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Columnista - 20 mayo, 2019

Si no hay amor, no hay canto

Rafael Escalona, en calidad de cronista del vallenato, anduvo por diversos lugares de la provincia, bebiendo de los ríos musicales, conquistando amistades; y en amores, todo el año era primavera. Para justificar su galantería de conquistador empedernido, se escudaba en esta frase: “Si no hay amor, no hay canto”. Como compositor, su competencia no era […]

Rafael Escalona, en calidad de cronista del vallenato, anduvo por diversos lugares de la provincia, bebiendo de los ríos musicales, conquistando amistades; y en amores, todo el año era primavera. Para justificar su galantería de conquistador empedernido, se escudaba en esta frase: “Si no hay amor, no hay canto”. Como compositor, su competencia no era por la cantidad, porque sabía esperar a que la inspiración llegara, entonces empezaba a silbar y luego a hilvanar los versos.

Su inspiración juvenil estuvo ligada a la nostalgia, río del alma donde navegan la melancolía y la esperanza. La primera canción, cuando aún era estudiante del Loperana, la compuso para la despedida del profesor Castañeda; los pájaros de la memoria agitan sus alas para la contemplación del viento frío de La Nevada. “El Hambre del Liceo”, es la añoranza del hogar materno y las delicias de los alimentos caseros; es la protesta del llanto silencioso en la mesa del internado escolar. En “El Testamento”, el amor conquista la mocedad de los sueños, pero las vacaciones terminan y él tiene que viajar para Santa Marta, es cuando escribe esta emblemática canción.

La nostalgia es una liturgia a la amistad. “El Pobre Migue” es la invitación al regreso de un amigo que se refugia en la montaña. Y su admiración por los creadores de arte: Lorenzo Morales, el andariego que dejaba las huellas antes de poner el pie; el profesor y guitarrista, Poncho Cotes, un entrañable pedazo de su alma; la Vieja Sara, madre de dos colosos juglares del canto vallenato, en El Plan, edénico lugar de la serranía, allí una voz en la sinfonía de la noche repite su nombre. Su amigo de infancia, Pedro Castro, muere y pone una cruz de guitarras y acordeón sobre su tumba. Muere el pintor Jaime Molina, su compinche de bohemia, y llora cantado su máxima elegía.

Escalona trajo al canto vallenato las influencias de la poesía modernista y vanguardista, con una nueva estructura estrófica donde la melodía es la matriz de la métrica. ‘El relámpago se ve/ como vela que se apaga’, es un símil de hondura poética que alcanza la categoría de metáfora. ‘Solamente me queda el recuerdo de tu voz/ como el ave que canta en la selva y no se ve’, es una expresión poética hermosamente bella, imagen sonora y fascinante. La mujer amada es una sonrisa en el aire, y a pesar de la lejanía corporal, siempre escucha su voz. En sus cantos se evidencia el enamorado que rinde culto a la deidad femenina, y nunca animalizó a la mujer nombrándola hembra, como suelen hacer algunos compositores que le temen a la ternura.

Columnista
20 mayo, 2019

Si no hay amor, no hay canto

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
José Atuesta Mindiola

Rafael Escalona, en calidad de cronista del vallenato, anduvo por diversos lugares de la provincia, bebiendo de los ríos musicales, conquistando amistades; y en amores, todo el año era primavera. Para justificar su galantería de conquistador empedernido, se escudaba en esta frase: “Si no hay amor, no hay canto”. Como compositor, su competencia no era […]


Rafael Escalona, en calidad de cronista del vallenato, anduvo por diversos lugares de la provincia, bebiendo de los ríos musicales, conquistando amistades; y en amores, todo el año era primavera. Para justificar su galantería de conquistador empedernido, se escudaba en esta frase: “Si no hay amor, no hay canto”. Como compositor, su competencia no era por la cantidad, porque sabía esperar a que la inspiración llegara, entonces empezaba a silbar y luego a hilvanar los versos.

Su inspiración juvenil estuvo ligada a la nostalgia, río del alma donde navegan la melancolía y la esperanza. La primera canción, cuando aún era estudiante del Loperana, la compuso para la despedida del profesor Castañeda; los pájaros de la memoria agitan sus alas para la contemplación del viento frío de La Nevada. “El Hambre del Liceo”, es la añoranza del hogar materno y las delicias de los alimentos caseros; es la protesta del llanto silencioso en la mesa del internado escolar. En “El Testamento”, el amor conquista la mocedad de los sueños, pero las vacaciones terminan y él tiene que viajar para Santa Marta, es cuando escribe esta emblemática canción.

La nostalgia es una liturgia a la amistad. “El Pobre Migue” es la invitación al regreso de un amigo que se refugia en la montaña. Y su admiración por los creadores de arte: Lorenzo Morales, el andariego que dejaba las huellas antes de poner el pie; el profesor y guitarrista, Poncho Cotes, un entrañable pedazo de su alma; la Vieja Sara, madre de dos colosos juglares del canto vallenato, en El Plan, edénico lugar de la serranía, allí una voz en la sinfonía de la noche repite su nombre. Su amigo de infancia, Pedro Castro, muere y pone una cruz de guitarras y acordeón sobre su tumba. Muere el pintor Jaime Molina, su compinche de bohemia, y llora cantado su máxima elegía.

Escalona trajo al canto vallenato las influencias de la poesía modernista y vanguardista, con una nueva estructura estrófica donde la melodía es la matriz de la métrica. ‘El relámpago se ve/ como vela que se apaga’, es un símil de hondura poética que alcanza la categoría de metáfora. ‘Solamente me queda el recuerdo de tu voz/ como el ave que canta en la selva y no se ve’, es una expresión poética hermosamente bella, imagen sonora y fascinante. La mujer amada es una sonrisa en el aire, y a pesar de la lejanía corporal, siempre escucha su voz. En sus cantos se evidencia el enamorado que rinde culto a la deidad femenina, y nunca animalizó a la mujer nombrándola hembra, como suelen hacer algunos compositores que le temen a la ternura.