Jorge Negrete Abdalla es mundialmente conocido, no por ser el más cercano primo de don Juan Gossain sino porque es el único agricultor en América que ha podido cultivar en su finca, llamada ‘El Corozo’, en Cereté, Córdoba, el trigo calentano que solamente crece en el desierto del Sahara cuando una vez al año cae una llovizna extraviada de las riberas del Nilo.
Uno de los primeros inmigrantes Abdalla llegados del medio oriente a las tierras del Sinú trajo consigo un kilo de granos de este trigo para intentar cultivarlo por estos lares y así no perder el contacto con su lejano terruño.
Los granos pasaron a otras manos de la parentela que trataron de ubicar en Cereté la persona indicada para cultivarlos. Los Manzur Abdalla solo tenían intereses políticos; los Barguil Abdalla andaban afanados por amasar fortuna; los Esquivia pendientes de los Zuleta y solo los Negrete Abdalla tenían vocación campesina y el trigo fue sembrado en una pequeña huerta cerca de la finca El Corozo, donde Jorge Negrete le prodigó todo el cuidado del caso. Por aquellas maravillas de la naturaleza existe un microclima allí en El Corozo y el trigo fructificó de forma esplendida.
Doña Mayito Chaar, propietaria en Cereté del negocio ‘Productos alimenticios Chaar’, se enteró que había trigo del oriental calentano recién cortado y de inmediato inició un convenio con su cultivador para comprar toda la producción de El Corozo.
Las cosas han ido muy bien y hoy es grande la demanda del quibbe cereteano, que se despacha a diferentes partes del país donde turcos, sirios, libaneses y hasta cachacos con ínfulas de orientales le dan gusto al paladar.
Como todos saben los ingredientes del quibbe son: la carne molida, el trigo, cebolla y especias, pero es que el trigo calentano le da un sabor muy especial y una textura más crocantica que seduce a los paladares más recelosos y las papilas gustativas se recrean con el toque de azafrán silvestre que solo se consigue por los lados de Rabo Largo, una pizquita de pimienta roja del Paramillo y el orégano orejón de los aluviones que forma el río Sinú. Sencillamente, es exquisito su sabor.
Esto nos explica que esté el quibbe profundamente afincado en la cultura gastronómica cereteana y que los muchachos y adultos también prefieran en los perros calientes y en las hamburguesas un par de quibbes en lugar de una salchicha y la carne prefabricada de la comida chatarra. Caso único en el mundo.
Periódicamente, Jorge Negrete, mi amigo y hermano, me manda por transporte Brasilia cavas refrigeradas con ricuras de la comida cordobesa y enterado que me encanta el quibbe me alistó una repleta de los afamados Chaar. Informada doña Mayito que iban con destino a Valledupar muy gentilmente le ofreció mandar la cava hasta Sincelejo con una amiga que temprano viajaba para la perla de la sabana y por este conducto se hizo el envío que facilitaba el transporte ya que de Sincelejo despachan diariamente pequeños buses para Valledupar.
Un día después, sobre el medio día, me llamó al celular un fulano muy afanado informándome que tenía una cava para mí y que le diera coordenadas ya que no entendía la dirección. Me encontraba en mi oficina ubicada a media cuadra de la registraduria y me comento el tipo que él conocía bien el sitio y que en diez minutos allí nos encontraríamos. Efectivamente diez minutos después volvió a llamar anunciándome que estaba en el sitio, allí también estaba yo. Él no me veía y yo menos a él.
Por teléfono le indiqué mi ubicación: “Estoy en la Registraduría a media cuadra del colegio Loperena, en una camioneta roja”. “Yo estoy en un taxi frente a la Registraduría”, me dijo él; “ves el colegio”, le interrogué. Pasados diez segundos me preguntó: “¿Oiga, hermano, y usted dónde es que está?”. “En Valledupar”, le repliqué. Ahí fue Troya: “Nojoda, mi hermano, si yo estoy es acá en Sincelejo, cuándo carajos nos íbamos a encontrar”.
Me explicó que no había leído bien la dirección de destino que tenía la cava. Apenado me aseguró que me la enviaba en el próximo Van que saliera para el valle. Le informé a Jorge lo sucedido y fue grande su desaliento, comentándome: “Eso no aguanta otro día más, esos quibbes se dañarán”; pero afortunadamente la amiga de doña Mayito retiró la cava, metió el contenido en el congelador y tempranito la armó nuevamente y ahí va directamente para Valledupar.
La recibí en la tardecita, los quibbes llegaron en perfecto estado de congelación, y esa noche horneados aderezados con suero Klaren’s y una botella de vino Bodas de Caná de ese de consagrar, que un ahijado de los tantos que tengo que es sacristán se la roba donde el obispo, me di un verdadero banquete que envidiaría el Jeque Mohammed bin Rashid de Dubái.
Valió la pena la espera después de tantas peripecias.