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Saltó de una telenovela

“Rara ceguera que me borras el mundo / estrella casi alma con que asciendo o me hundo…”. Así comienza el poema ‘Ceguera’, de quien nunca había escuchado su nombre. Fue hace unas tardes cuando una amiga, afecta a las telenovelas, me llamó para preguntarme que si sabía quién era Delmira Agustini; ni idea, le dije y pregunté de dónde había sacado el nombre. La respuesta me hizo reír: “…de Betty la fea”; y me contó que habían leído un poema muy lindo, de ella.

Me quedó la inquietud, busqué y me encontré con la vida apasionante de una mujer que se adelantó a su tiempo. Ahora estoy deslumbrada leyendo sus poemas. De ella se ha escrito mucho, y cada vez su obra es más estudiada; su poesía con un profundo contenido erótico (por momentos me recuerda a Clemencia Tariffa), sigue un sendero modernista y simbolista, comenzó a escribirla cuando apenas era una niña y decía que su musa era Eros, el dios del amor. Agustini fue gran amiga de Rubén Darío con quien tuvo una gran amistad y sostuvo una constante correspondencia, ella, desde su natal Uruguay; él, desde todo el mundo.

El más amplio ensayo que encontré: Lo erótico y la liberación del ser femenino en la poesía de Delmira Agustini, de Patricia Varas, nos pasea por la obra y de la poeta que es extensa a pesar de que murió a los veintisiete años (la supuesta edad maldita de los grandes) fue asesinada por su exesposo Enrique Reyes, de quien se separó porque él no soportaba sus vida literaria y su amistad con grandes escritores de la generación del 900 a la que ella pertenecía. Algunos biógrafos dicen que tuvo una vida licenciosa, que no fue bien vista, por supuesto, por la sociedad extremadamente timorata de su época. De no haber muerto en 1913, habría hecho parte del hilo de oro del que pendían poetas como Juana de Ibarbourou, su paisana, Alfonsina Storni y Gabriela Mistral.
En Montevideo hay un memorial a su nombre y obra ubicado en la calle Andes, en el sitio donde fue asesinada, y allí se hace homenaje también a mujeres que han muerto por violencia doméstica, o los ya famosos femicidios, y a pesar de los años, sus obras se imprimen constantemente: El libro blanco, Cantos de la mañana, Los cálices vacíos, El Rosario de Eros, Correspondencia sexual; contando los poemas de cada uno pasan de setecientos. Así comienza Íntima: “Yo te daré los sueños de mi vida/ en lo más hondo de la noche azul/ Mi alma desnuda temblará en tus manos, /sobre tus hombros pesará mi cruz…”.

A los lectores (esto incluye mujeres, no uso lenguaje incluyente) que gustan de los poemas, en la Agustini encuentran un filón de versos que le harán reencontrarse con el amor en todas sus connotaciones. Busquen en Internet, en las grandes o viejas librerías, se solazarán con la vida apasionante de una mujer que vivió muy poco, pero que construyó mucho, creó, soportó y cambió el desatino de su existencia por la belleza.
Mientras tanto, un poco del poema de su libro

Los Cálices vacíos el que, según mi amiga, se escuchó en Betty la fea: “Todo aquí lo alumbraron tus ojos de diamante/ bebieron en mi copa tus labios de frescura/ y descansó en mi almohada tu cabeza fragante/ me encantó tu descaro y adoré tu ternura…”

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