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Columnista - 8 julio, 2022

Serpa, mi amigo

Hace unos días se hizo la presentación de su libro “El país que viví”, en el Gimnasio Moderno de Bogotá, y  con  honor  participé como ponente. 

Hay homenajes que son más que merecidos. Y no tengo duda que uno muy  merecido es la conmemoración de la vida y obra del gran líder liberal Horacio Serpa, mi amigo.

Hace unos días se hizo la presentación de su libro “El país que viví”, en el Gimnasio Moderno de Bogotá, y  con  honor  participé como ponente. 

El libro es una compilación de las memorias de Horacio y el  incalculable impacto que tuvo  como servidor público. Cada página  refleja su gran pasión: la búsqueda de la paz. Serpa se  dedicó  con convicción a construir el sueño de  Colombia  un país en paz.

Guardo con cariño recuerdos de varias etapas de la vida que tuve la oportunidad de acompañarlo: el gobierno Samper,  el Partido Liberal y  su ingreso a la Internacional  Socialista,  y la Constituyente del  91. Horacio llevó con altura las banderas liberales defendiendo sus posiciones con un tono de voz inconfundible, pero siempre guardando un respeto sagrado por las demás posiciones.

A pesar de pertenecer a partidos y movimientos opuestos Horacio guardó una cordial y respetuosa relación con quienes compartió la constituyente: el  presidente César Gaviria, y  los co-presidentes Álvaro Gómez, de Salvación nacional,  y Antonio Navarro, del M19. 

Hay una foto que tiene un valor simbólico muy poderoso,  son ellos cuatro frente a la estatua de Núñez, con  diferentes formas de ver el  mundo pero trabajaron en llave por una nueva constitución a la que le apostó el  país, para que las palabras tuvieran más  fuerza que las balas.

La marcha al Caguán fue otro símbolo de sus tres campañas a la presidencia, cuando con tenacidad notificó su apoyo a la paz de Pastrana, decisión que finalmente le costó la presidencia.

Horacio fue un funcionario ejemplar que se destacó en la más amplia gama de tareas que  desempeñó con lujo de detalles. Es de los pocos colombianos qué pasó por todas las ramas del estado: fue juez, gobernador, representante a la Cámara, senador, procurador, ministro, embajador y tres veces candidato a la presidencia. 

A pesar de todas esas  posiciones, jamás perdió su  esencia humana. Se  recuerdan sus gestos de lealtad y amistad sincera con Samper, pero  era su actitud constante con todos  sus copartidarios y compañeros de vida política, los respetó y les  dedicó horas enteras a construir caminos  de apoyo al bienestar del país basado en la amistad y en el aprecio personal. 

Fue una figura  pública sobresaliente como persona, como padre, como hombre de familia y como incondicional amigo.

Le tocó enfrentar al paramilitarismo que siempre lo combatió y  hostigó hasta impedir su participación en política. Siempre tuvo la sensación de que enormes poderes del país harían lo imposible para que nunca llegara a la presidencia. 

Los grandes hombres poco hablan  de sí mismos, dejan que  los hechos hablen por sí solos. Por eso salía siempre con una frase calculada y elaborada con cuidado para cada  momento. Así  se declaró “perdedor pero no derrotado”, o “nunca  habrán derrotas eternas”, o que “el poder público es efímero”, “en política nada está escrito” o “me vencieron una vez a nombre de la paz y me derrotaron otra vez a nombre de la guerra”. Todas esas frases lo describen  como persona y  dimensionan su talante socialdemócrata.

Los grandes líderes deben ser primero grandes hombres, grandes personas. Este homenaje a Horacio nos recuerda que en momentos turbulentos la ingeniería de la humanidad debería estar más orientada a tender puentes que a levantar murallas. 

El mejor  homenaje a Horacio es que como país tomemos la decisión de nunca rendirnos ante el largo camino de la búsqueda de la paz.

Columnista
8 julio, 2022

Serpa, mi amigo

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
Eduardo Verano De La Rosa

Hace unos días se hizo la presentación de su libro “El país que viví”, en el Gimnasio Moderno de Bogotá, y  con  honor  participé como ponente. 


Hay homenajes que son más que merecidos. Y no tengo duda que uno muy  merecido es la conmemoración de la vida y obra del gran líder liberal Horacio Serpa, mi amigo.

Hace unos días se hizo la presentación de su libro “El país que viví”, en el Gimnasio Moderno de Bogotá, y  con  honor  participé como ponente. 

El libro es una compilación de las memorias de Horacio y el  incalculable impacto que tuvo  como servidor público. Cada página  refleja su gran pasión: la búsqueda de la paz. Serpa se  dedicó  con convicción a construir el sueño de  Colombia  un país en paz.

Guardo con cariño recuerdos de varias etapas de la vida que tuve la oportunidad de acompañarlo: el gobierno Samper,  el Partido Liberal y  su ingreso a la Internacional  Socialista,  y la Constituyente del  91. Horacio llevó con altura las banderas liberales defendiendo sus posiciones con un tono de voz inconfundible, pero siempre guardando un respeto sagrado por las demás posiciones.

A pesar de pertenecer a partidos y movimientos opuestos Horacio guardó una cordial y respetuosa relación con quienes compartió la constituyente: el  presidente César Gaviria, y  los co-presidentes Álvaro Gómez, de Salvación nacional,  y Antonio Navarro, del M19. 

Hay una foto que tiene un valor simbólico muy poderoso,  son ellos cuatro frente a la estatua de Núñez, con  diferentes formas de ver el  mundo pero trabajaron en llave por una nueva constitución a la que le apostó el  país, para que las palabras tuvieran más  fuerza que las balas.

La marcha al Caguán fue otro símbolo de sus tres campañas a la presidencia, cuando con tenacidad notificó su apoyo a la paz de Pastrana, decisión que finalmente le costó la presidencia.

Horacio fue un funcionario ejemplar que se destacó en la más amplia gama de tareas que  desempeñó con lujo de detalles. Es de los pocos colombianos qué pasó por todas las ramas del estado: fue juez, gobernador, representante a la Cámara, senador, procurador, ministro, embajador y tres veces candidato a la presidencia. 

A pesar de todas esas  posiciones, jamás perdió su  esencia humana. Se  recuerdan sus gestos de lealtad y amistad sincera con Samper, pero  era su actitud constante con todos  sus copartidarios y compañeros de vida política, los respetó y les  dedicó horas enteras a construir caminos  de apoyo al bienestar del país basado en la amistad y en el aprecio personal. 

Fue una figura  pública sobresaliente como persona, como padre, como hombre de familia y como incondicional amigo.

Le tocó enfrentar al paramilitarismo que siempre lo combatió y  hostigó hasta impedir su participación en política. Siempre tuvo la sensación de que enormes poderes del país harían lo imposible para que nunca llegara a la presidencia. 

Los grandes hombres poco hablan  de sí mismos, dejan que  los hechos hablen por sí solos. Por eso salía siempre con una frase calculada y elaborada con cuidado para cada  momento. Así  se declaró “perdedor pero no derrotado”, o “nunca  habrán derrotas eternas”, o que “el poder público es efímero”, “en política nada está escrito” o “me vencieron una vez a nombre de la paz y me derrotaron otra vez a nombre de la guerra”. Todas esas frases lo describen  como persona y  dimensionan su talante socialdemócrata.

Los grandes líderes deben ser primero grandes hombres, grandes personas. Este homenaje a Horacio nos recuerda que en momentos turbulentos la ingeniería de la humanidad debería estar más orientada a tender puentes que a levantar murallas. 

El mejor  homenaje a Horacio es que como país tomemos la decisión de nunca rendirnos ante el largo camino de la búsqueda de la paz.