Después de alcanzar 8.028.030 votos en las pasadas elecciones presidenciales, muchos pensaron que Petro se convertiría en el principal referente político de quienes están en una orilla distinta al uribismo, pero hasta ahora su liderazgo luce desdibujado, perdido: no tiene autoridad ni capacidad de convocatoria en la oposición.
Petro se resignó a agitar las emociones de los colombianos. En el pasado quedó aquel senador valiente que realizó en el Congreso debates bien documentados sobre la parapolítica y la corrupción, ahora su escenario predilecto es el Twitter, donde escribe con una mala sintaxis sobre la realidad nacional sin profundizar en los argumentos y las pruebas.
Un político honesto debe ofrecerle a la gente una esperanza. Petro ha reducido su protagonismo a la intriga y al culto a su persona. No conduce a los colombianos a reflexionar sobre el futuro, sino que busca atiborrarnos de rabia para que terminemos votando por él en el 2022: “El salvador”. Al igual que Uribe, sus ínfulas de mesías son inocultables, le gusta revolver el río para que todo gire alrededor suyo. Su ego es más grande que su vocación democrática, tiene dificultad para trabajar en grupo con quienes también ejercen un liderazgo.
Petro incendia más de lo que inspira, no genera la suficiente confianza. Por supuesto, tiene muchísimos seguidores, pero no une a la mayoría del país para obtener el triunfo, sino que divide a quienes desean que Colombia tome otro rumbo. Tiene muchos fantasmas a su alrededor: su pasado en el M-19, los cuestionamientos a su administración en Bogotá, su ambigüedad frente a la dictadura de Maduro, el vídeo de los fajos de billete, su innegable caudillismo y su populismo galopante.
Por ahora el Centro Democrático va de capa caída. Uribe, que es el espejo de Petro en la derecha radical, también se resignó a destilar su odio a través de Twitter mientras que Duque está perdido en un laberinto de retos insuperables: el país está más polarizado, el desempleo aumentó, la inseguridad es imparable, la mermelada sigue y Maduro continúa anclado al poder.
Aunque tienen ideologías distintas, Petro y Uribe hacen política de la misma forma. Ambos usan la polarización como un dispensador de votos. Ambos se comprenden como mesías. Ambos deslegitiman las instituciones y los medios de comunicación para hacer valer su propia ley. Ambos son populistas: uno en los temas sociales y el otro en lo punitivo. El asunto es que Uribe ya le conoce el talón de Aquiles a Petro: Uribe hace que Petro infunda más miedo que él.
La democracia necesita líderes, no caudillos resentidos como Petro y Uribe. Para derrotar al uribismo en el 2022 se necesita un candidato presidencial que logre consolidar una coalición alternativa entre sectores mayoritarios de la izquierda, el centro y la derecha moderada. También se requiere promover nuevos liderazgos que modernicen y refresquen el escenario nacional: Juanita Goebertus, Camilo Romero, Alejandro Gaviria, Carlos Andrés Amaya… Solo así se podrá derrotar a ese monstruo electoral que se llama Uribe.
Mientras tanto, el Centro Democrático, cuyo gobierno ha resultado tan decepcionante como Petro en la oposición, debe estar cruzando los dedos para que el líder de la Colombia Humana sea quien vuelva a despertar el fervor popular en las elecciones presidenciales del 2022. Ellos, más que nadie, tienen claro que Petro es el contrincante que les asegura el triunfo: el rival perfecto.
Twitter: ccsilva86