COLUMNA

Petro y Trump: dos egos en guerra

A Gustavo Petro, por obviedad suma, le interesa mucho más el conflicto con Estados Unidos que gobernar para los colombianos.

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A Gustavo Petro, por obviedad suma, le interesa mucho más el conflicto con Estados Unidos que gobernar para los colombianos. El presidente ha hallado en la confrontación con Donald Trump la excusa perfecta para polarizar el ambiente nacional y convertir las elecciones de 2026 en Colombia en un plebiscito sobre su propio relato: él, el redentor latinoamericano, enfrentado al “imperio” que encarna el mal.

El punto de quiebre no fue casual. En su reciente discurso, Petro se permitió un gesto insólito y temerario: llamar a los soldados estadounidenses a desobedecer órdenes de su comandante en jefe. Un acto sin precedentes. No se trató de un lapsus, sino de una estrategia calculada. Petro no habla al oído de Washington, sino a la galería interna. Busca enemigos externos para reavivar el fuego del discurso épico con el que pretende encubrir el colosal fracaso de su gestión como gobernante.

Paradójicamente, su supuesto adversario, Trump, comparte con Petro algo más que la antipatía mutua: ambos son gobernantes conflictivos. Dos personalidades autoritarias, narcisistas y mesiánicas que necesitan del caos para sostener su narrativa. Trump, con su populismo nacionalista; Petro, con su populismo redentorista. Ambos se sienten elegidos por la historia y ambos desprecian las instituciones cuando estas les imponen límites.

Pero el daño real no está en la retórica, sino en lo que ella produce. Petro, en su loca alocución posterior a la Asamblea General de la ONU, no solo rompió los códigos básicos de la diplomacia: ofendió la soberanía nacional estadounidense al instrumentalizar la política exterior para sus delirios personales. Cada palabra suya, lanzada al viento de la emotividad ideológica, tiene consecuencias sobre la economía, la inversión y la estabilidad de Colombia. En su afán de protagonismo, el presidente se olvida de que no gobierna un escenario mediático, sino un país.

Y ahí radica la verdadera amenaza: mientras Trump reafirma su poder desde Washington, Petro intenta sobrevivir políticamente creando un enemigo útil con rostro estadounidense. Dos presidentes que se necesitan para alimentar su propio mito: uno, el perseguido por el sistema; el otro, el autoproclamado redentor latinoamericano. Dos egos en espejo que, desde extremos ideológicos opuestos, se tocan en su esencia autoritaria. En esa guerra personal disfrazada de geopolítica, la víctima no será Trump ni Estados Unidos. Será Colombia, reducida a simple peón del delirio de su presidente.

No se trata, como lo pretende justificar el obsecuente ministro Benedetti, de un intento por golpear al presidente Petro, salvo que se confirme lo evidente: que el propio mandatario está en una campaña política apenas disimulada. Es una verdad inocultable. Petro no actúa como el presidente de Colombia, sino como un activista que usa el poder como tribuna y el Estado como escenario para su cruzada personal. Su figura se mueve entre la arenga y la impostura, más cerca del agitador que del estadista.

En su obsesión por presentarse como un revolucionario portador del “cambio histórico”, Petro renunció a gobernar para los colombianos y a ser el presidente de unidad nacional que la Constitución le impone. Ha preferido dirigir el país desde el teclado, a través de su cuenta en X, reduciendo el acto de gobernar a un ejercicio permanente de provocación y culto a su propia imagen.

Su comunicación no busca orientar, sino incendiar; no informa, sino que manipula emociones. En su delirio de grandeza, inútilmente aspira al título de líder mundial, aunque carece de las condiciones personales, intelectuales y emocionales para siquiera aproximarse a ese inmerecido rol. A Colombia, lamentablemente, le esperan tiempos difíciles bajo el influjo errático y la peligrosa imprevisibilidad de la personalidad de Gustavo Petro Urrego.

Por: Hugo Mendoza.

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