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Columnista - 13 febrero, 2013

Microtráfico

El microtráfico, así muchos no lo reconozcan, es el principal corruptor de nuestras autoridades.

Por Miguel Ángel Castilla Camargo

 

El microtráfico, así muchos no lo reconozcan, es el principal corruptor de nuestras autoridades.

Hace unas décadas, surgió la vaga teoría de que Carlos Lehder -el mafioso extraditado en los 80, era un prohombre  que buscaba acabar con los Estados Unidos a punta de droga; por ello, supuestamente a él le molestaba que una parte de la producción se quedara en Colombia para el consumo interno. Hasta la Policía se comió el cuento.

Algo similar sucedió con Pablo Escobar. Entre sus marionetas manejaba el doble discurso de anti imperialista y a la vez de benefactor, estilo Hugo Chávez con el petróleo y Gustavo Petro con los carros viejos de la basura. Se puede decir que en ese periodo de oscurantismo, muchos creyeron que la guerrilla y los paracos en general, vivían de la leche de unas vaquitas.

Bueno, por mucho tiempo las fuerzas del orden se llenaron los ojos, y los bolsillos, con grandes cargamentos;  descubrieron la cocaína liquida después de diez años y gritaron ¡Eureka! cuando se enteraron de  que las anfetaminas hacían parte de los estupefacientes; nuestros mandos se especializaron, por orden presidencial, en hallar cocaína en muebles, computadores, enlatados, cremas, herbicidas, en cadáveres, muñecas, etc, etc. Y en reafirmar las mismas rutas del Atlántico, dizque secretas, que pasan por Cuba, Honduras, Puerto Rico, Haití y México y que salen de la Orinoquia Venezolana, la Amazonía brasileña, y el sur, centro, y norte de Colombia. Los envíos más lejanos se van por el Pacífico. Para consuelo de los drogadictos en el exterior, por nuestros grandes aeropuertos y hasta por CATAM, sale una cantidad considerable. El resto, la que nadie ve y que ningún perro olfatea,  la comercializa la DEA y la CIA. Casi dejo a “las mulas” por fuera, las putas del paseo.

La droga que se vende al menudeo, por gramitos, en papeletas, inyecciones y dosis con cara de tampones perfumados, es el negocio de una gran fracción de la sociedad que se esconde en la legalidad de la dosis personal. Tan personal que la vende y va por más y revende. Mientras su cartera pueda llevar lo que establece la ley, puede hacerlo cuantas veces quiera y no es delito. Es más, puede ganarse el respeto de la competencia. Para desgracia nuestra, como en el cuento, “donde come uno comen tres”, cada día los adictos se multiplican, ya sea por costumbre, ignorancia o por descuido familiar.

Los mendigos de la noche, vendedoras de cigarrillos, carteles de peto, fritangas, taxistas, meseros, damas de compañía, tinteros, prepagos, puticas y hasta estudiantes que se matriculan de por vida en las universidades, viven en su mayoría del micro tráfico. No son todos, pero a todos deben seguirlos e investigarlos, incluyendo a quienes nos cuidan de día y que en sus horas libres hacen todo tipo de fechorías.  Ahora bien, quienes le distribuye a los anteriores, son personas de” bien” a quienes todo el mundo reconoce. Me llama la atención que algunas de esas lacras, van a misa los domingos.

Cada ciudad tiene su olla podrida, a la que siempre se le acredita toda la culpa. De ahí sale el bazuco con ladrillo y las pastillas alteradas para estratos menores; las ollas de estratos 10, son mansiones donde no se entra ni con la orden de un juez de la república.  

Para decepción de muchos, hay cosas que no se pueden acabar; primero hay que mantener la inflación, segundo, generar adquisitivos, y tercero, satisfacer la ambición humana; el dinero es el dios que idolatra el pobre y el rico, y no tenerlo, contradictoriamente genera más delito. Gracias a la droga, el predial encarecido por los narcos, sirve para mantener la burocracia y la corrupción del Estado.  

Moraleja: El narcotráfico nos ha vuelto consumistas compulsivos, ya sea por moda, ego, rabia, envidia y hasta auto estima, variables típicas para fomentar una conducta delictiva.

 

Columnista
13 febrero, 2013

Microtráfico

Feel the sand on your feet, not your wardrobe weight.
Miguel Ángel Castilla Camargo

El microtráfico, así muchos no lo reconozcan, es el principal corruptor de nuestras autoridades.


Por Miguel Ángel Castilla Camargo

 

El microtráfico, así muchos no lo reconozcan, es el principal corruptor de nuestras autoridades.

Hace unas décadas, surgió la vaga teoría de que Carlos Lehder -el mafioso extraditado en los 80, era un prohombre  que buscaba acabar con los Estados Unidos a punta de droga; por ello, supuestamente a él le molestaba que una parte de la producción se quedara en Colombia para el consumo interno. Hasta la Policía se comió el cuento.

Algo similar sucedió con Pablo Escobar. Entre sus marionetas manejaba el doble discurso de anti imperialista y a la vez de benefactor, estilo Hugo Chávez con el petróleo y Gustavo Petro con los carros viejos de la basura. Se puede decir que en ese periodo de oscurantismo, muchos creyeron que la guerrilla y los paracos en general, vivían de la leche de unas vaquitas.

Bueno, por mucho tiempo las fuerzas del orden se llenaron los ojos, y los bolsillos, con grandes cargamentos;  descubrieron la cocaína liquida después de diez años y gritaron ¡Eureka! cuando se enteraron de  que las anfetaminas hacían parte de los estupefacientes; nuestros mandos se especializaron, por orden presidencial, en hallar cocaína en muebles, computadores, enlatados, cremas, herbicidas, en cadáveres, muñecas, etc, etc. Y en reafirmar las mismas rutas del Atlántico, dizque secretas, que pasan por Cuba, Honduras, Puerto Rico, Haití y México y que salen de la Orinoquia Venezolana, la Amazonía brasileña, y el sur, centro, y norte de Colombia. Los envíos más lejanos se van por el Pacífico. Para consuelo de los drogadictos en el exterior, por nuestros grandes aeropuertos y hasta por CATAM, sale una cantidad considerable. El resto, la que nadie ve y que ningún perro olfatea,  la comercializa la DEA y la CIA. Casi dejo a “las mulas” por fuera, las putas del paseo.

La droga que se vende al menudeo, por gramitos, en papeletas, inyecciones y dosis con cara de tampones perfumados, es el negocio de una gran fracción de la sociedad que se esconde en la legalidad de la dosis personal. Tan personal que la vende y va por más y revende. Mientras su cartera pueda llevar lo que establece la ley, puede hacerlo cuantas veces quiera y no es delito. Es más, puede ganarse el respeto de la competencia. Para desgracia nuestra, como en el cuento, “donde come uno comen tres”, cada día los adictos se multiplican, ya sea por costumbre, ignorancia o por descuido familiar.

Los mendigos de la noche, vendedoras de cigarrillos, carteles de peto, fritangas, taxistas, meseros, damas de compañía, tinteros, prepagos, puticas y hasta estudiantes que se matriculan de por vida en las universidades, viven en su mayoría del micro tráfico. No son todos, pero a todos deben seguirlos e investigarlos, incluyendo a quienes nos cuidan de día y que en sus horas libres hacen todo tipo de fechorías.  Ahora bien, quienes le distribuye a los anteriores, son personas de” bien” a quienes todo el mundo reconoce. Me llama la atención que algunas de esas lacras, van a misa los domingos.

Cada ciudad tiene su olla podrida, a la que siempre se le acredita toda la culpa. De ahí sale el bazuco con ladrillo y las pastillas alteradas para estratos menores; las ollas de estratos 10, son mansiones donde no se entra ni con la orden de un juez de la república.  

Para decepción de muchos, hay cosas que no se pueden acabar; primero hay que mantener la inflación, segundo, generar adquisitivos, y tercero, satisfacer la ambición humana; el dinero es el dios que idolatra el pobre y el rico, y no tenerlo, contradictoriamente genera más delito. Gracias a la droga, el predial encarecido por los narcos, sirve para mantener la burocracia y la corrupción del Estado.  

Moraleja: El narcotráfico nos ha vuelto consumistas compulsivos, ya sea por moda, ego, rabia, envidia y hasta auto estima, variables típicas para fomentar una conducta delictiva.