Hace cuarenta y cinco años me despertó mi mamá con la noticia de que Miguel López era el quinto rey del Festival Vallenato. El orgullo ‘pacífico’ como un imán nos llevó al santuario folclórico que era la casa materna de la Dinastía López, en la que el viejo Pablo y la matrona Agustina agradecían las felicitaciones, mientras sus hijos impecablemente replicaban las canciones con las que habían ganado la noche anterior, sin saber que muchos años después la corona de Rey de Reyes consolidaría a la estirpe más prolífica de la música vallenata.
El patio de la familia López Gutiérrez normalmente era el punto de encuentro de los juglares, que en inmemoriales parrandas decidían cuál de ellos ganaba los tácitos e improvisados duelos musicales, más tarde reglamentados y organizados en los concursos del gran Festival Vallenato que este año llegó a sus bodas de oro. Por eso cuando se supo que Álvaro López era el cuarto rey de reyes del festival, quise detener el tiempo en una sobrenatural parranda a la que asistiera la secuencia melódica laureada y el influjo espiritual de los grandes maestros, exclusivo de ese fantástico espacio.
Ese era el sitio de aclamación. Sonreiría de satisfacción el pentagrama mágico que los acordeones, cajas y guacharacas esculpieron en los antiguos zaguanes, altas paredes y vegetación tropical de la antigua casona, así ya no estuvieran materialmente los abuelos, ‘El Debe’ o ‘Poncho’ López. Tampoco alguien quien lo quiso mucho y hace un año nos dejó, como fue su suegra la célebre Socorro Zuleta o su madre Fidelina Carrillo, ‘Fide’ como le decíamos los niños que en aquella época la rodeábamos para escuchar anécdotas musicales de los hermanos López y que hasta los últimos momentos hicieron parte de sus afectos y malquerencias.
Hoy festejamos el triunfo de Álvaro y de toda la dinastía López, porque Pablo Agustín también fue homenajeado en la canción ganadora de Ivo Luis Díaz, El Rey de los Cajeros, en la que hace especial reconocimiento a un excelente músico, pero aún mejor ser humano y bastión fundamental en la conformación de la agrupación de los Hermanos López, como lo es el ‘Pablón’. Igualmente Navín, quien tal vez fue sacrificado en la clasificación final, pero que dejó muy en alto la fuerza interpretativa de una raza que conserva intactos los parámetros folclóricos que garantiza la inmortalidad de la música vallenata.
Los ‘pacíficos’ tenemos rey por diez años. Álvaro junto a ‘Cosita’ Arias en la caja y Ricardo José Vega en la guacharaca, nos entregó su talento interpretativo en una soberbia demostración musical. Su alegre coordinación rítmica, llena de acordes y melodías que encontraron en Miguel López y Alfredo Gutiérrez sus maestros inspiradores, logró despertar en propios y extraños el fervor folclórico satisfactorio ante el anuncio de que la corona del Rey de Reyes se la ceñiría un hijo de La Paz. Gracias Álvaro, gracias en nombre de tu pueblo. Un abrazo. –
Por Antonio María Araújo Calderón
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