Hace unos días recibí una llamada del pariente Luís Alejandro Jiménez Cotes, de Manaure (Cesar). Fue un saludo de bienestar y de gozo, de saber de la vida de él y la familia, porque siempre me trae recuerdos de mis padres que nacieron en ese pueblo de gente noble.
Reímos a carcajadas, recordando anécdotas familiares, hasta sentimos que por ahí estaban Hilario Añez, Armando Calle y Antonio Araque, tres ilustres hijos de esas tierras de colinas y de espléndidas sabanas.
Recordamos historias que contaron nuestros padres, como la vez que conformaron una comisión para abrir una trocha entre Manaure (era corregimiento de La Paz, Magdalena) y Machiques (Venezuela), transcurrían los años 40 (1940).
No había relaciones entre Colombia y Venezuela y la comunicación terrestre era prácticamente nula, por la Serranía de Perijá.
La idea de abrir una trocha fue de Pedro Olivella, alcalde de La Paz, quien integró un grupo conformado por Rafael Cotes, Ramón Cotes Calderón, José Domingo Felizzola, Laudelino Fernández y El Cachaco Roso Pérez. Rafael Cotes, fue quien firmó el contrato con el alcalde Olivella, por un valor no establecido (se desconoce el documento, por deterioro).
El grupo que debía trazar la trocha partió un lunes, de Manaure, para regresar en tres días. Llevaron provisiones, dos burros, láminas de zinc y otros enseres.
Sin embargo, los exploradores se perdieron y después de deambular por montañas y zonas selváticas, durante más de 30 días, alguien los atisbó en un cerro que hoy se conoce como el cerro del Avión, porque por allí se estrelló una avioneta, en los años 30.
Durante días tuvieron que comer de toda clase de animales y animalejos, yerbas y matas, porque se les acabaron las provisiones y los burros se murieron. Incluso, hasta pensaron comerse unos a los otros, por el hambre.
La persona que los vio cerca del rio Limón los denunció ante la Guardia venezolana y fueron detenidos en Maracaibo por varios días.
Una semana después fueron dejados en libertad en Paraguachón y ahí comenzó otra desdicha. Durante meses estuvieron reclamando el pago de su trabajo, pero el alcalde Olivella se negaba a pagar.
Un lunes a las siete de la mañana Rafael Cotes fue por enésima vez a La Paz, a cobrarle a Pedro Olivella. Llegó a su casa, al lado de la Alcaldía. Tocó el portón y salió Irene, la esposa. Rafael la saludo y preguntó por el alcalde. Ella lo hizo pasar y llegó hasta la mesa en donde estaba desayunando Olivella, quien lo invitó a sentarse, pero Rafael se negó y le dijo: “Don Pedro, yo vine a ver cómo nos arreglamos”, mientras sacaba un revolver de una mochila. “Usted nos paga hoy a las buenas o a las malas”.
El alcalde quedó petrificado y se le cayó el tenedor de sus manos. Le pidió a Irene que llamara a la Policía, pero Rafael ordenó que nadie salía de la casa. Como era costumbre, a las 8 de la mañana llegó Manuel Moscote, era su secretario de Gobierno, quien se convirtió en el conciliador.
Olivella le dio orden de pagar y Moscote fue a la alcaldía, hizo la cuenta y regresó a casa de su jefe, con la cuenta y el cheque, por el valor total para cada uno de los exploradores.
Antes de salir de la casa del alcalde, Rafael Cotes le advirtió: “Don Pedro espero que el cheque tenga fondo, que no me vaya hacer ir a Valledupar a cambiarlo, porque tendrá muchos problemas”. Pero, el cheque salió bien y Rafael repartió a cada uno de sus compañeros. Hasta la próxima semana.