Parangonar es comparar buscando semejanzas entre objetos, sitios o personas; aquí se destaca lo compartido como virtudes, defectos, condiciones. Cuando se hace entre personas, se puede incurrir en juicios de valores, ya por excesos, ya por defectos, incluso, por desconocimiento deliberado de lo fáctico. En la comparación entre personas no se debe ir más allá de la parte descriptiva, de lo contrario estaríamos haciendo juicios. El paralelista no debe dar ganadores ni vencidos, solo la sociedad puede hacerlo. A veces se aprovechan estas comparaciones para atacar a alguien buscando un referente similar o con otros defectos protuberantes, pero diferentes, y así ya no sería un parangón. Esta es una forma de ocultar sentimientos ideológicos, y no vale la pena porque todo el mundo los conoce.
Jamás podríamos hacer un paralelismo entre Bolívar y Santander, porque sería mezclar peras con manzanas. Tampoco entre Gaitán y Laureano Gómez, así como tampoco entre las polaridades positivas y negativas. La comparación entre dos gobernantes que representan mundos diferentes es vacía porque cada quien, desde su propia lógica, defiende sus propios intereses que pueden ser personales, grupales o generales; son opuestos y por eso se repelen, no por la carga que como personas llevan, sino por lo que representan.
Comparar las actitudes de un débil con las de un fuerte también es vacua; el primero quiere imponerse y el segundo defenderse, un derecho fundamental e imprescindible. Y esto no es retórica, es la dignidad y autodeterminación de un pueblo; no hay que confundir la soberanía de un pueblo con los caprichos de su mandatario. La ideología que tenga un presidente no se fundamenta en sus emociones, sino en sus principios, es su marca, es su patente ante el mundo y su propia nación; bajo esas condiciones es elegido.
Un país no debe ganarse su estabilidad económica con rodilleras, sino con dignidad, haciendo respetar su autonomía; la diplomacia de pacotilla para agradar al amo es vergonzosa y debe terminar. La situación real de Colombia no es un mito: mitos son su pseudodemocracia, sus poderes, muchas de sus instituciones. La geopolítica no es un disfraz, es una práctica centenaria de los EE. UU. de mantener la colonia al sur del río Grande; Monroe aún vive y el verdadero delirio lo padecemos todos hispanos y latinos que apenas nos estamos enterando de que las rodilleras existen, mientras otros patinan en ellas.
Hay tanto temor que nadie ha protestado porque nuestro presidente haya sido catalogado por el Emperador como un lunático, jefe del narcotráfico en Colombia. También les da miedo protestar porque nuestros pescadores sean bombardeados en aguas internacionales o quizás en nuestras millas. Petro está gobernando para los colombianos; lo hace bien; todos los indicadores socioeconómicos así lo confirman. Lo demás es negacionismo rodillero. Lo que percibo es un crecimiento de la asonada golpista. Ya se anuncia desde los EE. UU. que Petro será incluido en la lista Clinton. Hágame el hijuemíchica favor: los pájaros tirándoles a las escopetas.
Por: Luis Napoleón de Armas P.





