Mi voto por Rodolfo Hernández ya está cantado, pero hoy intento convencer a quienes aún no logran distinguir la verdad de la mentira que atiborra las redes, para decidir frente a una disyuntiva sin antecedentes: democracia y libertad con Hernández; socialismo y dictadura con Petro. Por ello, más allá del voto “antiPetro”, quiero destacar los valores que encuentro en quien será el próximo presidente de Colombia.
Primero, el compromiso de gobernar “con lógica”. Hernández es ingeniero civil, como yo, una profesión en que las decisiones no se toman por impulso, sino a partir de planos y cálculos; de sentido común, de planeación, economía y calidad. El ingeniero Hernández es tomador de decisiones informadas, porque las malas son costosas y las buenas afortunadas y rentables, como lo demuestra su éxito empresarial.
Segundo, gobernar “con ética”, más que compromiso de campaña es un deber, aunque siempre se quede en discurso, pues al gobernante no le alcanzan la burocracia y el presupuesto para pagar los compromisos del candidato.
En la campaña se sabe cómo será el gobierno. Tras una limpia y austera, Hernández llegará a la presidencia con las manos libres, para armar un equipo de competentes y no de recomendados. En cambio, Petro quedará en el camino, por una campaña convertida en cloaca que recogió lo peor de la clase política y cayó en bajezas que escandalizaron al país. Igual, con su bulto de compromisos, un gobierno suyo no sería “más de lo mismo”, sino mucho peor.
Y tercero, el compromiso con “la estética” en un gobierno, aunque parezca superfluo y opuesto al carácter desabrochado de Rodolfo, se refiere al equilibrio y el orden, componentes esenciales de la belleza. El equilibrio es estabilidad y lo opuesto al extremismo que mata a nuestra sociedad. El orden es condición de un buen administrador y es austeridad, mientras en el desorden, bien lo sabemos, crecen el despilfarro y la corrupción.
A propósito del carácter desabrochado de Hernández no nos dejemos confundir. “Tanta sencillez”, que a una linajuda columnista le pareció “poco apropiada para un primer mandatario”, por el contrario, es atributo de la estética, que contrasta con la arrogancia de otros y el boato presidencial al que venimos acostumbrados. Quizás no queremos más “excelentísimos”, sino gobernantes que se parezcan al pueblo que gobiernan.
Un gobierno “lógico, ético y estético”. Esa es mi elección.
N.B. Mi anterior columna se tituló “Peor imposible”, pero no lo era. En ocho días, la hija de Petro amenazó al país, la esposa trató de… a las periodistas, con su hijo y el mismo Petro; un periodista de El Espectador cayó aún más bajo, y aunque se disculpó, como la señora Alcocer, lo escrito, escrito está, así se “despublique”, mientras Guillermo Cano, el mártir, se revuelve en su tumba. Y lo que faltaba, Petro no descarta ¡revivir el M-19!