Posiblemente en lo que queda de semana, y no hablo de la revista, redes y columnistas disertarán sobre la bandera al revés del 20 de julio por algunos caricaturistas; la operación de Fajardo por los adictos a ver ballenas; la pérdida del senador Bolívar por el voto en blanco en el Congreso, y los vallenatos sobre el nuevo estudio de suelo sobre Besotes, el sueño desde hace mucho tiempo, y antes las elecciones venideras imposible quedar por fuera. Como la del Ranchería, que no la terminan dizque porque entonces no queda nada para prometer al árido departamento.
Siempre hay cosas, los periódicos salen haya noticia o no, viejo principio de prensa. Cosas olvidadas como ‘Cayita’ Daza, por ejemplo, es un periódico de ayer, casi de antier. El CCMV o Centro de música vallenata, y el mismo cerro de Cicolac, son calenturas de momentos, pura bulla, como cuando recibimos las primeras 50 mil vacunas en avión amarillo, o como el rescate del río Cesar y la ciénaga de Zapatosa como sitio turístico latinoamericano. Tal vez algunos recordarán al cronista Germán Castro Caycedo por el ‘Cachalandrán Amarillo’, un cuento de Moisés Perea, un inolvidable ya olvidado, hoy con el caso de Haití por Juvenel Moise algunos lo recuerdan. Un infinito aguacero de olvidos, eso somos.
La Bella Ustariz también partió esta semana, la dueña del sabor tradicional del viejo Valle, perdido a pedacitos; según los nuevos chef vallenatos, si le hubiera agregado a sus platos un cupcake seguramente estaría en las grandes ligas de la cocina tradicional mundial; pero si alguien lo hubiera propuesto, mandaría a comer otra vaina señalando su tradicional palillo de escobilla, por si las moscas.
La pandemia nos obliga a recordar una gran cantidad de hombres y mujeres vallenatas que se fueron, muchos de ellos con más cosas por aportar, opinar, decir, contar, aconsejar. Otros, incluso desconocidos, ya no volveremos a verlos en esquinas, tiendas, lugares y hasta en la radio, el original canal comunicativo de la gente común, para sus quejas, pero también para algunas sugerencias que generalmente también iban al olvido.
Finalmente, recurro al libro ‘Sépalo decir’ de María Paula Alonso, una comunicadora española experta en psicología y neurolingüística, escrito como manual de conversaciones cotidianas, dividido en dos partes; destaco la clasificación de las conversaciones, partiendo que no hay conversación ociosa, pensamiento sin efecto y acción sin resultado; una cosa es decirlo, otra es aceptarlo, sobre todo en una región de habladores, incluso habladores de paja, como se dice en vallenato.
Algunas claves para tener en cuenta son: valoro mis ideas y las de los otros, toda persona es digna de comunicarse conmigo y yo con otros. Sé que soy valioso y tengo algo para aportar, sé que las emociones son autogeneradas y autogestionadas.
Quién pensaría que para poder conversar como antes nos obligarían a largos, complejos, inútiles, y hasta impacientes tratados de tecnología para encontrar buenos conversadores. La vaina parece fácil, pero hasta para saber conversar debemos hacer cursos. Tan sabroso que es encontrar buenos conversadores, hoy como las brujas, en vía de extinción, pero en el viejo Valledupar aún se encuentran.
Hasta para hablar paja un rato toca invertir tiempo en su búsqueda, eso es uno de los tantos cambios que nos dejaría la pandemia, y creo que lo lograron. Un aviso: se buscan habladores. Y no nombro a Arturo ni a Esquivel, pueden ser del otro equipo, pero conversadores.