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Columnista - 18 marzo, 2019

Noche alucinante en Times Square

Es flaco como un junco. Su piel lechosa brilla con la abigarrada luz de neón, su pelo rojo amarrado en una revoltosa cola de caballo, botas que una vez fueron brillantes muestran el desastre del uso continuo, solo lo cubre un calzoncillo diminuto de un tono indefinible. Salta de un lado para otro rasgando una […]

Es flaco como un junco. Su piel lechosa brilla con la abigarrada luz de neón, su pelo rojo amarrado en una revoltosa cola de caballo, botas que una vez fueron brillantes muestran el desastre del uso continuo, solo lo cubre un calzoncillo diminuto de un tono indefinible.

Salta de un lado para otro rasgando una pobre guitarra mientras su voz rota se alza solo audible para el corro que lo rodea, salta y se cree el rey de Times Square.

Al frente un aviso del musical de Evita, su imagen sonriente domina un buen trecho de la calle Broadway, y la vi atenta mirando al descamisado, me imaginé que diría: ‘ese es uno de los míos’, y pensé en los cantantes callejeros, las estatuas humanas, los malabaristas y los limpiadores de vidrio de los autos de mi país, ellos no tienen un grupo atento, ellos no tienen un cartel de Evita que les sonría y les cante, como lo hizo en el musical que acabábamos de ver, ni luces que los hagan brillar.

Ah, un viaje da para ver y pensar tantas cosas, en este caso se alucina entre un verde ácido que envuelve nuestra figura, un rojo encendido que hace del pavimento una alfombra pisada no solo por famosos, también por alucinadores que toman fotos.

El restaurante flotantes me hizo un guiño irresistible, y a mi hijas, compañeras de viaje, las mejores del mundo, y entramos, el olor a sopa minestrones se colaba delicioso y tenue para no demeritar las otras delicias que se ofrecía, mientras la tomaba seguí por el ventanal el espectáculo del lugar sin perder detalle, todo giró en un momento, se transformó, pensé que era el efecto de la sopa, y allí lleno de luces estaba el Valle, sin voces rotas, sin corros, ni guitarras desvencijadas, solo reburuje de cajas, acordeones al aire y “rumores de viejas voces” y el descamisado pelirrojo alzó más su voz rota y siguió dando saltos.

El Valle lejano, ¿cuántos años pasarán para que se refocile en la belleza de un lugar lleno de luces en donde se confunda lo absurdo con la realidad.

Siguió la noche derritiéndose en espectáculos y más avisos brillantes, la Séptima Avenida llena de gente que aplaude el cambio de luces, y en rinconcito la tienda de Bubba Gump y la de vaqueros Levi’s, que me trajo el recuerdo del famoso compañero de viaje, ese que con solo hablar hace la carga ligera.

Yo esperaba, sabía que era inútil que apareciera, al mago que hizo un robot de cartas y lo puso a caminar, mientras los alarido de los presentes formaban un estruendo allí nada es imposible, menos cuando se reúnen punkis, indios, vallenatos, villanueveros, rusos, tailandeses, locos desnudos o muy cubiertos, y todos alegres solo con el peligro de quedarse con la boca abierta.

La calle Broadway cambia luces; el espíritu de The New York Times, que le dio el nombre al lugar y que ya no está allí, se siente en la antigua torre de One Times, y la noche se diluye en los primero asomos de la alborada y desde la ABC, se escuchó el histórico saludo: ‘Buenos días América’ comenzaba el programa, comenzaba un nuevo día de asombros y una nueva esperanza de que apareciera el mítico compañero de viaje, el que hace la carga ligera.

Columnista
18 marzo, 2019

Noche alucinante en Times Square

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
Mary Daza Orozco

Es flaco como un junco. Su piel lechosa brilla con la abigarrada luz de neón, su pelo rojo amarrado en una revoltosa cola de caballo, botas que una vez fueron brillantes muestran el desastre del uso continuo, solo lo cubre un calzoncillo diminuto de un tono indefinible. Salta de un lado para otro rasgando una […]


Es flaco como un junco. Su piel lechosa brilla con la abigarrada luz de neón, su pelo rojo amarrado en una revoltosa cola de caballo, botas que una vez fueron brillantes muestran el desastre del uso continuo, solo lo cubre un calzoncillo diminuto de un tono indefinible.

Salta de un lado para otro rasgando una pobre guitarra mientras su voz rota se alza solo audible para el corro que lo rodea, salta y se cree el rey de Times Square.

Al frente un aviso del musical de Evita, su imagen sonriente domina un buen trecho de la calle Broadway, y la vi atenta mirando al descamisado, me imaginé que diría: ‘ese es uno de los míos’, y pensé en los cantantes callejeros, las estatuas humanas, los malabaristas y los limpiadores de vidrio de los autos de mi país, ellos no tienen un grupo atento, ellos no tienen un cartel de Evita que les sonría y les cante, como lo hizo en el musical que acabábamos de ver, ni luces que los hagan brillar.

Ah, un viaje da para ver y pensar tantas cosas, en este caso se alucina entre un verde ácido que envuelve nuestra figura, un rojo encendido que hace del pavimento una alfombra pisada no solo por famosos, también por alucinadores que toman fotos.

El restaurante flotantes me hizo un guiño irresistible, y a mi hijas, compañeras de viaje, las mejores del mundo, y entramos, el olor a sopa minestrones se colaba delicioso y tenue para no demeritar las otras delicias que se ofrecía, mientras la tomaba seguí por el ventanal el espectáculo del lugar sin perder detalle, todo giró en un momento, se transformó, pensé que era el efecto de la sopa, y allí lleno de luces estaba el Valle, sin voces rotas, sin corros, ni guitarras desvencijadas, solo reburuje de cajas, acordeones al aire y “rumores de viejas voces” y el descamisado pelirrojo alzó más su voz rota y siguió dando saltos.

El Valle lejano, ¿cuántos años pasarán para que se refocile en la belleza de un lugar lleno de luces en donde se confunda lo absurdo con la realidad.

Siguió la noche derritiéndose en espectáculos y más avisos brillantes, la Séptima Avenida llena de gente que aplaude el cambio de luces, y en rinconcito la tienda de Bubba Gump y la de vaqueros Levi’s, que me trajo el recuerdo del famoso compañero de viaje, ese que con solo hablar hace la carga ligera.

Yo esperaba, sabía que era inútil que apareciera, al mago que hizo un robot de cartas y lo puso a caminar, mientras los alarido de los presentes formaban un estruendo allí nada es imposible, menos cuando se reúnen punkis, indios, vallenatos, villanueveros, rusos, tailandeses, locos desnudos o muy cubiertos, y todos alegres solo con el peligro de quedarse con la boca abierta.

La calle Broadway cambia luces; el espíritu de The New York Times, que le dio el nombre al lugar y que ya no está allí, se siente en la antigua torre de One Times, y la noche se diluye en los primero asomos de la alborada y desde la ABC, se escuchó el histórico saludo: ‘Buenos días América’ comenzaba el programa, comenzaba un nuevo día de asombros y una nueva esperanza de que apareciera el mítico compañero de viaje, el que hace la carga ligera.