Tomo la información de esta columna de la crónica del periodista Kenneth Rivadeneira, quien la logró del docente e investigador Fredys Gonzales Zubiría. Ambos de La Guajira.
El llamado Imperio de la Hacienda Santa Rosa, construido por el matrimonio formado por Luis Cotes Gómez y la princesa wayuu del clan Epieyu, Lucila Barros Bonivento, y que tuvo seis hijos: Laura, Remedio, Miguel, Domingo, Claro Manuel y Luis Cotes Barros, duró por más de dos décadas, incluyendo el período de la Segunda Guerra Mundial, tuvo como sede una edificación familiar fastuosa y un comercio nacional e internacional potentes, de sal, perlas marinas y palo de dividivi, emplazado en la llanura de la Guajira Media, a unos 12 kilómetros de la población de Manaure, comunicado por un carreteable hasta Ipapure, Uribia, frontera con Venezuela, para el abastecimiento de combustibles, y dotado de un aeropuerto de arena donde aterrizaba el avión del presidente Alfonso López Pumarejo, y también avionetas cargadas de mercancías, licores, víveres y telas, provenientes, especialmente, de las islas de Aruba y Curazao.
El protagonista era hijo del español judío sefardita, escribano de la Real Hacienda, Miguel Cotes, residenciado con su familia en la ciudad de Riohacha desde los tiempos de la colonia.
Su visión logró un comercio nacional e internacional florido en los negocios de la sal y perlas marinas y el palo de dividivi, y tuvo connotaciones políticas —por ejemplo, la creación de la población de Uribia— en el gobierno del presidente López Pumarejo —pariente suyo, por el apellido Cotes, como de todos los Cotes del Magdalena, La Guajira y el Cesar— pero además, su compadre y aliado político, y quien allí lo visitaba en compañía de su hijo, Alfonso López Michelsen, y señora, doña Ceci, quien precisamente lució en su cuello una preciosa perla marina el día de la posesión presidencial de su esposo, la cual le había sido obsequiada por Lucila Barros Bonivento, en uno de los viajes de visita de esta pareja a la Hacienda Santa Rosa.
Las construcciones edilicias de la hacienda eran palaciegas, para el disfrute de su familia y de sus huéspedes notables, realizadas por el arquitecto riohachero El Pives Castañedas, a quien recuerdo ahora, siendo yo niño, los últimos años de la década de los cuarenta, y quien reconstruyó la primera hermosa iglesia de Urumita, derribada después por la impaciencia del párroco español José María de Alfara para construir la actual, con cuya horma también construyó la iglesia del Rosario, anterior Catedral de Valledupar.
Luis Cotes Gómez formó alianzas con empresarios barranquilleros y locales para la explotación de la sal, las perlas marinas y el palo de dividivi, con destinos nacionales e internacionales. La explotación de la sal marina fue un negocio privado hasta el año 1920, a partir de cuya fecha el Gobierno nacional tomó el control del mismo a través del Banco de la República, habiendo sido encargado Luis Cotes Gómez de la administración de la explotación de las salinas de Manaure. Por entonces, los bancos de sal se amontonaban y se mantenían a cielo abierto y la lluvia los disolvía, razón por la cual la administración central dispuso la construcción de una bodega de almacenamiento. Hoy día, la recolección de la sal en el municipio de Manaure está a cargo de la Asociación de Recolectores de Sal de Manaure.
El pingüe negocio particular de Cotes Gómez y sus aliados europeos y de los Estados Unidos, de perlas preciosas y palo de dividivi, continuó prosperando e enriqueciendo a sus gestores.
Lamentablemente, la exportación del palo de dividivi llegó a la Alemania de Hitler y el tanino del árbol fue utilizado para curtir los cueros con que confeccionaron uniformes de militares nazis.
Infortunadamente, el Imperio colapsó definitivamente cuando las instalaciones edilicias fueron pasto de un incendio accidental, y sus protagonistas eméritos, marchito él por la pérdida de salud, se trasladaron a vivir a la ciudad de Riohacha. Hoy día, sus ruinas atestiguan su viejo esplendor. rodrigolopezbarros@hotmail.com
Por Rodrigo López Barros





