Ayer después de 10:00 a.m., mi esposa, Marta Orozco Bernier, profesora por vocación, me preguntó: “¿Amor, hoy no va a escribir la columna?”. “Ni tema tengo en la mente”, le respondí. “Ánimo, mi amor, perseverancia, empeño, no desfallezca”, me recalcó, agregándome: “Alguien tiene en cuenta y practica lo que escribes en tus columnas. La protesta […]
Ayer después de 10:00 a.m., mi esposa, Marta Orozco Bernier, profesora por vocación, me preguntó: “¿Amor, hoy no va a escribir la columna?”. “Ni tema tengo en la mente”, le respondí. “Ánimo, mi amor, perseverancia, empeño, no desfallezca”, me recalcó, agregándome: “Alguien tiene en cuenta y practica lo que escribes en tus columnas. La protesta callejera de hoy sería un buen tema”. La oportuna advertencia de mi querida esposa reanimó mi alicaído espíritu.
Inmediatamente pensé: ¡Caramba! Qué líderes tan irreflexivos, los conformantes del comité del actual paro nacional. Siguen generando aglomeraciones en plena pandemia y, lo peor, a sabiendas de que nuestro país es uno de los más azotados por el contagio del SARS-CoV-2, el coronavirus causante de covid-19 que, últimamente, cada día -en promedio- extermina a 500 personas.
Así como he censurado la educación presencial durante la pandemia también recrimino acremente las peligrosas protestas callejeras, porque en estos momentos son un holocausto o suicidio colectivo. En modo alguno estoy en contra del derecho a la protesta pública, ya que soy consciente de que en nuestro país sobran motivos para que la gente proteste con justa razón.
Además, tampoco ignoro el garrafal error del presidente Duque, del exministro Carrasquilla y demás asesores intervinientes en la creación del proyecto de ley de la fallida reforma tributaria.
Sigo pensando y preguntándome por qué la humanidad sigue actuando tan egoísta e insensiblemente en tantos millones de años de evolución, proceso que ha dejado nefastas experiencias, que pareciera no escarmientan a la humanidad, aunque su educación la ha llevado a altísimos niveles de superación que, sin duda alguna, ha excedido confort, desafortunadamente, no a todo mundo y, para colmo, la mayoría de los privilegiados con mayores riquezas son los más tacaños e indiferentes con los más pobres. El gran ejemplo de lo anterior son las entidades bancarias que solo favorecen a los pudientes; es decir, a los que poseen respaldo tangible convertible en dinero.
Lo más grimoso de toda esta mezquindad es ver que Colombia, nuestro dizque querido país, premiado ampliamente por la naturaleza, es una de las cinco latitudes del mundo terrenal donde más ha crecido la brecha entre ricos y pobres, situación que nos tiene en las condiciones como nos encontramos hoy, con mucha incertidumbre, polarizados por el odio y la rabia que pulula a lo ancho y largo de todos nuestros territorios, donde muy pocos cuidan el medio ambiente, la mayoría de los intereses son de índoles individualistas y poquito bienestar colectivo.
Afortunadamente, Colombia ha tenido y sigue teniendo gente inteligente y fuerte físicamente que le han dado mucha gloria, especialmente en el ámbito deportivo que nunca lo han logrado los deportistas de muchos países. Ejemplos: Gabriel García Márquez, premio nobel de literatura; Luis Herrera, Nairo Quintana, Egan Bernal, Caterine Ibargüen, Antonio Cervantes, más conocido como Kid Pambelé; la dupla tenista Cabal-Farah; el tigre Falcao y otros más que me gustaría nombrarlos, pero el espacio no me lo permite. Cuánta gente ambiciona que hubieran nacido en sus países.
El presidente Duque en una entrevista televisiva dijo que en este año en Colombia se le inocularían las dosis de vacunas requeridas a 35 millones de sus habitantes; es decir, se alcanzaría la deseada inmunidad de rebaño. Ojalá se cumpliera esta meta, que muchos ponen en duda porque hoy 20 de mayo en el país todavía no se ha vacunado completamente el 6 % de su población, que corresponde a menos de 3 millones de personas. Habría que acelerar enormemente la vacunación. Esperemos el 31 de diciembre.
Ayer después de 10:00 a.m., mi esposa, Marta Orozco Bernier, profesora por vocación, me preguntó: “¿Amor, hoy no va a escribir la columna?”. “Ni tema tengo en la mente”, le respondí. “Ánimo, mi amor, perseverancia, empeño, no desfallezca”, me recalcó, agregándome: “Alguien tiene en cuenta y practica lo que escribes en tus columnas. La protesta […]
Ayer después de 10:00 a.m., mi esposa, Marta Orozco Bernier, profesora por vocación, me preguntó: “¿Amor, hoy no va a escribir la columna?”. “Ni tema tengo en la mente”, le respondí. “Ánimo, mi amor, perseverancia, empeño, no desfallezca”, me recalcó, agregándome: “Alguien tiene en cuenta y practica lo que escribes en tus columnas. La protesta callejera de hoy sería un buen tema”. La oportuna advertencia de mi querida esposa reanimó mi alicaído espíritu.
Inmediatamente pensé: ¡Caramba! Qué líderes tan irreflexivos, los conformantes del comité del actual paro nacional. Siguen generando aglomeraciones en plena pandemia y, lo peor, a sabiendas de que nuestro país es uno de los más azotados por el contagio del SARS-CoV-2, el coronavirus causante de covid-19 que, últimamente, cada día -en promedio- extermina a 500 personas.
Así como he censurado la educación presencial durante la pandemia también recrimino acremente las peligrosas protestas callejeras, porque en estos momentos son un holocausto o suicidio colectivo. En modo alguno estoy en contra del derecho a la protesta pública, ya que soy consciente de que en nuestro país sobran motivos para que la gente proteste con justa razón.
Además, tampoco ignoro el garrafal error del presidente Duque, del exministro Carrasquilla y demás asesores intervinientes en la creación del proyecto de ley de la fallida reforma tributaria.
Sigo pensando y preguntándome por qué la humanidad sigue actuando tan egoísta e insensiblemente en tantos millones de años de evolución, proceso que ha dejado nefastas experiencias, que pareciera no escarmientan a la humanidad, aunque su educación la ha llevado a altísimos niveles de superación que, sin duda alguna, ha excedido confort, desafortunadamente, no a todo mundo y, para colmo, la mayoría de los privilegiados con mayores riquezas son los más tacaños e indiferentes con los más pobres. El gran ejemplo de lo anterior son las entidades bancarias que solo favorecen a los pudientes; es decir, a los que poseen respaldo tangible convertible en dinero.
Lo más grimoso de toda esta mezquindad es ver que Colombia, nuestro dizque querido país, premiado ampliamente por la naturaleza, es una de las cinco latitudes del mundo terrenal donde más ha crecido la brecha entre ricos y pobres, situación que nos tiene en las condiciones como nos encontramos hoy, con mucha incertidumbre, polarizados por el odio y la rabia que pulula a lo ancho y largo de todos nuestros territorios, donde muy pocos cuidan el medio ambiente, la mayoría de los intereses son de índoles individualistas y poquito bienestar colectivo.
Afortunadamente, Colombia ha tenido y sigue teniendo gente inteligente y fuerte físicamente que le han dado mucha gloria, especialmente en el ámbito deportivo que nunca lo han logrado los deportistas de muchos países. Ejemplos: Gabriel García Márquez, premio nobel de literatura; Luis Herrera, Nairo Quintana, Egan Bernal, Caterine Ibargüen, Antonio Cervantes, más conocido como Kid Pambelé; la dupla tenista Cabal-Farah; el tigre Falcao y otros más que me gustaría nombrarlos, pero el espacio no me lo permite. Cuánta gente ambiciona que hubieran nacido en sus países.
El presidente Duque en una entrevista televisiva dijo que en este año en Colombia se le inocularían las dosis de vacunas requeridas a 35 millones de sus habitantes; es decir, se alcanzaría la deseada inmunidad de rebaño. Ojalá se cumpliera esta meta, que muchos ponen en duda porque hoy 20 de mayo en el país todavía no se ha vacunado completamente el 6 % de su población, que corresponde a menos de 3 millones de personas. Habría que acelerar enormemente la vacunación. Esperemos el 31 de diciembre.