Un buen amigo dijo que el señor presidente debía coger ‘sus vacunas’ y regresarse en protesta a las críticas que había despertado la excesiva parafernalia que desplegaron a la llegada al país de las primeras 50.000 vacunas contra el covid-19. Ahora otro se pregunta bajo qué criterio van a vacunar primero a los habitantes de la calle, que al cabeza de hogar donde se levanta la gente productiva del futuro.
Expresiones que nos dejan sin aliento, sobre todo porque provienen de personas de destacado reconocimiento intelectual y que aportan, desde diferentes ámbitos de la actualidad, sustentados elementos para estructurar el respeto por la diversidad total, que tal vez utópicamente se empeña en alcanzar el mundo.
Es el momento entonces para recordar que las inversiones, planes o programas que se hacen en desarrollo de la gestión frente a un cargo público, no pueden obedecer a caprichos, ni mucho menos estar expuestas a la mezquindad de soslayar o asistir personas o grupos poblacionales de acuerdo a criterios netamente subjetivos, sobre todo si tienen que ver con la supervivencia. Así estas prácticas se hayan vuelto costumbre y con estos mensajes se siga atizando el equivocado hábito de venerar a quien está en el poder, en vez de exigir el cumplimiento del deber.
Un buen candidato decía con toda razón que las inversiones públicas no se debían agradecer, que a lo sumo se debía reconocer el cumplimiento del mandato que como electores le dimos en un proceso democrático. Nunca como concesión de una esclavitud electoral, sino como motivación a seguir cumpliendo ese pacto.
Este es el motivo por el que cada día más personas protestan contra los totalitarismos que asumen la administración pública como su feudo personal, con comportamientos cuasi monárquicos, de excesivas reverencias personalistas, excluyentes, perseguidores y que poco o nada les interesa trabajar en la dignificación del ser humano, independiente a su condición social.
Por fin se comienza a entender que el mandatario, independiente a su ámbito administrativo, no es un rey al que debemos ensalzar ciegamente, sino un simple mortal que prometió ante Dios, la patria y el pueblo cumplir con la Constitución y las normas que en el papel se convierten en letra muerta, cada vez que se anteponen los intereses personales, políticos o de escueta ideología fascista, sobreviviente a modernas doctrinas que recusan las expresiones racistas y las clases sociales superiores.
Bajo esta filosofía nace la rendición de cuentas. Es la oportunidad para que el mandatario nos diga qué hizo con nuestros recursos y si sus intangibles actos de gobierno obedecieron a los fines superiores del Estado social de derecho, en tributo a la vida, la convivencia, el trabajo, la justicia, la igualdad, el conocimiento, la libertad y la paz. Con los elementos recaudados refrendaremos o lo sancionaremos con nuestro voto.
Entonces no es tan cierto que, ante las críticas por la cuasi cantinflesca escena a la llegada del ínfimo número de vacunas, lo conducente sea que las guarde en su baúl personal o inmunice solo a sus adeptos o a los que demuestren con declaración de renta en mano capacidad financiera, menos que el hecho sea tomado como un incuestionable favor, todo lo contrario, como constituyentes primarios debiéramos estarnos preguntando entre otras cosas, ¿por qué somos de los últimos países en comenzar a vacunar?, ¿cuántas vacunas se comprarían con el dinero de la payasada montada mediáticamente para testimoniar la negligencia administrativa?, ¿por qué no se llenó el aforo total del avión si el costo de transporte iba a ser el mismo? Convenzámonos que las vacunas son mías, tuyas y de todos, no de quien firma el contrato. Actuemos en consecuencia. Un abrazo. @antoniomariaA