En la Cámara de Representantes votaron por rechazar las objeciones del Presidente al proyecto de ley de la JEP. Se prevé que en el Senado también se rechazarán. Como consecuencia, Duque tendrá que promulgar la ley sin las objeciones. Por otro lado, renunció el Secretario General de Presidencia y se conoció que vendrán cambios en el gabinete.
Es en la gobernabilidad donde se encuentran los hechos referidos. Las decisiones de Duque de, por un lado, poner freno a la mermelada que engrasaba a los congresistas y, por el otro, hacer un gabinete sin representación política, ponían en riesgo la gobernabilidad. Parar la mermelada era una decisión indispensable para poner freno a la corrupción vinculada a cupos indicativos, contratos y presupuestos. Es el acto contra la corrupción más importante en los últimos lustros.
Pero confundir la mermelada con la representación política es un error. La representación política es natural en un sistema democrático. Los distintos movimientos que contribuyen a la elección de un gobernante tienen la legítima aspiración de participar en el gobierno elegido. Frustrar esa expectativa puede suponer perder su apoyo.
La situación es aún más compleja. El Gobierno y el Centro Democrático se encuentran en el peor de los mundos. La antigua “unidad nacional” mantiene el grueso de la burocracia del gobierno central en las regiones, pero no sufre el desgaste del ejercicio del gobierno ni del impacto político de sus decisiones y vota como se le antoja en el Congreso. El paraíso. En cambio, el Gobierno sufre el costo reputacional de que se le perciba, por cuenta de esa continuidad burocrática, como un poco “santista”, debe negociar artículo a artículo cada proyecto de ley y tener, por cuenta de ello, enormes dificultades para cumplir con sus promesas de campaña. Para rematar, se desgasta con sus electores porque los ciudadanos no ven el cambio que votaron y porque los santistas que siguen en las regiones mantienen sus prácticas contractuales y presupuestales clientelistas. Y el Centro Democrático se erosiona con el inevitable costo político de las decisiones gubernamentales y sufre la presión de sus electores con expectativas insatisfechas y con el desconcierto de ver que siguen en las regiones aquellos contra los cuales votaron. Mientras tanto, sus contradictores políticos gozan de todas las ventajas. El infierno.
El remezón ministerial da una oportunidad la gobernabilidad. El Presidente puede reformular la alianza que lo llevo al poder, con base en acuerdos basados en el programa por el que votaron los ciudadanos. Al mismo tiempo, limpiar de clientelistas la burocracia regional y dar espacios al Centro Democrático y los partidos de la nueva coalición de gobierno. Y, sobre todo, con las mayorías reconstruidas, asegurar el desarrollo de sus políticas y su plan de gobierno.