Bolivia es el país más inestable del mundo, y la historia lo demuestra. Ha tenido175 revoluciones desde su independencia en el año 1820; se asegura que han habido 180 cambios de gobierno en los últimos126 años, pero al menos reaccionan los Bolivianos, no como en Colombia, donde la mansedumbre le prepara terreno a la tiranía y la pasividad de los explotados sirve de incentivo a la explotación, premisa perfecta de José Eustasio Rivera para describirnos.
No nos vamos desgastar en hablar de las ideologías de izquierda o de derecha, porque el enfoque deben ser las personas, sabedor de que no hay malos caminos sino malos caminantes, ni malos partidos, sino malos militantes, igual que las ideas acertadas o sesgadas.
Buena parte de las agitaciones políticas que derivan en conflictos sociales son alentadas por el malestar popular con las democracias de turno, de derecha o de izquierda, escenario en el que miden fuerza dos actores: uno de corte gobiernista que busca perpetuarse en el poder, y otro alinderado con la oposición que lucha por hacerse al trono, popularmente conocido como el Palacio Quemado, sede del gobierno Boliviano, encrucijada que sorteó con su renuncia el presidente Evo Morales, todo un estadista y Economista de Harvard, presionado por un golpe militar urdido por Estados Unidos y la OEA, después de 14 años de mandato.
Llama poderosamente la atención que el presidente Uribe esgrima 85 razones para desmarcarse de la ultraderecha y confesar: “Creo en las democracias que avanzan con seguridad, inversión privada, cohesión social, pluralismo participativo y fortaleza institucional, no en el obsoleto encasillamiento de la derecha o la izquierda”.
Pues bien, el tiempo y las circunstancias determinan que el problema no es de izquierda ni de derecha, sino de corrupción, sentada a la diestra y siniestra del poder, de gobiernos renuentes a la inversión extranjera, de espaldas para desarrollar la cultura de la meritocracia y baldíos a la hora de transparentar y planear con enfoque integral.
Nadie es imprescindible, pero no lo mismo piensan quienes pretenden anclarse en el poder, sin ponerse en los zapatos de los que tienen que soportar los vejámenes, torturas y desapariciones de un gobierno dictatorial durante 35 años como el caso de Alfredo Stroessner en Paraguay o la dictadura de Juan Vicente Gómez en Venezuela, alrededor de 27 años, Augusto Pinochet avasalló a Chile por espacio de 17 años, Anastasio Somoza hizo lo propio en Nicaragua durante 16 años y a Jorge Rafael Videla le bastaron 5 para horrorizar a Argentina.