Sigo en Israel, ahora les escribo desde Eilat, la ciudad ubicada al extremo sur del país en límites con Jordania y Egipto, a orillas del Mar Rojo. Esta aventura me ha permitido recorrer Israel de lado a lado.
El pasado lunes terminé mi Congreso de Educación con el Keren Kayemet Leisrael -el KKL del que ya les he contado- y sólo me quedan agradecimientos con esa entidad y con quienes trabajan en ella, por la amabilidad constante, por la excelente organización del evento referido, ya que tener a 250 educadores de 22 países diferentes reunidos y viajando por Israel no es tarea fácil. A ellos toda mi admiración y respeto. Al final ese evento nos permitió visitar la Universidad de Tel Aviv y concentrarnos en el cierre en un salón del museo de Historia Natural, luego de haber visitado el Museo del Pueblo Judío ubicado allí mismo.
El sábado en la mañana nos organizaron una nueva visita a la ciudad vieja de Jerusalén y los católicos tuvimos la oportunidad de recorrer algunos pasajes de la Vía Dolorosa -la misma del Viacrucis de Nuestro Señor- para terminar en el Santo Sepulcro. Fuerte experiencia el poder estar ahí. Antes estuvimos afuera de la Abadía de la Dormición -el lugar en el que la Virgen, según la tradición cristiana, se queda dormida para siempre y Jesús baja del cielo con varios ángeles y se la lleva con él a los cielos-. Como su nombre lo indica es una abadía, es decir, está en manos benedictinas, las mismas manos que me dieron la mejor educación escolar posible durante mi paso por el Colegio San Carlos de Bogotá. El Ora et Labora se respira por todas partes en ese sitio.
El Santo Sepulcro es un lugar muy particular. No pude dejar de llorar desde antes de entrar, tenía sentimientos encontrados al estar muy emocionado por poder estar ahí, presente, como lo he podido hacer antes en lugares tan impactantes como Fátima en Cova de Iría o la Villa de Guadalupe en Ciudad de México; pero también apenado por las cosas horrendas que tuvo que enfrentar el Señor para redimir nuestros pecados. Aquí encuentra uno desde el lugar de la crucifixión, donde puede verse perfectamente el hoyo que le dio soporte a la cruz de Jesús después del Viacrucis, hasta la piedra en la que luego de fallecer lo lavaron y aceitaron antes de llevarlos al Santo Sepulcro. Había gente por todas partes, la multitud se movía lentamente, pero logré, después de un rato largo de cola y espera, arrodillarme y rezar al frente de donde estuvo la cruz, ahí una especie de altar en plata, precioso. Lugar sublime. Allí agradecí a nombre de los míos y pedí perdón también a nombre de ellos sabiendo de antemano que el sentimiento sería el mismo. Fuerte, muy fuerte. Me queda sólo visitar Lourdes, en Francia, para así haber logrado estar en los lugares santos que desde siempre soñé conocer.
La víspera nos despedimos de Jerusalén y de Israel con todas las de la ley: una fiesta estupenda, en una terraza enorme al frente de la muralla, donde la música latina -en un principio- y luego la local, se tomaron el evento. Fui honrado al ser invitado por el equipo organizador del KKL a dirigir unas cortas palabras de cierre a nombre de la comunidad hispanoparlante que asistió al congreso -cerca de 65 personas de Latinoamérica y España-. De manera concisa agradecí el trabajo de quienes organizaron el congreso, reconocí la amabilidad con la que nos atendieron en todas partes y asumí el compromiso de defender, al igual que los soldados que visitamos en muchos lugares, la cultura y la educación judía en donde quiera que esté.
Desde conocer todas las fronteras de Israel, visitar viveros, sembrar un árbol, ayudar a construir una banca para donar, estar en un refugio antimisiles, recorrer a pie Jerusalén, también caminar por la Ciudad de David, asistir a 2 espectáculos de luces en el mismo Castillo del Rey David -uno sobre la historia de Jerusalén y otro sobre la del Rey David-, entre otras muchas cosas, es lo que hasta ahora me queda de este extraordinario viaje, de 3 intensas y maravillosas semanas.
Mientras tanto, qué alivio saber que se va Irene Vélez. Era cuestión de tiempo.
Por Jorge Eduardo Ávila.