciro Quiroz Otero, por mostrar la africanía en nuestra música, Tomás Darío y sus pruebas, cuyo aporte en el tema indígena abrió varios interrogantes, muchos de ellos por resolver. Julio con su ABC que no debió llamarse así, sino “por los caminos del acordeón” por la exaltación que le hizo a ese instrumento, que nos salvó de todo.

A los que han hecho, antes y después de ellos y continúan en la brega de hacer libros, revistas, programas radiales, corto y largo metraje. A Beto Murgas por su museo del acordeón, un sueño que va a ser más grande de lo que es. A Gabriel García Márquez, Manuel Zapata Olivella y a todas las personas, antes que ellos, quienes escribieron relatos en torno a esa música llamada vallenato.

Sin herir a ninguna música local de la Patria, “no hay una música más bonita que el vallenato, ella surgió para que Colombia no fuera una Nación triste”.

“Contrario a lo que han dicho muchos investigadores ilustres, vallenatologos y seguidores de nuestra música, “el vallenato no nació para bailarse en parranda”, siempre he dicho, ¿Por qué reprimir la danza que llevas en el alma y que al escuchar el vallenato te provoca expresar? ¿Por qué no bailar el vallenato como tú lo sientas, si su dancística es libertaria? “Baila el espíritu de los muertos al escuchar un vallenato”, ¿Por qué no hacerlo, si estamos vivos?”

“Vienen nuevas propuestas que el 2020 ha de prodigar con las bendiciones necesarias, en donde el vallenato estará presente. Les deseo a todos, unas grandes conquistas sociales para bien de sus familias. No olviden que el valor moral está por encima del dinero. Que la fama es una espuma y que el prestigio es una construcción necesaria en todos los frentes. “La vida del ser humano es como el vuelo de un avión: hay que prender bien los motores, deslizarse bien por la pista, alzar bien el vuelo y luego, aterrizar bien, de lo contrario, no valió la pena soñar”.

“Todo esto lo digo, porque hasta el mes de Noviembre les escribí mis notas. Agradecidos con todos. Me gustó lo que hice. Creo en la nueva generación, la apoyo con la misma fuerza como lo hice en tiempos pasados, con esos valores que construyeron el techo de nuestra música. No tiene sentido olvidar a los valores primitivos, modernos y posmodernos que nos han dado todo. Sin ellos, no sería feliz. Tuve la fortuna de estar en los lugares indicados para dejar unas huellas, que se construyeron de la mejor manera. Por qué no hablar de la Categoría para el vallenato en el Premio Grammy Latino, que se luchó como el llanero solitario y que luego pretendieron cambiarle de gestor. Gracias Emilianito por su defensa a través de ese canto, igual a Silvestre y Peter quienes fueron excluidos al inicio por defender mi labor. Felicitaciones a todos sus ganadores y los que han de venir”

Nota Especial: “¡La exaltación por parte del Festival, a Jorge Oñate, cantante con un aporte inmenso por abrir tantas trochas en Colombia y el mundo, y Rosendo Romero Ospino, un creador que llegó a la cúspide por la fuerza de sus versos y melodías, es de un gran valor cultural para nuestra provincia. Ambos son artistas de la música vallenata, que nos pueden representar en cualquier lugar del mundo y debemos sentirnos homenajeados a través de ellos!”.

Félix Carrillo Hinojosa/ EL PILÓN

Cultura
1 diciembre, 2019

¡Siempre a la orden!

Agradezco a los lectores y al director Andrés Llamas del diario EL PILÓN por permitirme llegar todos los domingos con mis notas periodísticas, en donde expuse mi visión sobre el tema vallenato y sus componentes sociales, cuyo propósito es y será analizar a nuestra música de una manera distinta. Después de escribir en medios nacionales […]


Agradezco a los lectores y al director Andrés Llamas del diario EL PILÓN por permitirme llegar todos los domingos con mis notas periodísticas, en donde expuse mi visión sobre el tema vallenato y sus componentes sociales, cuyo propósito es y será analizar a nuestra música de una manera distinta.

Después de escribir en medios nacionales como El Espectador y El Tiempo durante más de tres décadas, tenía una deuda con la Provincia y quise saldarla de la mejor manera: escribiendo.

Durante un semestre me dediqué a decirles mis apreciaciones con sentido crítico, lo hice, por la insistencia de mi madre, Juanita Hinojosa Rubio, quien me dio un regaño a manera de sentencia: ‘regálale a nuestra tierra, parte de lo que ella te dio”.

Escribo y estoy en la música vallenata desde muchacho. No he podido hacer algo que no tenga que ver con esta expresión bendita del arte. A ella le debo mucho y me salvó de todo. Aprendí con las notas periodísticas de Consuelo Inés Araujo Noguera, un referente especial que hizo afianzar mi inquietud. Escuché desde niño, el sonido de los músicos nuestros en procura de ser alguien… quienes han nutrido mi espíritu para seguir en esta lucha eterna. A los nuevos valores del Vallenato quienes tienen una gran responsabilidad. Mi sentir se torna triste cuando recuerdo a los ausentes.

El que busca encuentra, por eso todos los días salía del Loperena para esa esquina llena de música, para aprenderle a los que sabían: Víctor Camarillo, Juvenal Daza, Félix Moreno, “Chico” Mejía Cataño, Iván Gil, Roberto y Darío Pavajeau Molina, Santander Durán, Rita Fernández, quienes apoyaron mis nacientes canciones y mi afán de conocer sobre nuestra música. Fue tanta mi insistencia, que allá en la oficina de turismo, decidieron ponerme de jurado, situación que no cayó bien entre los mezquinos que no faltan. Ante este hecho le comenté a “la Cacica” lo que pasaba y ella, con lo frentera que era, me tomó de la mano y les dijo: ¿Qué les pasa con Félix? Ellos al unísono contestaron: “Cacica él no sabe de vallenato, él es un pelao y nosotros tenemos toda una vida en esto y no hemos podido ser jurado”. Ella contestó: “Eso es cierto. Él no sabe, por eso lo puse, para que aprendiera”.

Mi padre Rafael Carrillo Brito me enseñó y con el tiempo pude comprobar, “el protagonismo y grandeza de la Guajira en la construcción del Vallenato”, al igual que, “si Valledupar no coge las riendas de esa música, ésta no estaría donde se encuentra”. A todos ellos, mi gratitud.

“Un día de 1978 me propuse mostrar mis canciones. Sentados en una piedra gigante en la esquina musical de los Carrascal Cotes, los hijos de Ciro y Blanca, y luego de entusiasmar a Lucho Martínez, Millo y al acordeonero Numa Bateman, logramos lo imposible: ser finalista al lado de Rio Badillo del malogrado creador Octavio Daza en el Festival vallenato. Esta lucha se dio de manera consecutiva 1979, 1980 y 1981, con el apoyo de Jorge Luis Ramos, uno de los niños que mejor ha cantado el vallenato, una promesa que nunca llegó al disco teniendo tanto talento y Franco Rois, mi acordeonero preferido.

Uno de los hechos que incidió para irme de Valledupar a aventurar a Bogotá, fue el acto perverso contra Octavio Daza, quien siempre tuvo la nobleza de presentarme como una promesa e insistió mucho para que me grabaran. Al hacernos ese daño, sentí que mi suerte no estaba en Valledupar y me fui, después de trabajar como mensajero en un banco de Valledupar, dirigido por Dolores Zabaleta, en busca de mejores caminos.
La tierra Cachaca me recibe. Bogotá me lo ha dado todo. En esa tierra andina reafirmé mi afición sin fanatismo por Santa Fe, mi equipo del alma y logré un reconocimiento serio entre tanta gente. Estudié Periodismo en Inpahu, Comunicación Social y Periodismo en la Universidad Central. Allí pude reafirmar el afecto que me han brindado mis hermanos Nolberto, Tomás Gregorio, Marlene, José Alejandro, Rosario, Rafael Segundo, Jesualdo y María Isabel y mis hijos Tomás Eduardo y Andrés Camilo y mis sobrinos. La familia es todo.

Cinco territorios hacen parte de mi vida: Barrancas, La Guajira, donde nací, la Sierra, Codazzi, Becerril y Valledupar donde viví parte de mi infancia y adolescencia, para llegar a Bogotá, un lugar frío en su inicio, pero que con la migración de tanta gente, venida de las diversas provincias, se llenó de sus sueños, alegrías y ganas de surgir. Ella ya no es la misma, ahora es más humana y menos mezquina.

Soy rey del Festival vallenato con el son “Mi pobre acordeón”/99 grabada por los niños del “Turco Gil”. Conozco y he aportado algo al vallenato. Admiro a las diversas vertientes del vallenato. Ellas nutren mi espíritu. Para poder escribir tengo que escuchar vallenato en todos sus tiempos, de lo contrario, no hago ni media cuartilla. No envidio ni me incómoda el triunfo del otro

“Siempre he tenido personas buenas a mi alrededor que me siempre me han ayudado. Sus manos amigas han sido un importante soporte para mí. Entre esos ángeles puedo citar a don Guillermo Cano quien creyó en mí, al llegar en 1980 al Espectador como un perfecto desconocido. Esa, al igual que El Tiempo de la mano de Enrique Santos Calderón, fueron mis casas periodísticas que me acolitaron mis sueños, transformados en proyectos para bien del vallenato. La lista es inmensa, por eso no la escribo, la llevo en el corazón.

Todo comenzó antes. No era más que un pelao en Valledupar, que perseguía la llegada de los directivos de CBS, entre ellos, Gabriel Muñoz, Alberto Suárez López y Santander Díaz, para mostrarles mis inquietudes y fue el primero, quien me dio la mano e hizo que FERCAHINO, que había nacido en los salones del Loperena se convirtiera en una realidad, al publicar una nota mía en 1977 como boletín de prensa para Diomedes Díaz y Elberto López. Luego esa especie de género periodístico que cree para bien de mi música, caminó de la mano de personas que lo han dado todo, para que el Vallenato haya crecido, entre ellas, Lenin Bueno Suárez, Fernando López Henao, Guillermo Mazorra, Luis Alberto Laverde.

Viví en el Barrio Simón Bolívar, en medio de tanta gente buena y luchadora, entre ellos los Geles Suárez, donde vi nacer y crecer el talento de Omar y Wilfran, con la insistencia de Hilda, una madre gigante, los Hinojosa Blanco, los nieto de Nicho, Amalia y Toño con Lira, “Mojino”, “Cachi” y Kiko Barrios, Hermes Arregoces el de las reuniones elegantes, la familia de Félix Reyes, Osmiro Barahona y su diatriba socialista, el primo José Augusto Solano y María Hernández con su “corroncha” a la mano, Luis Tiberio, Rodo, “Tonto” y Cesar Cerchar, “el pollo” Benja y Juana, Magali Carbal, Purita, los hijos de Elvira Rada, los Robles Alvarado, los Vásquez Londoño, los hijos de Antonio Molina y Ana Escobar, los de Pablo Zuleta y Vitalia, los de Will Gutiérrez y Maritza Polo, el señor Benjamín conocido como “el sobandero” y la señora Julia, los hijos de Rita Munive, los Berrío con Esteban y Marticela, Elsa Gnecco y Germán Barros, Gladys y su familia Orozco Maestre, Miguel Ortiz y Miriam Picón, Rosa Nieves y el Mono de Fonseca, “Medio Millón” llamado así por haberse ganado dos quinticos de lotería, a quien le encantaba andar con los guajiros y terminó caminando y haciendo gestos como ellos, Diego Mendoza organizaba el festival de los gays y con revolver en mano evitaba que los pelaos le agarraran las nalgas a quienes desfilaban, la compraventa de Fabio Zuleta con dos licuadoras y un cilindro de gas, “Yayo” Varela un guajiro que se enfrentó a plomo con el “Mono” Meza, los de Héctor y Teo, los González Gómez, hijos de Héctor y Judith, los kilométricos, los Lemus, los González Quintero, los Acosta Serrano, el profesor Juan Cuello y su Liceo Colón, Martín Miranda el líder del futbol, Paco Lara con sus chistes y Victorina Serrano, la mamá de Geobell, con quienes viví la bulla que producía el picó de Mogolla, quien corregía a Eva por usar sus chores atrevidos de variados colores, que sumado a los partidos que todos los sábados y domingos, se hacían en la monumental del doce de octubre, se convirtieron en el centro de diversión en esos populares barrios, que se suman al recuerdo eterno del llamado que hacía al amanecer José Agustín Mackenzie, el sacerdote conocido como Guarekú, invitando con su retahíla previo a la misa, las eternas amanecidas del primo Luis Castilla, Rafael Gómez y el profesor Brito, el sonido de los acordeones de Alberto Pacheco y Beto Muegues, el inolvidable Mario Cotes con su Gimnasio del Cesar, quien me recibió con tanto cariño y luego, el Loperena, donde terminé en la gloriosa promoción/77, con compañeros llenos de talento.

“Me encanta lo que han hecho nuestros escritores, con relación a los comentarios que produce el vallenato. Sin ellos, al igual que los medios de comunicación rurales y urbanos, no hubiese sido posible tanto ascenso para una música local como la nuestra.

Mucha gente ha aportado para la inmortalidad de nuestra música. Antes de su consagración, muchos relatores decidieron reproducir lo que hacían nuestros anónimos músicos. Estoy convencido que “Vallenatología” el libro de Consuelo, es el mejor prólogo que se ha escrito sobre el vallenato, porque generó una apertura a la investigación. Me gusta “Vallenato hombre y canto” de Ciro Quiroz Otero, por mostrar la africanía en nuestra música, Tomás Darío y sus pruebas, cuyo aporte en el tema indígena abrió varios interrogantes, muchos de ellos por resolver. Julio con su ABC que no debió llamarse así, sino “por los caminos del acordeón” por la exaltación que le hizo a ese instrumento, que nos salvó de todo.

A los que han hecho, antes y después de ellos y continúan en la brega de hacer libros, revistas, programas radiales, corto y largo metraje. A Beto Murgas por su museo del acordeón, un sueño que va a ser más grande de lo que es. A Gabriel García Márquez, Manuel Zapata Olivella y a todas las personas, antes que ellos, quienes escribieron relatos en torno a esa música llamada vallenato.

Sin herir a ninguna música local de la Patria, “no hay una música más bonita que el vallenato, ella surgió para que Colombia no fuera una Nación triste”.

“Contrario a lo que han dicho muchos investigadores ilustres, vallenatologos y seguidores de nuestra música, “el vallenato no nació para bailarse en parranda”, siempre he dicho, ¿Por qué reprimir la danza que llevas en el alma y que al escuchar el vallenato te provoca expresar? ¿Por qué no bailar el vallenato como tú lo sientas, si su dancística es libertaria? “Baila el espíritu de los muertos al escuchar un vallenato”, ¿Por qué no hacerlo, si estamos vivos?”

“Vienen nuevas propuestas que el 2020 ha de prodigar con las bendiciones necesarias, en donde el vallenato estará presente. Les deseo a todos, unas grandes conquistas sociales para bien de sus familias. No olviden que el valor moral está por encima del dinero. Que la fama es una espuma y que el prestigio es una construcción necesaria en todos los frentes. “La vida del ser humano es como el vuelo de un avión: hay que prender bien los motores, deslizarse bien por la pista, alzar bien el vuelo y luego, aterrizar bien, de lo contrario, no valió la pena soñar”.

“Todo esto lo digo, porque hasta el mes de Noviembre les escribí mis notas. Agradecidos con todos. Me gustó lo que hice. Creo en la nueva generación, la apoyo con la misma fuerza como lo hice en tiempos pasados, con esos valores que construyeron el techo de nuestra música. No tiene sentido olvidar a los valores primitivos, modernos y posmodernos que nos han dado todo. Sin ellos, no sería feliz. Tuve la fortuna de estar en los lugares indicados para dejar unas huellas, que se construyeron de la mejor manera. Por qué no hablar de la Categoría para el vallenato en el Premio Grammy Latino, que se luchó como el llanero solitario y que luego pretendieron cambiarle de gestor. Gracias Emilianito por su defensa a través de ese canto, igual a Silvestre y Peter quienes fueron excluidos al inicio por defender mi labor. Felicitaciones a todos sus ganadores y los que han de venir”

Nota Especial: “¡La exaltación por parte del Festival, a Jorge Oñate, cantante con un aporte inmenso por abrir tantas trochas en Colombia y el mundo, y Rosendo Romero Ospino, un creador que llegó a la cúspide por la fuerza de sus versos y melodías, es de un gran valor cultural para nuestra provincia. Ambos son artistas de la música vallenata, que nos pueden representar en cualquier lugar del mundo y debemos sentirnos homenajeados a través de ellos!”.

Félix Carrillo Hinojosa/ EL PILÓN