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Columnista - 30 julio, 2021

Necesidades básicas

“Mi Dios, pues, suplirá todo lo que os falta conforme a sus riquezas en gloria en Cristo Jesús”. Filipenses 4: 19.             En la tridimensionalidad del ser fuimos creados espiritualmente vivos, diseñados para tener comunión íntima con Dios, la cual se perdió convirtiéndose en punzante vacío, revelado en necesidades fundamentales por causa de la actitud […]

“Mi Dios, pues, suplirá todo lo que os falta conforme a sus riquezas en gloria en Cristo Jesús”. Filipenses 4: 19.

            En la tridimensionalidad del ser fuimos creados espiritualmente vivos, diseñados para tener comunión íntima con Dios, la cual se perdió convirtiéndose en punzante vacío, revelado en necesidades fundamentales por causa de la actitud de indiferencia para con Dios.

            La incondicional aceptación con Dios fue reemplazada por el rechazo, por lo tanto, tenemos la necesidad de pertenecer. Desde cuando la desobediencia alteró las relaciones humanas, experimentamos la profunda necesidad de pertenecer a un colectivo mayor que nos envuelva. Aunque hayamos rescatado la comunión inicial y suplido la necesidad de pertenecer a Dios, seguimos necesitando ser aceptados por otros. La presión de grupo en un ambiente armónico y agradable nos hace sentir iguales y elimina el miedo al rechazo que muchos llevamos dentro.

            La inocencia delante de Dios fue reemplazada por la culpa y la vergüenza, por lo tanto, necesitamos sentir que valemos. Uno de los flagelos de nuestros tiempos es el sentimiento negativo de la falta de aceptación de nosotros mismos y el no reconocimiento del sentido de suficiencia y competencia. Las ciencias que tratan el comportamiento humano emplean estrategias que procuran fortalecer el ego, mejorando el desempeño y mandando el mensaje de: ¡usted puede!    

            Pero creo que nuestro valor como personas no es cuestión de desempeños y resultados. No está basado en dones, talento, inteligencia y belleza; sino, es cuestión de identidad. De saber que nuestro valor propio proviene de nuestra identidad en Cristo al reconocernos como hijos de Dios con derechos inalienables.            

            La autoridad para señorear sobre la creación fue reemplazada por la debilidad e indefensión, por lo tanto tenemos la necesidad de fuerza y dominio propio. La persona que domina a otros por la fuerza manifiesta su inseguridad. Contrario a eso, el fruto del Espíritu es dominio propio.

            Queridos amigos lectores, Cristo es el único que puede satisfacer las necesidades más básicas de la humanidad: la vida, la identidad, la aceptación, la seguridad y el significado fueron pagados en la Cruz de Cristo. Estas necesidades eternas del alma y del espíritu pueden ser satisfechas en la reconciliación con Dios. Así, el llamado es a volver, a regresar a los brazos de Dios para disfrutar los beneficios de su amor en Cristo. Los dos brazos de la Cruz que muestran el pasado y el futuro de nuestra existencia son derroteros que indican la intención y el compromiso de Dios para satisfacer nuestras más íntimas necesidades como individuos y como sociedad.

            Aquella agónica frase: “Consumado es” anuló el acta de los decretos que había contra nosotros, que nos era contraria, y la quitó de en medio clavándola en la Cruz y nos abrió el camino de la redención plena y el disfrute sano de nuestra libertad en Cristo. ¡Somos llamados a vivir vidas plenas y abundantes, no nos conformemos con menos que eso!

            Te mando un fuerte abrazo en Cristo…

Columnista
30 julio, 2021

Necesidades básicas

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
Valerio Mejía Araújo

“Mi Dios, pues, suplirá todo lo que os falta conforme a sus riquezas en gloria en Cristo Jesús”. Filipenses 4: 19.             En la tridimensionalidad del ser fuimos creados espiritualmente vivos, diseñados para tener comunión íntima con Dios, la cual se perdió convirtiéndose en punzante vacío, revelado en necesidades fundamentales por causa de la actitud […]


“Mi Dios, pues, suplirá todo lo que os falta conforme a sus riquezas en gloria en Cristo Jesús”. Filipenses 4: 19.

            En la tridimensionalidad del ser fuimos creados espiritualmente vivos, diseñados para tener comunión íntima con Dios, la cual se perdió convirtiéndose en punzante vacío, revelado en necesidades fundamentales por causa de la actitud de indiferencia para con Dios.

            La incondicional aceptación con Dios fue reemplazada por el rechazo, por lo tanto, tenemos la necesidad de pertenecer. Desde cuando la desobediencia alteró las relaciones humanas, experimentamos la profunda necesidad de pertenecer a un colectivo mayor que nos envuelva. Aunque hayamos rescatado la comunión inicial y suplido la necesidad de pertenecer a Dios, seguimos necesitando ser aceptados por otros. La presión de grupo en un ambiente armónico y agradable nos hace sentir iguales y elimina el miedo al rechazo que muchos llevamos dentro.

            La inocencia delante de Dios fue reemplazada por la culpa y la vergüenza, por lo tanto, necesitamos sentir que valemos. Uno de los flagelos de nuestros tiempos es el sentimiento negativo de la falta de aceptación de nosotros mismos y el no reconocimiento del sentido de suficiencia y competencia. Las ciencias que tratan el comportamiento humano emplean estrategias que procuran fortalecer el ego, mejorando el desempeño y mandando el mensaje de: ¡usted puede!    

            Pero creo que nuestro valor como personas no es cuestión de desempeños y resultados. No está basado en dones, talento, inteligencia y belleza; sino, es cuestión de identidad. De saber que nuestro valor propio proviene de nuestra identidad en Cristo al reconocernos como hijos de Dios con derechos inalienables.            

            La autoridad para señorear sobre la creación fue reemplazada por la debilidad e indefensión, por lo tanto tenemos la necesidad de fuerza y dominio propio. La persona que domina a otros por la fuerza manifiesta su inseguridad. Contrario a eso, el fruto del Espíritu es dominio propio.

            Queridos amigos lectores, Cristo es el único que puede satisfacer las necesidades más básicas de la humanidad: la vida, la identidad, la aceptación, la seguridad y el significado fueron pagados en la Cruz de Cristo. Estas necesidades eternas del alma y del espíritu pueden ser satisfechas en la reconciliación con Dios. Así, el llamado es a volver, a regresar a los brazos de Dios para disfrutar los beneficios de su amor en Cristo. Los dos brazos de la Cruz que muestran el pasado y el futuro de nuestra existencia son derroteros que indican la intención y el compromiso de Dios para satisfacer nuestras más íntimas necesidades como individuos y como sociedad.

            Aquella agónica frase: “Consumado es” anuló el acta de los decretos que había contra nosotros, que nos era contraria, y la quitó de en medio clavándola en la Cruz y nos abrió el camino de la redención plena y el disfrute sano de nuestra libertad en Cristo. ¡Somos llamados a vivir vidas plenas y abundantes, no nos conformemos con menos que eso!

            Te mando un fuerte abrazo en Cristo…