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Columnista - 24 abril, 2025

Palabra y fe

Estamos convencidos de que cuando Dios habla, suceden cosas. La debilidad o fortaleza de nuestra fe se halla en proporción con la creencia que tenemos en que Dios hará lo que ha dicho. Si Dios lo dice y yo lo creo, entonces suceden cosas. 

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“Y daré por respuesta a quien me avergüenza que en tu Palabra he confiado”. Salmos 119,42

Estamos convencidos de que cuando Dios habla, suceden cosas. La debilidad o fortaleza de nuestra fe se halla en proporción con la creencia que tenemos en que Dios hará lo que ha dicho. Si Dios lo dice y yo lo creo, entonces suceden cosas. 

La fe es independiente de sentimentalismos, impresiones, improbabilidades y apariencias externas. Cuando confundimos estas cosas con la fe, dejamos de apoyarnos en la Palabra de Dios, porque la fe no tiene necesidad de ninguna de las cosas mencionadas. La fe genuina confía solamente en la Palabra de Dios. Y cuando, de manera desprevenida, nos acercamos y creemos en su Palabra, suceden cosas y nuestro corazón halla paz.

Dios se complace en el ejercicio de la fe; primero, bendiciendo nuestras propias almas y después bendiciendo a los que están a nuestro alrededor, incluso a la iglesia local y universal. Sin embargo, la mayor dificultad para poder depositar nuestra confianza en Dios y su Palabra se llama “las pruebas”. Cuando estas nos visitan –y de seguro lo harán-, deberíamos confiar y decir: “Padre celestial, gracias porque aún en medio de la adversidad puedo seguir descansando en ti”. Así, las pruebas se convierten en el alimento de nuestra fe. Es justamente en medio de ellas cuando decidimos volver nuestros ojos al Señor en busca de ayuda y socorro. Es ahí cuando podemos arrojarnos en los brazos de nuestro Padre, confiados que él tiene lo mejor para sus hijos. 

Pero, las pruebas y las dificultades no son el único medio por el cual se ejercita y aumenta nuestra fe. También, por medio de la lectura diligente y disciplinada de las Escrituras podemos conocer a Dios como él se ha revelado en su Palabra. El apóstol Pablo, sostiene que, la fe viene por el oír la Palabra de Dios. Será difícil confiar en un desconocido; pero, fácilmente podemos confiar en alguien cercano y conocido. ¿Cómo confiar en Dios, si no lo conozco? La única manera de conocerlo y estrechar lazos de amistad y de cariño es a través del juicio cierto de su persona que produce el estudio diligente y esforzado de su Palabra.  

De acuerdo con lo que conoces, ¿puedes decir que él es un Dios amoroso? Si lo conocemos, seremos capaces de comprender cuál sea anchura, la longitud, la profundidad y la altura del amor de Cristo que excede a todo conocimiento, para así, ser llenos de toda la plenitud de Dios. 

Caro amigo: junta tu fe con la mía y supliquemos a Dios que nos haga comprender esto, con el fin de poder admirar la dulzura y bondad de Dios y nos sea posible estar al tanto de su amor y del placer de obedecer su Palabra y disfrutar de su bondad. Cuanto más nos aproximemos a este estado en lo profundo de nuestras almas, más dispuestos estaremos de arrojarnos en sus brazos, satisfechos y confiados por la forma en que ha obrado en nosotros. 

Esperemos confiadamente para ver el bien que Dios hará en medio de nosotros, mientras avanzamos en la comprensión a través de su Palabra con la certeza de que, si Dios lo dijo, él lo hará. 

Mis oraciones contigo. 

Por: Valerio Mejía Araújo.

Columnista
24 abril, 2025

Palabra y fe

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
Valerio Mejía Araújo

Estamos convencidos de que cuando Dios habla, suceden cosas. La debilidad o fortaleza de nuestra fe se halla en proporción con la creencia que tenemos en que Dios hará lo que ha dicho. Si Dios lo dice y yo lo creo, entonces suceden cosas. 


“Y daré por respuesta a quien me avergüenza que en tu Palabra he confiado”. Salmos 119,42

Estamos convencidos de que cuando Dios habla, suceden cosas. La debilidad o fortaleza de nuestra fe se halla en proporción con la creencia que tenemos en que Dios hará lo que ha dicho. Si Dios lo dice y yo lo creo, entonces suceden cosas. 

La fe es independiente de sentimentalismos, impresiones, improbabilidades y apariencias externas. Cuando confundimos estas cosas con la fe, dejamos de apoyarnos en la Palabra de Dios, porque la fe no tiene necesidad de ninguna de las cosas mencionadas. La fe genuina confía solamente en la Palabra de Dios. Y cuando, de manera desprevenida, nos acercamos y creemos en su Palabra, suceden cosas y nuestro corazón halla paz.

Dios se complace en el ejercicio de la fe; primero, bendiciendo nuestras propias almas y después bendiciendo a los que están a nuestro alrededor, incluso a la iglesia local y universal. Sin embargo, la mayor dificultad para poder depositar nuestra confianza en Dios y su Palabra se llama “las pruebas”. Cuando estas nos visitan –y de seguro lo harán-, deberíamos confiar y decir: “Padre celestial, gracias porque aún en medio de la adversidad puedo seguir descansando en ti”. Así, las pruebas se convierten en el alimento de nuestra fe. Es justamente en medio de ellas cuando decidimos volver nuestros ojos al Señor en busca de ayuda y socorro. Es ahí cuando podemos arrojarnos en los brazos de nuestro Padre, confiados que él tiene lo mejor para sus hijos. 

Pero, las pruebas y las dificultades no son el único medio por el cual se ejercita y aumenta nuestra fe. También, por medio de la lectura diligente y disciplinada de las Escrituras podemos conocer a Dios como él se ha revelado en su Palabra. El apóstol Pablo, sostiene que, la fe viene por el oír la Palabra de Dios. Será difícil confiar en un desconocido; pero, fácilmente podemos confiar en alguien cercano y conocido. ¿Cómo confiar en Dios, si no lo conozco? La única manera de conocerlo y estrechar lazos de amistad y de cariño es a través del juicio cierto de su persona que produce el estudio diligente y esforzado de su Palabra.  

De acuerdo con lo que conoces, ¿puedes decir que él es un Dios amoroso? Si lo conocemos, seremos capaces de comprender cuál sea anchura, la longitud, la profundidad y la altura del amor de Cristo que excede a todo conocimiento, para así, ser llenos de toda la plenitud de Dios. 

Caro amigo: junta tu fe con la mía y supliquemos a Dios que nos haga comprender esto, con el fin de poder admirar la dulzura y bondad de Dios y nos sea posible estar al tanto de su amor y del placer de obedecer su Palabra y disfrutar de su bondad. Cuanto más nos aproximemos a este estado en lo profundo de nuestras almas, más dispuestos estaremos de arrojarnos en sus brazos, satisfechos y confiados por la forma en que ha obrado en nosotros. 

Esperemos confiadamente para ver el bien que Dios hará en medio de nosotros, mientras avanzamos en la comprensión a través de su Palabra con la certeza de que, si Dios lo dijo, él lo hará. 

Mis oraciones contigo. 

Por: Valerio Mejía Araújo.