A pesar de la serie de escándalos de corruptela que se han presentado en los últimos tiempos en el país como el de Odebrecht y Reficar, los elefantes blancos que abundan en la geografía nacional, el aumento de concesiones viales sin que haya una mejora considerable en el estado de la infraestructura vial del país, la oleada de irregularidades en la esfera de contratación estatal, el caso de Interbolsa, una reforma tributaria que deja mucho que decir y poco en qué gastar, entre otros fiascos, no podemos dejar que la firme y vehemente intención que tenemos en que las cosas cambien, así sea un poco, nos gane la partida en el plano electoral y nuestros objetivos se vean expuestos a sufrir algún tipo de desfiguración, lo que se traduciría en que terminaríamos eligiendo al personaje menos indicado para que funja como Jefe de Estado, Jefe de Gobierno y Suprema Autoridad Administrativa.
Lo que menos necesita el país en estos momentos, ni nunca, es que quien llegue a la Casa de Nariño sea un empedernido radicalista, populista o caudillista, sea de izquierda o de derecha, ninguna de esas orillas políticas hace que merme la nocividad de esas corrientes opuestas a los proyectos de democracia responsable.
Hay que tener muchísimo cuidado con quienes, como dicen por ahí, se la pasan pintándonos un mundo de colores.
El asunto de la corrupción es un tema serio, una cuestión que lamentablemente se ha vuelto parte de nuestra historia, cultura y convivencia, estamos hablando de un flagelo que ha devorado el erario por décadas; no es un simple asunto mediático, tal como lo han tomado algunos políticos del país, esos que han encontrado en esta coyuntura un buen discurso veintejuliero para el debate del 2018, que sin lugar a dudas le endulzará el oído a más de uno, mejor dicho, el caballo de batalla perfecto para el porvenir plebiscitario.
La corrupción hay que combatirla, los medios están, pero los ínfimos niveles de efectividad son incuestionables.
Las ramas del poder público están en la obligación de desplegar los planes de acción pertinentes para su erradicación. La Fiscalía General y la Procuraduría General de la Nación, la Contraloría General la República, junto con las superintendencias, deben engrosar su accionar de manera urgente.
En Colombia necesitamos un presidente que impulse políticas encaminadas al fortalecimiento de las instituciones, que su proceder vaya de la mano con nuestra Constitución Política, que trabaje en pro de la materialización del catálogo de derechos programáticos del trazado de Estado Social y Democrático de Derecho.
Un mandatario amigo de la Constitución económica, consciente de la importancia que constituye la iniciativa privada dentro del Estado, desde allí, en sociedad con el sector público, podrá conseguirse la armonía estructural demandada para afrontar los retos que tiene el país en materia de pobreza extrema, gasto público, equidad, agricultura, educación, salud, saneamiento básico, trabajo, alimentación, productividad, infraestructura, innovación, cultura, ciencia, tecnología e inversión.
En lo que a conflicto armado respecta, el próximo presidente debe agotar las vías del pacifismo, pero si estas no dan resultado, la obligación constitucional que tiene como jefe de Estado es velar por la tranquilidad y la seguridad pública de todos los colombianos, habrá que coaccionar al Eln y a todas las organizaciones delincuenciales que pretendan entorpecer los avances hasta ahora conseguidos en pro de una paz anhelada, estable y duradera.
Desde luego, se debe persistir en la lucha contra el narcotráfico y sus derivados.
Hay que hacer todo lo posible para que el remedio no termine siendo peor que la enfermedad. Lo dije hace unos días en mi cuenta de Twitter con ocasión de la victoria de Emmanuel Macron en Francia: “La política mundial necesita más sobriedad y eficacia que show y demagogia”. En la baraja de presidenciables hay buenos elementos, es cuestión de elegir al que mejor compagine con la Colombia de hoy y del mañana. ¡Que el populismo no nos gane para las presidenciales!
Por Camilo Pinto
@camilopintom