Por Eduardo Verano de la Rosa.
La democracia es una forma de gobierno y se funda en la obediencia a un conjunto de reglas formales y sustanciales establecidas en una constitución política y en el ordenamiento jurídico de un estado.
Estas reglas legales son de obligatorio cumplimiento para todos los integrantes de una sociedad política. La democracia parte de la idea griega de isonomía, es decir de la igualdad entre hombres que tienen estatus de ciudadanos y el derecho de elegir y ser elegidos en condiciones de pluralismo, tolerancia y simetría para lograr la construcción de consensos que, en caso de no lograrse, se impone la decisión de la mayoría, no obstante, se deben respetar los derechos humanos y los derechos de las minorías.
En la democracia y el Estado de Derecho gobiernan las leyes, no los hombres, como nos enseña en ‘Máximas y reflexiones’, el pensador alemán Johann Wolfgang von Goethe. En consecuencia, en el gobierno de la democracia se respetan las instituciones. Defenderlas es consagrar las reglas de juego y las autoridades que ejercen el poder en forma legal. Por ejemplo, una vez elegido un presidente de la república o un gobernador o parlamentario, se les tiene que garantizar el periodo de ejercicio de la función pública, este tiempo del servidor público es sagrado y solamente puede separarse del cargo en los casos establecidos por la ley.
Por tanto, levantar voces y movimientos encaminados a perturbar el periodo constitucional o legal de un funcionario público, por ejemplo, el del presidente de la república, es contrariar las reglas de la democracia y puede ser percibido como un proceso de subversión del orden institucional, pone en peligro la estabilidad de las instituciones y puede alimentar el fuego que contraría el camino de la construcción de la paz.
La obediencia a la institucionalidad no contradice que sectores de la ciudadanía tengan derecho a disentir con las políticas gubernamentales, ni más faltaba, la democracia se construye en el consenso plural derivado de la deliberación en los canales de la institucionalidad democrática.
No se puede tratar al que disiente como a un enemigo, esto me recuerda la carta de Simón Bolívar a Rafael Urdaneta de 16 de noviembre de 1830 en la que decía: “… y que no quería volver a tener otra lucha como la de Páez y Santander, que al fin nos ha destruido a todos. Veremos que produce esta verdad saludable. Voy a escribir de nuevo sobre esto, rogándole a usted, de que tampoco desoiga mis avisos en esta parte y que mejor es una buena composición que mil pleitos ganados: yo lo he visto palpablemente, como dicen: el no habernos compuesto con Santander nos ha perdido a todos”.
Aprendamos de nuestra trágica historia. No nos tratemos como enemigos y resolvamos las diferencias con respeto a nuestra institucionalidad democrática. No olvidemos nunca los periodos de ejercicio del poder público consagrados en la Constitución Política y en las leyes es sagrado.
En consecuencia, invito a que en forma democrática se resuelvan las diferencias y que cesen las voces de “fuera” al señor presidente, es nuestro jefe de Estado y representa la unidad de la república, y tiene el deber de construir en paz y tolerancia las condiciones para la unión de este país en el marco de las diferencias.