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Columnista - 5 diciembre, 2014

Oxígeno chocoano para la paz

El país tiene razones para transpirar optimismo con respecto a las conversaciones de paz de La Habana. No solo por haberse superado lo de la retención de un General de la República por parte de las Farc en las selvas del Chocó, o por el ablandamiento de las posiciones hostiles al proceso de varios representantes […]

El país tiene razones para transpirar optimismo con respecto a las conversaciones de paz de La Habana. No solo por haberse superado lo de la retención de un General de la República por parte de las Farc en las selvas del Chocó, o por el ablandamiento de las posiciones hostiles al proceso de varios representantes de la ultraderecha, o por la buena noticia de que Gobierno y Farc reanudan las conversaciones a partir del próximo 10 de diciembre. Me refiero al cambio de actitud de los negociadores y dirigentes de las Farc que aparentemente ha pasado desapercibido para la mayoría de analistas políticos y medios de comunicación.
El lenguaje moderado de Iván Márquez y Pablo Catatumbo en los últimos meses y frases conciliadoras del mismo ‘Timochenko’ como la contenida en la carta al general Alzate: “Un general de la República y su objetivo de alto valor sentados frente a frente, en medio del invierno implacable de la selva chocoana, quizás prefiguran lo que podía ser Colombia en un escenario de reconciliación”, son demostraciones contundentes que ese grupo insurgente, el más antiguo y extendido en el país, en esta ocasión ha tomado la decisión seria e irrevocable de hacer dejación de las armas e integrarse como fuerza política legal a la posibilidad de llegar al poder de manera pacífica y democrática. De parte del gobierno, el presidente Santos quiere pasar a la historia como un pacificador, no a la manera de Pablo Morillo el militar español que logró el restablecimiento del virreinato en la Nueva Granada, sino a la manera del líder pacificador Nelson Mandela, lo cual no dejará de parecerle halagüeño en la perspectiva de la obtención del Premio Nobel de la Paz, tal como se le concedió al surafricano.
En las mismas fuerzas militares de Colombia, históricamente reacias y desconfiadas ante este tipo de negociaciones -de acuerdo a la versión de un amigo hasta hace poco escéptico ante el proceso de paz-, se da por descontado de que lo que se viene es el posconflicto y que deben prepararse para ese nuevo escenario. La gran mayoría del país quiere la paz y las huestes guerreristas cada día que pasa se quedan solas, mascullando su amargura ante el fracaso de sus reiterados intentos de sabotear el proceso. Sin embargo, no hay que dormirse en los laureles. Muchas veces en la boca del horno se quema el pan y en esta oportunidad sería lo peor que nos pudiese suceder. [email protected]

Columnista
5 diciembre, 2014

Oxígeno chocoano para la paz

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
Raúl Bermúdez Márquez

El país tiene razones para transpirar optimismo con respecto a las conversaciones de paz de La Habana. No solo por haberse superado lo de la retención de un General de la República por parte de las Farc en las selvas del Chocó, o por el ablandamiento de las posiciones hostiles al proceso de varios representantes […]


El país tiene razones para transpirar optimismo con respecto a las conversaciones de paz de La Habana. No solo por haberse superado lo de la retención de un General de la República por parte de las Farc en las selvas del Chocó, o por el ablandamiento de las posiciones hostiles al proceso de varios representantes de la ultraderecha, o por la buena noticia de que Gobierno y Farc reanudan las conversaciones a partir del próximo 10 de diciembre. Me refiero al cambio de actitud de los negociadores y dirigentes de las Farc que aparentemente ha pasado desapercibido para la mayoría de analistas políticos y medios de comunicación.
El lenguaje moderado de Iván Márquez y Pablo Catatumbo en los últimos meses y frases conciliadoras del mismo ‘Timochenko’ como la contenida en la carta al general Alzate: “Un general de la República y su objetivo de alto valor sentados frente a frente, en medio del invierno implacable de la selva chocoana, quizás prefiguran lo que podía ser Colombia en un escenario de reconciliación”, son demostraciones contundentes que ese grupo insurgente, el más antiguo y extendido en el país, en esta ocasión ha tomado la decisión seria e irrevocable de hacer dejación de las armas e integrarse como fuerza política legal a la posibilidad de llegar al poder de manera pacífica y democrática. De parte del gobierno, el presidente Santos quiere pasar a la historia como un pacificador, no a la manera de Pablo Morillo el militar español que logró el restablecimiento del virreinato en la Nueva Granada, sino a la manera del líder pacificador Nelson Mandela, lo cual no dejará de parecerle halagüeño en la perspectiva de la obtención del Premio Nobel de la Paz, tal como se le concedió al surafricano.
En las mismas fuerzas militares de Colombia, históricamente reacias y desconfiadas ante este tipo de negociaciones -de acuerdo a la versión de un amigo hasta hace poco escéptico ante el proceso de paz-, se da por descontado de que lo que se viene es el posconflicto y que deben prepararse para ese nuevo escenario. La gran mayoría del país quiere la paz y las huestes guerreristas cada día que pasa se quedan solas, mascullando su amargura ante el fracaso de sus reiterados intentos de sabotear el proceso. Sin embargo, no hay que dormirse en los laureles. Muchas veces en la boca del horno se quema el pan y en esta oportunidad sería lo peor que nos pudiese suceder. [email protected]