Cuando en días pasados Germán Vargas Lleras apareció en los medios, en lo que entendimos como la presentación de su campaña, para anunciar que se postularía a la presidencia mediante el recurso de recolección de firmas, supimos que los candidatos se rendían ante la nueva forma de legitimidad para la máxima aspiración electoral. La herramienta, claro, no es nueva. Corresponde a la Ley 130 de 1994 en donde reza que se da inicio a la conformación de los grupos significativos de ciudadanos en Colombia como otra forma de participar en los certámenes electorales y ese grupo significativo mediante firmas puede postular a un candidato.
El asunto es que un varón electoral como Vargas Lleras decida dejar de lado a su partido, creado por él como destino de todos sus ideales y visiones políticas, para postularse con el aval de los colombianos, así dijo. Luego, más recientemente, una mujer como Marta Lucía Ramírez renuncia a al Partido Conservador y anuncia también su candidatura mediante el mecanismo de las firmas. Una mujer que ha sido fiel a su partido y guerrera en él. Hay otros 25 candidatos que inscribirán su candidatura de la misma manera.
Pues bien, estamos ante un país cuyos candidatos le han quitado el aval a sus partidos. Esto es como la famosa pintura de Tiziano, basada en el evangelio de Juan, llamada ‘Noli me tangere’. En ella Jesús, ya resucitado, que ha amado a María Magdalena, la encuentra fuera de la tumba a donde ella ha ido a buscarlo al tercer día y rechaza todo contacto diciéndole “No me toques”, a la vez que se recoge la túnica para que la mujer ni siquiera pueda rozar sus ropas. Semejante volteada de cara debió dejar a María Magdalena destrozada cuando antes gozaba de su entrega y devoción absoluta.
Ahora todos parecen resucitados. De repente, los partidos no son fuerza suficiente, o son corruptos, vendidos, infieles a sus principios rectores, desafiantes frente a la nueva sensibilidad del posconflicto, reductores de las también nuevas posibilidades del país. Pero también se asoma otro fenómeno: el surgimiento de la sociedad civil como legitimadora de los candidatos. No ya una sociedad civil constituida frente a la misma causa y trabajadora de ella durante años, sino una que podría leerse mejor desde el constituyente primario que ahora no tiene que esperar a que la élite de los partidos decida el candidato, sino que firma, en cualquier esquina, para avalar a quien le gustaría que lo gobernase.
Uno quisiera creer en esta fuerza. De reojo, parece que estuviéramos ante una suerte de democracia desde las conciencias. Pero la cosa se empaña cada vez que pienso, por ejemplo, en todas las firmas que recogió Alejandro Ordoñez entre los tumultos de gente que veían al Papa Francisco pasar; unas personas que tal vez pensaron que esas firmas eran para el libro de registro de visitas del Vaticano o para que el Santo Padre dijera su nombre silenciosamente en su reclinatorio mientras oraba por las peticiones. Ahí es cuando el mecanismo corre peligro, porque para Ordoñez, el impoluto, este país de inmorales ha sido su María Magdalena y ahora quiere tocarlo.
Alejandro: “Noli me tangere”.
Por María Angélica Pumarejo