Valoramos todos los esfuerzos deliberativos de sectores académicos y gremiales y de altos funcionarios vallenatos del Estado, que intercambian ideas sobre el qué hacer. Pero esos zoom gubernamentales deben pasar a la acción y convertirse mejor en talleres efectivos.
Valoramos todos los esfuerzos deliberativos de sectores académicos y gremiales y de altos funcionarios vallenatos del Estado, que intercambian ideas sobre el qué hacer. Pero esos zoom gubernamentales deben pasar a la acción y convertirse mejor en talleres efectivos.
Se trae la idea de hacer cualquier cosa y de esbozarla sin el debido análisis e impacto. Es cuando se plantea por ejemplo el proyecto de Besotes sobre el cual se ha ido abriendo un consenso en la dirigencia local pero no se conoce siquiera en qué consiste, ni se tiene un orden de magnitudes de su costo, de su alcance, de sus características técnicas y de su ejecución en el tiempo. O un nuevo palacio de justicia, o de la vía a La Guajira, que ahora llaman doble calzada, o de la mejor localización de un gran escenario cultural.
¿Consultan esos buenos propósitos, proyectos y obras, las necesidades populares se formulan en función de superar la pobreza o la inequidad, contribuyen a los objetivos del Desarrollo Sostenible (ODS)?
Siempre buscamos la gran obra, como cuando en Valledupar un alcalde sacaba pecho en los años 80 por haber hecho el mejor Terminal de Transportes de la Costa, o como cuando Lucas Gnecco con el Coliseo Cubierto y su techo corredizo. Andrés Molina, en entrevista ayer en EL PILÓN, retó a que se dijera qué gran obra había hecho un presidente en El Cesar desde que Pastrana había invertido en el parque de La Leyenda. En los trabajos del escenario musical la Cacica actuaba como una real interventora con el fin de que la plata rindiera al máximo.
No se ha hecho humildemente la consideración de las pequeñas obras, que más impacto producen en una sociedad. La revolución de las pequeñas cosas. Son poco costosas y por lo mismo, aunque generen empleo y bienestar a los pobres, no animan a los políticos, ni a los gobernantes, ni a los influyentes contratistas, porque no hay altas cantidades de obra que permitan repartir jugosas comisiones.
Entonces, la primera premisa para hacer algo mayúsculo, es que se elimine la rampante corrupción. Los colombianos, en nueva encuesta, publicada ayer, vuelven a decir que les preocupa más la corrupción que el coronavirus y el empleo. ¿Por qué no hacer un acuerdo en el que la clase política se comprometa a su erradicación?
También iniciar procesos de verdadera participación ciudadana – de todos los actores- en la identificación de la necesidad, formulación del proyecto, su contratación, puesta en operación y el seguimiento.
Viene el ocaso del gobierno Duque. Y también el prematuro ocaso del departamental. Un cataclismo de necesidades se cierne sobre La República y nadie garantiza que haya altos funcionarios vallenatos durante dos años.
Déjenle las tertulias a los medios de comunicación o a los cafés, y en su lugar hagan mesas de trabajo. Ejemplo: que el Ministro de Vivienda, sin intermediaciones en el Cesar, con clara preferencia parlamentaria, se arremangue y se dedique en un taller de microgerencia dos días con constructores, y los sectores claves de la reactivación de la vivienda a animar, destrabar, y solucionar.
Valoramos todos los esfuerzos deliberativos de sectores académicos y gremiales y de altos funcionarios vallenatos del Estado, que intercambian ideas sobre el qué hacer. Pero esos zoom gubernamentales deben pasar a la acción y convertirse mejor en talleres efectivos.
Valoramos todos los esfuerzos deliberativos de sectores académicos y gremiales y de altos funcionarios vallenatos del Estado, que intercambian ideas sobre el qué hacer. Pero esos zoom gubernamentales deben pasar a la acción y convertirse mejor en talleres efectivos.
Se trae la idea de hacer cualquier cosa y de esbozarla sin el debido análisis e impacto. Es cuando se plantea por ejemplo el proyecto de Besotes sobre el cual se ha ido abriendo un consenso en la dirigencia local pero no se conoce siquiera en qué consiste, ni se tiene un orden de magnitudes de su costo, de su alcance, de sus características técnicas y de su ejecución en el tiempo. O un nuevo palacio de justicia, o de la vía a La Guajira, que ahora llaman doble calzada, o de la mejor localización de un gran escenario cultural.
¿Consultan esos buenos propósitos, proyectos y obras, las necesidades populares se formulan en función de superar la pobreza o la inequidad, contribuyen a los objetivos del Desarrollo Sostenible (ODS)?
Siempre buscamos la gran obra, como cuando en Valledupar un alcalde sacaba pecho en los años 80 por haber hecho el mejor Terminal de Transportes de la Costa, o como cuando Lucas Gnecco con el Coliseo Cubierto y su techo corredizo. Andrés Molina, en entrevista ayer en EL PILÓN, retó a que se dijera qué gran obra había hecho un presidente en El Cesar desde que Pastrana había invertido en el parque de La Leyenda. En los trabajos del escenario musical la Cacica actuaba como una real interventora con el fin de que la plata rindiera al máximo.
No se ha hecho humildemente la consideración de las pequeñas obras, que más impacto producen en una sociedad. La revolución de las pequeñas cosas. Son poco costosas y por lo mismo, aunque generen empleo y bienestar a los pobres, no animan a los políticos, ni a los gobernantes, ni a los influyentes contratistas, porque no hay altas cantidades de obra que permitan repartir jugosas comisiones.
Entonces, la primera premisa para hacer algo mayúsculo, es que se elimine la rampante corrupción. Los colombianos, en nueva encuesta, publicada ayer, vuelven a decir que les preocupa más la corrupción que el coronavirus y el empleo. ¿Por qué no hacer un acuerdo en el que la clase política se comprometa a su erradicación?
También iniciar procesos de verdadera participación ciudadana – de todos los actores- en la identificación de la necesidad, formulación del proyecto, su contratación, puesta en operación y el seguimiento.
Viene el ocaso del gobierno Duque. Y también el prematuro ocaso del departamental. Un cataclismo de necesidades se cierne sobre La República y nadie garantiza que haya altos funcionarios vallenatos durante dos años.
Déjenle las tertulias a los medios de comunicación o a los cafés, y en su lugar hagan mesas de trabajo. Ejemplo: que el Ministro de Vivienda, sin intermediaciones en el Cesar, con clara preferencia parlamentaria, se arremangue y se dedique en un taller de microgerencia dos días con constructores, y los sectores claves de la reactivación de la vivienda a animar, destrabar, y solucionar.