El 5 de julio de la semana anterior, la comisión de gobierno del Concejo de Valledupar aprobó en primer debate asignarle el nombre de ‘Oswaldo Quintana’ al megacolegio de la Urbanización Lorenzo Morales, que pronto será inaugurado. Las personas que conocieron la vida y obra del profesor Oswaldo Quintana, aplauden esta iniciativa del alcalde Augusto Ramírez Uhía, porque es un meritorio homenaje a la memoria de quien ejerció con responsable idoneidad su compromiso académico durante muchos años en colegios oficiales de la ciudad.
Uno de los concejales de la comisión manifestó que por su edad no tenía conocimiento de este insigne educador, pero al escuchar la ponencia ya tenía la suficiente información para votar de manera afirmativa. De esa forma positiva lo hicieron los otros concejales, y estamos seguro de que así se hará en los próximos debates de la plenaria.
Yo que tuve el honor de conocerlo, primero como mi profesor y después como compañero de trabajo en el Instpecam, comparto con los lectores esta breve semblanza. En 40 años de ejercicio docente en Valledupar, alrededor de 12 mil estudiantes disfrutaron el privilegio de recibir sus enseñanzas en los colegios Loperena, Sagrada Familia, Prudencia Daza e Instpecam. En su largo caminar por la docencia se hizo merecedor de menciones y diplomas, y logró escalar el pedestal de los hombres virtuosos, porque sus acciones pedagógicas engendraron sentimientos que enaltecen la disciplina, el interés por el estudio y la dignidad por la vida.
Son hombres virtuosos los filósofos y los literatos que meditan durante largas noches buscando en el perfil oculto de las horas la otra verdad de las palabras. Del mismo modo, los poetas y los músicos que transitan por las sonoras emociones vividas o soñadas para embellecer la alquimia del corazón con la estética del canto. Son virtuosos los hombres de ciencia que consagran su vida a la extenuante disciplina de los laboratorios para descifrar los acertijos de la naturaleza. Son virtuosos también los buenos amigos que regalan el misterio floreciente de la risa. Y los abuelos que no conocen la soledad ni el olvido, porque fueron padres ejemplares.
En este arquetipo de hombres virtuosos vivió Oswaldo Quintana: era un filósofo de la pedagogía, un literato de la biología, un poeta de la química, un amigo del humor y la alegría, y un excelente padre y abuelo, querido por sus familiares y amigos.
Oswaldo Quintana nació en Cartagena el 16 de mayo de 1934, y desde la temprana adolescencia, cuando contemplaba las tardes rumorosas de brisas y alcatraces, ya pensaba en ser educador.
Al recibir su grado de bachiller se fue a la fría y taciturna ciudad de Tunja a estudiar Biología y Química en la Universidad Pedagógica. Recibió el título de Licenciado en 1959 y un año después llegó a Valledupar, con el nombramiento de profesor en el Colegio Nacional Loperena. Ahí pensó trabajar un año y regresar a Cartagena, pero la nostalgia del mar quedó atrás. La familiar hospitalidad de la tierra vallenata, la magia poética de su música tradicional, la vitalidad vegetal de las aguas encantadas del río Guatapurí, la aceptación de la comunidad educativa y el amor de Beatriz, ‘La Toti’ Acuña Vásquez, convirtieron al joven cartagenero en vallenato adoptivo, y patrimonio de la educación en el Cesar.
Fundó, con su esposa, el Colegio María Auxiliadora, hoy Gimnasio del Saber. El 12 de abril de 2010, la amorosa tierra vallenata recibió sus restos mortales. Le sobreviven sus hijos: Oswaldo, Ronald, Lizbeth y Jaime.
Por José Atuesta Mindiola